Ucrania: Peor que nudo gordiano

Bernardo González Solano

Una vez más, los peores augurios se cumplen. En menos de 24 horas, se tambalea el pacto anunciado la víspera —jueves 17 de abril— en Ginebra, Suiza, entre Ucrania, Rusia, la Unión Europea y Estados Unidos de América (EUA), para aliviar la tensión en la antigua república ucraniana que hasta 1991 formó parte de la Unión Soviética. En pocos meses, la zona se ha convertido en un polvorín.

Entre otros asuntos, dicho pacto obliga a desarmar a las milicias irregulares prorrusas y a desalojar las sedes oficiales ucranias. Primero, Denis Pushilin, dirigente de la autoproclamada República Popular de Donetsk (RPD) declaró que la única forma de aceptar ese acuerdo sería que el gobierno interino de Kiev deje el poder. Segundo, la policía y los servicios secretos (SBU) ucranianos acusaron, el domingo 20, al gobierno de Rusia de “escenificar” el “incidente” de Slavianks (en la madrugada del mismo día), donde habrían muerto entre uno y cinco activistas prorrusos, en un presunto ataque contra un puesto de control. “Los delincuentes armados y saboteadores que están aterrorizando a la población de los alrededores de Slaviansk (…) han caído en una cínica provocación”, denuncia el SBU en un comunicado en el que califica el incidente de “ataque escenificado”.

De acuerdo a los últimos acontecimientos —desde que la región autónoma de Crimea se adhirió a Rusia, renunciando a Ucrania, después de un referéndum que muchos analistas califican como “inducido”—, el futuro de la zona a corto plazo no es fácil vaticinar, aunque la mayoría opina que todo, o casi todo, dependerá de lo que de ahora en adelante disponga Vladimir Putin que tiene en sus manos el poder ruso. De tal suerte, un ataque militar a Ucrania seguramente no provocará, en principio, un enfrentamiento militar con otros países europeos o la OTAN, pero si Moscú atacara a un país miembro de la alianza militar, como Polonia o los países bálticos, la situación cambiaría radicalmente, porque la OTAN está obligada a defender a cualquier Estado miembro de la misma. Y ahí salta otro problema secesionista. Cuidado con Moldavia (país sin litoral, situado entre Rumania y Ucrania) y Transnitria (república que reclama su independencia de la primera, incluso en el foro de la ONU), porque la mayoría de los moldavos tienen nacionalidad rumana y Rumania es un país miembro de la OTAN. Un verdadero laberinto. Algo que parece superior a toda la diplomacia posible.

Lo que sucede en aquella parte del mundo tiene antecedentes tan antiguos que superan cualquier nudo gordiano, pero que traducido al escenario del siglo XXI algunos lo reducen a un interés totalmente identificado con los “sueños” del dirigente ruso. Todo indica que Moscú no está dispuesto a dar tregua a la antigua república que formó parte de la URSS. Después de aceptar la adhesión de Crimea —que se separa de Ucrania—, ahora propicia la inestabilidad de las regiones orientales con el fin de frustrar los comicios presidenciales previstos para el próximo 25 de mayo, a la vuelta de la esquina. ¿Con qué propósito? Pues el de impedir que el antiguo satélite alcance un futuro viable de cara al viejo continente, la Europa de sus anhelos.

En pocas palabras Vladimir Putin pretende seguir con su propio juego en base a las reglas que él dicta. Una vez que se impuso en Crimea -—sin tomar en cuenta la reacción internacional en contra—, y así poner a salvo su importante flota del Mar Negro anclada en Sebastopol, el singular presidente ruso trata de impedir que el resto de Ucrania se vuelque definitivamente hacia Occidente. Por eso juega la baza del peligro de fractura para disuadir a las autoridades interinas de Kiev de cerrar un abrazo definitivo con Bruselas y Washington. La amenaza es evidente: si Ucrania da la espalda a Rusia se partirá en dos y una de las dos mitades resultante será rusa.

En cristiano significa que Moscú está decidido a hacer pagar muy caro a los ucranios sus pretensiones de volar por la libre. Hasta el momento, el oso ruso no ha necesitado invadir el territorio de su ex aliado, aunque ya reconoció públicamente que 40,000 soldados rusos están listos, para lo que se ofrezca, al otro lado de la frontera. Asimismo, nadie tiene duda sobre la nacionalidad de esos “uniformados” sin identificar que, como en Crimea, se apoderan de comisarías y edificios oficiales en las provincias de Lugansk, Járkov y Donetsk.

Por ello, el primer ministro interino de Ucrania, Arseni Yatseniuk, el domingo 20 dijo en directo a la cadena estadounidense NBC: “Es obvio que Rusia es una amenaza para el mundo, la UE y Ucrania”. “El mundo tiene motivos para preocuparse por las intenciones de Putin” ha sido el agorero vaticinio del mandatario quejoso, después de los incidentes de la madrugada del domingo 20. Asimismo, la policía y los servicios secretos (SBU) ucranianos han acusado a Rusia de “escenificar” el incidente de Slaviansk.

Yatseniuk, en una entrevista publicada en el diario The Kyiev Post afirmó: “El presidente Putin tiene el sueño de restaurar la Unión Soviética…Y todos los días va más y más allá. Dios sabe dónde está el destino final”. Además, recordó que Putin calificó la caída de la Unión Soviética como “la mayor catástrofe geopolítica del siglo XX” y agregó: “Yo creo que el mayor desastre de este siglo podría ser la restauración de la URSS bajo el auspicio del presidente Putin”.

La parte rusa no ha permanecido callada ante las acusaciones de Ucrania. En un comunicado de la cancillería moscovita ésta mostró su indignación por el tiroteo ocurrido en un puesto de control prorruso en la región oriental ucraniana de Donetsk, horas después de la firma de los llamados acuerdos de Ginebra ya citados. “La parte rusa está indignada por la provocación de los combatientes, lo que demuestra la falta de voluntad de las autoridades de Kiev de controlar y desarmar a los nacionalistas y extremistas”. Por tanto, en el tiroteo “murieron ciudadanos que no eran culpables de nada”, y “se rompió la tregua pascual” declarada por las milicias prorrusas y las autoridades ucranianas. “Causa sorpresa que esta tragedia ocurriera tras la firma el 17 de abril en Ginebra de una declaración…en la que se llama a abstenerse de cualquier acción violenta, amenaza o provocación” termina el comunicado ruso enviado a los medios.

Un portavoz rebelde declaró a la agencia oficial rusa RIA-Novosti: “recuerdo que la víspera la resistencia anunció una tregua durante las fiestas. Ahora, la tregua se ha roto. Valoramos la acción como una provocación”. Por su parte, el Servicio de Seguridad de Ucrania anunció el viernes 18 de abril, la interrupción de la fase activa de la operación antiterrorista en Donetsk, durante las fiestas de la Pascua ortodoxa, que este año coincidió con la católica. Pese al acuerdo de Ginebra, las milicias proclives a Moscú, insisten en que antes de que se desarmen ellas, deben hacerlo los grupos ultranacionalistas del oeste, como el Sector de Derechas, y el Maidán (la plaza de Kiev donde se iniciaron las protestas contra el anterior gobierno ucraniano) debe ser desmantelado.

En fin, la situación es peligrosa. La reunión cuatripartita celebrada en la histórica ciudad suiza durante la pasada Semana Santa superó las expectativas. Ucrania, Rusia, la Unión Europea y Estados Unidos de América firmaron en tiempo récord un acuerdo que podría ser el inicio de una solución duradera. Pero los hechos demostraron, en menos de 24 horas, que, sin embargo, la crisis no está ni mucho menos desactivada. Y no solo porque los separatistas filorrusos de la rumbosa República Popular de Donetsk rechacen el acuerdo y se nieguen a abandonar los edificios públicos ocupados y desafíen abiertamente a las autoridades interinas de Kiev —que ya demostraron su incapacidad para actuar en contra de sus impugnadores y de Moscú—, a las que califican de ilegítimas. La razón principal para el recelo se llama Vladimir Putin. El presidente ruso no mostró reparos en el momento de violar los compromisos y la legalidad internacional en el caso de Crimea. Y, pese a las “sanciones económicas” dispuestas en su contra y sus funcionarios que le “dan risa”, ha seguido actuando incansablemente en su tarea de desestabilizar al gobierno de Kiev.

Podría ser que Estados Unidos y la Unión Europea puedan lograr que Moscú retroceda si llevan adelante sus sanciones financieras que reducirían el flujo de divisas a Rusia, en un momento de gran fragilidad económica. A su vez, Putin se ha jactado de la dependencia europea del gas ruso que pasa por Ucrania, pero, pese a su tono bravucón, desafiante, sabe que no las tiene todas consigo. Al parecer, algunos bancos japoneses se han retirado de Rusia, y a suspender líneas de crédito; las reticencias de las entidades financieras mundiales para continuar en operaciones con clientes rusos cada vez son mayores y Moscú ha congelado las emisiones de bonos. Parece como la letra del viejo son cubano: “Bernabé le pegó a Muchilanga, Muchilanga le dio a Bernabé….” . En tanto, todos voltean la cara para ver los arrestos del inquilino de la Casa Blanca en Washington y no ven claro. El mulato es precavido, muy precavido…VALE.