Bernardo González Solano
El grave problema de la inmigración ilegal procedente del Africa subsahariana con destino a los países de la Unión Europea (UE) —vía España o por el canal de Sicilia— es de pronóstico reservado. El motor principal de esta tragedia humana de Africa, se centra en el hambre y en la desesperación que enfrentan esos pueblos, aunque algunos de sus mandatarios afirman: “el continente negro está en vías de desarrollo”. Apenas el jueves 3 de abril, Angelino Alfano, nuevo ministro del Interior de Italia, advirtió al tomar parte en un simposio sobre inmigración, en Palermo, Sicilia: “Según nuestras informaciones, en el norte de Africa hay entre 300 mil y 600 mil personas en espera de cruzar el Mediterráneo con dirección a Europa”. ¿Quién podrá detener una ola humana de esas proporciones?
Hay voces, como la de Elena Valenciano (vicesecretaria general del Partido Socialista Obrero Español, PSOE; y vocera en la Comisión de Asuntos Exteriores) que han puesto los puntos sobre las íes en tan candente asunto: “Nunca habrá una valla en Ceuta suficientemente alta como para frenar a las mujeres y los hombres que buscan un futuro mejor, mientras persista la escandalosa desigualdad económica y demográfica entre Europa y Africa. Mil cien millones de personas viven allí, una población que crece impulsada por una tasa media de fecundidad de cinco hijos por mujer. El 41 por ciento de esa población tiene menos de 15 años y la edad media es de 20. Frente a esa realidad, el 18 por ciento de los ciudadanos de la Unión Europea (UE) tienen más de 64 años y es este el grupo de edad que más crece. Además, la UE tiene una de las tasas de nacimiento más bajas del mundo —1.6 hijos por mujer—. Este desequilibrio demográfico se solapa con una impactante diferencia en niveles de vida. El PIB por habitante de la UE representa 34,000 dólares frente a una región en la que, por ejemplo, Burkina Faso (país mediterráneo de África occidental que limita al noroeste con Malí, al noroeste con Costa de Marfil, Ghana, Togo y Benín; con una población de 16.5 millones de habitantes,) solo alcanza los 1,600 dólares, una región que concentra a los 10 países más pobres del planeta, según el Indice de Desarrollo Humano. La renta per cápita de la UE es 30 veces superior a la de Africa. No hay dos regiones fronterizas en el mundo con una mayor desigualdad que la que existe entre la Unión Europea y Africa. Por eso cada vez más africanos llaman a las dos puertas de Europa en ese continente Ceuta y Melilla. Más claro ni el agua. Pero no solo por esa vía, sino también por el canal de Sicilia, que separa la costa africana de Italia.
Los fríos e inhumanos números dan un panorama claro del problema: en los últimos 25 años, más de 8 mil personas han muerto en el mar en su intento por llegar a la “ubérrima” Europa. Al menos eso creen los desafortunados inmigrantes. La prensa informa: 20 de febrero de 2009, Lanzarote. Al volcar la patera (frágil e insegura embarcación de muy poco calado) de cinco metros de eslora en la que viajaban 32 inmigrantes, procedentes de Tartafara, Marruecos, 25 de ellos murieron ahogados pues al caer en el agua el exceso de ropa que llevaban los hundió; 15 de los ahogados eran menores de edad. El 15 de febrero de 2011, Zarzis, Túnez. Sesenta tunecinos mueren ahogados frente a las costas cuando pretendían llegar a Italia. Según algunos supervivientes fue la guardia costera tunecina la causante del naufragio al embestir a la embarcación que trasladaba a 150 personas. 9 de mayo de 2011, Lampedusa (la isla de este nombre es el territorio italiano más meridional, y recuerda, inmediatamente al príncipe de Lampedusa: Giuseppe Tomasi di Lampedusa (1896-1957), autor de la novela póstuma Il gattopardo, traducida como El gatopardo, en la que el personaje central, Tancredi, dice a su tío Fabrizio la conocida frase: “Se vogliamo che tutto si manga come è, bisogna che tutto cambi” (“si queremos que todo siga como está, necesitamos que todo cambie”), la esencia del “gatopardismo” o lo “lampedusiano”); cuando 61 inmigrantes mueren de hambre y sed tras pasar 16 días a la deriva ante la pasividad de una unidad de la OTAN, que no acudió a una señal de socorro. Sólo 11 inmigrantes sobrevivieron y dos de ellos fallecieron días más tarde. En la embarcación viajaban varias mujeres y niños. 6 de septiembre de 2012, Esmirna, Turquía. Otros 61 inmigrantes mueren al naufragar el pesquero en el que viajaban tras chocar contra unos arrecifes a 50 metros de la costa. Las víctimas eran de nacionalidad siria, iraquí y palestina. Solo salvaron la vida 46 personas. 3 de octubre de 2013, otra vez Lampedusa. Al incendiarse el barco en el que se transportaban, mueren 387 inmigrantes. Las víctimas eran eritreas, etíopes y somalíes. Salvaron la vida 115 personas, entre ellas el capitán del navío. En las semanas siguientes casi 800 personas fueron rescatadas frente a las costas de Sicilia.
Y la lista continúa creciendo en lo que va del año en curso. Ahora, el 6 de febrero pasado, en Ceuta, murieron 15 inmigrantes debido a una discutida actuación de la Guardia Civil, que disparó balas de goma a los subsaharianos que según la comisaría europea de Interior, Cecilia Malmström “aunque aparentemente no fueron golpeados (con esos proyectiles), parece que éstos podrían haber provocado el pánico con el resultado de algunos inmigrantes pudieran saltar al mar y se ahogaran…”.
Resulta que el problema migratorio mantiene en jaque a las instituciones europeas. La impresión fuera (y dentro) de la Unión Europea es que no saben qué hacer. Ahora y antes. La acumulación de emergencias pone en claro que el problema es estructural, amén que no se observa voluntad de abordarlo a fondo. La política de la comunidad europea parece reducirse a intentar acuerdos con las autoridades de los países de donde procede la desesperada oleada humana, para que contengan el tránsito de inmigrantes hacia el Viejo Continente. Al parecer se logró el jueves 3 en Bruselas que la lucha contra la inmigración irregular ocupe un lugar prioritario en las relaciones entre Africa y Europa. La cumbre africana-europea aprobaría un plan de acción para el periodo 2014-2017 en el que más de 80 mandatarios de los dos continentes (41 africanos) se comprometen a luchar contra el tráfico de seres humanos, que se califica como “una nueva forma de esclavitud”.
Pero, planes tan generales como este—más que nada forzados por los centenares de inmigrantes muertos frente a la isla de Lampedusa y a los asaltos masivos de los “infelices desesperados” contra las vallas de Ceuta y Melilla en los últimos días; que continuará pues de acuerdo a datos del ministerio del Interior de España solo en Marruecos hay unos 40,000 inmigrantes intentando llegar a Europa, no atacan el fondo del problema. Sami Nair, en su artículo “La inmigración a debate”, escribe: “Hay que recordar una vez más que la inmigración, hoy, es la única fuente que permite a los países pobres desarrollarse; las transferencias hacia Africa ayudan a millones de familias a no morir de hambre y a permanecer en sus países de origen. Y también hay que recordar que las restricciones de los derechos sociales de las poblaciones europeas, que suscitan el auge de la intolerancia, no se deben a la inmigración y sí a las políticas de austeridad neoliberales en vigor en Europa. Se mire por donde se mire el problema, la verdad es que la inmigración organizada y controlada es siempre una oportunidad para los países de origen y de acogida, aún en periodos de crisis”.
El drama humano de tantos miles de mujeres y hombres que viven en Africa subsahariana y tratan de dar el salto a Europa donde tanto le deben a los descendientes de aquellos esclavos que hicieron crecer la riqueza de los imperios del Viejo Continente, es similar a lo que sucede en la frontera entre México y Estados Unidos de América. Los centroamericanos y los mexicanos que todavía luchan, denodadamente por ingresar en el territorio “imperial” del Tío Sam, sufren como los viajeros de las pateras frente a Lampedusa, o tratan de saltar las vallas de Ceuta y Melilla. Solo los nacionales de aquellos países que no pueden retener a sus hijos entienden el problema. Las promesas de Obama para resolver la situación de millones de inmigrantes ilegales en Estados Unidos se han quedado en eso: promesas. ¿Hasta cuándo?
Del otro lado del Atlántico, dicen algunos analistas, deben retomarse los programas de cooperación con Africa, sobre todo con Africa Subsahariana. Así se podría hacer frente tanto a las situaciones más graves de hambrunas (siempre presentes), sequías o a los interminables conflictos armados, como a la necesidad de ofrecer horizontes de futuro, en especial puestos de trabajo a los millones de jóvenes subsaharianos que año con año necesitan acceder a un mercado de labor sin perspectivas. De otra suerte, la historia reciente ha demostrado que las vallas de la ignominia, se levanten donde su levanten (muchos ya olvidaron el Muro de Berlín), solo sirven, a la larga, por denigrar a los que las construyen. Nada más, nada menos. Vale.

