Gonzalo Valdés Medellín
El domingo 30 de marzo falleció Helena Paz Garro (nacida el 12 de diciembre de 1939) como una puntada de humor negro al celebrarse horas más tarde (el lunes 31) el Centenario de su padre, el poeta Octavio Paz. Los comentarios no se dejaron esperar en las redes sociales. Se reprodujeron incluso declaraciones de Helena Paz en torno a su conflictiva relación con el autor de El Ogro Filantrópico: “He aprendido a perdonar a mi papá”, decía Helenita, autora de unas Memorias que hoy deberán ser revisadas pues hay en ellas mucho de la historia de nuestra literatura a través, de desde luego, de su árbol genealógico proveniente desde su bisabuelo el novelista y periodista Ireneo Paz, autor de, entre otras, una novela magistral: Amor de viejo; y claro, de su madre, la autora de Testimonios sobre Mariana, Reencuentro de personajes y la extraordinaria Los recuerdos del porvenir: Elena Garro.
Tuve la suerte de ser amigo de Helenita durante muchos años. Sólo nos pudo separar el hecho de que fue recluida en un asilo de ancianos, en Cuernavaca, donde murió, y donde era muy difícil trabar contacto con ella, según también me contó el poeta Gerardo Bustamante quien se las ingeniaba para entrar a verla y hacerle un poco de compañía de vez en vez.
Pero durante varios años, Helenita y yo hicimos buenas migas, me hizo varias confesiones (que tengo grabadas en sendas entrevistas) y que reforzaban lo narrado en sus memorias, así como lo que ya había contado en la prensa a varios colegas.
Vivió la soledad tremendamente. Nunca he conocido a alguien a quien le pesara tantísimo la soledad y a Helenita le pesó sobre todo después de la muerte de su madre, en 1998. Lectora voraz, acuciosa, de pronto compulsiva, llegó un momento en que la literatura ya no fue una compañía suficiente para ella, aun cuando siempre tenía presentes a autores como Jünger, Freud, Flaubert, Julien Green, François Mauriaç… Le gustaba hablar de literatura. Y era generosa al compartir de sus conocimientos con quienes se acercaban a ella, muchos estudiantes de letras, teatro, periodismo…
La generosidad es atributo que pocos seres poseen y en el caso de Helena Paz Garro esto fue una realidad constante. Fue generosa —por ejemplo— al entregar a grupos teatrales —e investigadores— el material escrito por su madre (¿cuántos herederos de escritores hay que atesoran avariciosamente las obras en aras de especulaciones financieras e impiden así la difusión y el conocimiento de la obra literaria?). No fue éste el caso de Helena Paz Garro. Por lo mismo, en el marco del Homenaje a Elena Garro, que en 2007 se celebró con el auspicio del INBA, el Homenaje a Helena Paz Garro en la Sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes, el sábado 16 de junio, no sólo resultó justo, sino emotivo, sobre todo cuando pudimos ver representadas obras de Elena Garro por diversos grupos de extracción disímbola (muchos signados por la inocencia radiante del aficionado) que montaron El árbol, Un hogar sólido, La señora en su balcón, El rastro, Benito Fernández… al tiempo en que se presentaron infinidad de ponencias sobre la autora de Andamos huyendo, Lola por investigadores y académicos que habían tenido acceso a la poco publicada obra dramatúrgica de Garro, y gracias a la constante labor de difusión de Helena Paz Garro.
Pero el homenaje a Helena Paz fue también a su labor como escritora, autora de Memorias (Océano, México, 2003) y como periodista (“Huberto Batis hizo el rescate de mi obra periodística que hice en los años sesenta, publicándola como rescate hemerográfico en el suplemento Sábado”, afirmó); y sobre todo, como poeta, con una obra prologada por Ernest Jünger y publicada en Alemania; en España Criaturas de la noche (Madrid, 1991); y en Francia Ónix (París, 1992); así como La rueda de la fortuna, con prólogo de Jünger, publicada por el Fondo de Cultura Económica. “Es el primer homenaje que me hacen”, dijo Helena Paz, en aquella ocasión, conmovida ante un nutrido público que la aclamó quizá por encarnar la memoria viva de esos dos monstruos sagrados de la literatura mexicana del siglo XX, sus progenitores: Octavio Paz y Elena Garro.
Escritores como Olga Martha Peña Doria, Guadalupe Ángeles y Guillermo Schmidhuber de la Mora, por sólo mencionar a algunos de entre la pléyade de estudiosos de la obra de Garro, han corroborado el creciente interés que sigue y seguirá sosteniendo la dramaturga y novelista, gracias al culto que la voluntad de su hija Helena Paz Garro logró extender, al permitir que se conociese y difundiera prácticamente toda la obra de su progenitora.
En aquella ocasión, en conversación abierta con el público, Paz Garro hizo hincapié en que también se suscriben muchas irregularidades apreciativas sobre la obra de Garro, por ejemplo, dijo, “mi madre no tenía ninguna influencia surrealista, abominaba de los surrealistas” o “¿qué tiene que ver mi madre con los bolcheviques? Es absurdo”. Ante una suspicaz pregunta sobre su relación con Octavio Paz, simplemente adujo: “No debo hablar mal de mi padre”. Recordó a Elena Garro como alguien “con mucho humor, obsesionada por escribir, nunca me aburría con ella, es más, siempre la consideré muy frágil y por eso la defendía mucho”. Helena Paz Garro planteó la necesidad de tener una visión más objetiva y más humana de la autora de Testimonios sobre Mariana y Sócrates y los gatos, y de acercarse más a la obra, dejando atrás las imprecisiones “de la leyenda”. La leyenda negra de haber sido las delatoras de muchos de los artífices del Movimiento Estudiantil de 1968, lo que las conduciría después al exilio y a una vida de penurias en Europa, así como al desarraigo intelectual y material al que “mi papá permitió que nos condenaran, porque él mismo nos repudió”, aseveraba Helenita, quien cosechó el aliento poético heredado de su padre y que tuvo acertados momentos como en los siguientes poemas:
Mandala
En las manos del Ángel
el organillo canta
la canción de las esquinas y las plazas
de las ciudades del Danubio
que ya ningún vagabundo canta
porque la mendicidad
ahora, está reprimida por la Policía del Pueblo.
La Reina del Aire (In memoriam Elena Garro)
Te fuiste muy lejos
como en tus sueños me lo contabas,
volando a través de la bóveda azul del cielo
para flotar ligera, en ese país donde el dinero no cuenta…
Helena, con H, como la de Troya, dejó su impronta en el homenaje a Elena Garro. Con humildad, con sencillez, sin aspavientos y con esa generosidad que le caracterizaba en su trato y su manera de ser; y con dignidad de mujer, de poeta que agradece, goza y celebra los buenos momentos y la vida misma.
Helenita hizo muchas peticiones (y gestiones) a las autoridades del INBA y del conaculta (del sexenio panista) para que yo dirigiera Sócrates y los gatos. Nunca tuvimos respuesta. Ella se deprimía (yo me mortificaba, más por ella que por la negativa), pues le dolía que el teatro de su madre no figurara entre los repertorios del teatro nacional institucional (la Compañía Nacional de Teatro).
Ante su muerte, deploro el abandono en que se vio envuelta Helenita por las circunstancias del destino y de la vida. Pero ya descansa en paz, y en el recuerdo de quienes tuvimos la fortuna de tratarla y estimarla, y de recibir su calidez humana, que la tenía, y muy hermosa.
El presidente Enrique Peña Nieto externó sus condolencias por el fallecimiento de la poeta y memorialista mexicana Helena Paz Garro.


