Para muchos, el tema de los milagros es cuestión de fe, para otros un asunto de comprobación científica, pero muy pocos pueden notar que es muy posible que los milagros estén ocurriendo sin que nadie los pueda reconocer. El simple hecho de tener un alimento para poder comer cada día, de tener una nueva idea para enfrentar los problemas cotidianos, hasta de levantarse sin ningún dolor por las mañanas, pueden ser síntomas de que se están gestando milagros a cada instante.

No hace falta enfocar este asunto desde una perspectiva religiosa, simplemente se puede sentir que un milagro puede ser una chispa literaria o un acto poético por medio del cual la espiritualidad se conecta con la sensación metafísica del ser, a fin de trascender los niveles superficiales de la corporeidad, expresándola en la materialidad de los hechos. El escritor inglés Gilbert Keith Chesterton simplemente se refirió a ellos diciendo: “Lo más increíble de los milagros es que ocurren” (El candor del Padre Brown).

Cuando se encuentran las palabras adecuadas para expresar una idea, un concepto o una experiencia, es muy probable que se trate del mismo aspecto como cuando Jesús dio de comer a cinco mil personas y sus familias, según narra la Biblia. Para un escritor, encontrar una correcta definición o proyectar la idea que tanto ha querido divulgar, en el tono y la forma que él siempre ha querido, es como alimentar a miles de neuronas que hicieron posible esa realidad conceptual. Sin embargo, no tiene cómo probarlo, simplemente sabe que él tuvo el acierto de encontrar, elaborar o trabajar en la idea que ahora se ha convertido en la piedra angular de su obra poética o literaria. Quienes son adictos a la tecnología como los teléfonos y televisiones inteligentes, pueden usar con magistral proeza estos artefactos electrónicos, sin saber exactamente cómo funcionan los principios que le dan vida a los dispositivos que se encuentran en su interior. El término usuario se aplica a este tipo de personas que usan sin cuestionar un aparato tecnológico que le provee distracción, diversión o algún servicio. Es la misma situación que tiene un fiel con sus dogmas, los cuales comienza a sentirlos, apreciarlos, entenderlos y finalmente a convertirlos en su propio ser, sin tener que cuestionarlos.

La simple cortesía es un medio por el cual se expresan actos milagrosos, y lo más interesante, es que ocurren a la vista de la gente, sin que estos sean apreciados. Un acto de apoyo, de ayuda a alguien, de cooperación con los necesitados, el simple hecho de soportar las diferencias sin tener que explotar en acciones violentas, de cambiar un solo aspecto de la vida personal, aunque sea por un sólo instante, ha sido como una pincelada del artista que, por fin, encontró la justa correlación entre el color, la sombra y el brillo para plasmarla en un lienzo social. Un caminar sobre el agua ante la mirada indiferente de quienes se han encerrado en su botella al mar, con un mensaje que proviene del aislamiento y de la incalculable probabilidad de que su alma sea encontrada para ser leída; considerada.

Una vez escuché a un periodista preguntar a un maestro de origen iraní que visitaba con sus alumnos un centro de estudios liberales en Alemania: ¿Cómo es que un iraní visita un lugar cuya filosofía política ha sido criticada por su país, cuyo gobierno se basa más en un sistema teocrático? El respondió: Precisamente porque Dios es el principal liberal de todos. Esta respuesta fue como hallar una luz en un foco encendido, aunque parezca una redundancia, hay luz en la luz, como hay liberales en quienes buscan liberar a quienes se encuentran confinados en un rincón de su gran inteligencia.

La vida tal como la vivimos es el resultado de las acciones de otros. Marx denominó al hombre como el conjunto de sus relaciones sociales. Tenía razón, al igual que quienes están convencidos de que su existencia se debe al sacrificio hecho por un simple individuo que, dentro de su soledad, era el compañero de todos, que en su temor, era el ánimo de los demás; somos el resultado del sacrificio de los demás; esa sería la experiencia que, una vez concientizada, nos convierte en el Jesús de quienes no vemos, pero sin duda, nos hemos estado sacrificando por ellos. Esas paradojas inapreciadas son las cerezas del pastel del misterio que, una vez develados, se convierten en realidades satisfactorias. Son el descanso de un ascenso en un dintel metafórico que se recrea en la humildad y simplicidad. Se dice que en el saber pedir está el saber recibir, pero también en el saber entender, está el saber descubrir; algo que Chesterton traduciría de la siguiente manera: “Siendo niños éramos agradecidos con los que nos llenaban los calcetines por la Navidad. ¿Por qué no agradecíamos a Dios que llenara nuestros calcetines con nuestros pies?” La literatura y la poesía son dos disciplinas que se nutren del Verbo.