Su aportación al financiamiento productivo es muy bajo
Julio A. Millán B.
Es un hecho irrefutable que la disponibilidad de financiamiento es una condición fundamental para el crecimiento económico. El papel que asumen los intermediarios financieros al captar recursos de la sociedad para canalizarlos en forma de créditos a las empresas con proyectos rentables, propiciando con ello un mayor crecimiento económico, es un eslabón elemental en la cadena productiva y la competitividad.
Sin embargo, la banca mexicana no ha acreditado contundentemente este importante papel. Las cifras son irrefutables. El crédito interno al sector privado como porcentaje del PIB en México es relativamente bajo comparado con el promedio de la OCDE y con otros países. De acuerdo con el Banco Mundial, el crédito de la banca comercial mexicana en relación al PIB ronda el 26.1%, mientras que en China y Brasil los porcentajes son de 127.37 y 61.39%, respectivamente.
A la escasez de crédito se añade la elevada concentración, producto de que un número reducido de instituciones tengan el mayor porcentaje de activos, cuentas y sucursales. De acuerdo con la CNBV, siete bancos conocidos como el G7 (Banamex, Banorte, BBVA Bancomer, HSBC, Inbursa, Santander y Scotiabank) concentran el 70% del mercado. Esta situación les permite gozar de una posición privilegiada, sobre todo en fijación de tasas de interés y comisiones.
Claramente, las características en que opera el mercado bancario en el país son oligopólicas. Si se compara la participación de los bancos en el mercado con su nivel de rentabilidad, se tiene que las instituciones más grandes son las mismas donde la utilidad es mayor. Ello provoca una competencia poco sana, derivando en altas tasas de interés y colusión en los cobros a los usuarios, sobre todo en créditos al consumo.
De igual forma, las decisiones de hacia dónde derivar los recursos captados son tomadas más en términos de la rentabilidad que de la función propia de fomentar el desarrollo económico mediante la intermediación financiera. Los banqueros prefieren colocar los recursos en valores que les representan ganancias más claras y sin tanto costo, como los gubernamentales, que prestarlos a los demandantes de crédito. Tenemos pues una banca sana, capitalizada, con ganancias, pero que no presta, al menos de manera correcta; es un eslabón que se ha desarticulado de la cadena productiva y del fomento al crecimiento económico.
En este contexto, la reforma financiera adquiere una importancia vital; sin ella, no habrá forma de que el sector productivo se recupere. La regulación tanto para el intermediario como para el deudor es fundamental; en este sentido, no sólo los bancos deben se sanos financieramente, el sistema en su conjunto debe serlo.
Es momento de que la banca mexicana se ponga las pilas y la camiseta. Hay que poner orden y verdaderamente dotar de eficiencia al sistema de intermediación financiera; todos los sectores juegan un papel importante, pero la banca junto con los empresarios están a la cabeza.
