Sacerdotes pederastas protegidos en Cancún
Humberto Musacchio
El obispo Pedro Pablo Elizondo es un hombre que piensa en grande. Está al frente de la prelatura de Cancún y ha sabido tender puentes hacia una feligresía al parecer dispuesta a respaldar económicamente su proyecto de construir la Catedral del Mar, que costará la friolera de 150 millones de pesos que tanta falta hacen en la zona maya, donde abunda la desnutrición y la muerte por enfermedades curables.
Pero su eminencia no suele mirar hacia abajo. Sus relaciones son con los potentados del Caribe mexicano, de los que recauda verdaderas fortunas que van a la caja de los Legionarios de Cristo, pues monseñor Elizondo pertenece a esa congregación o cártel, según el testimonio recogido por la excelente reportera Blanche Petrich (La Jornada, 21/IV/2014), quien entrevistó a Pablo Pérez Guajardo, presbítero sin parroquia, congelado por dar a conocer algunas tropelías que sigue cometiendo la Legión.
En su infinita bondad, el obispo Elizondo ha hecho de la opulenta prelatura un santuario en el sentido original del término: un lugar donde los perseguidos están a salvo, como lo prueba el hecho de que ahí encuentran protección los sacerdotes delincuentes, como el “padre” Eduardo Lucatero Álvarez, exdirector del Instituto Cumbres, arrestado y puesto en libertad para que marchara a Brasil y ahora esté tranquilamente en Cancún.
El sacerdote Fernando Martínez, émulo de Lucatero en su gusto por los niños, fue encausado, pero los hábiles abogados de la Legión y las influencias de sus jerarcas lo sacaron de la cárcel y para protegerlo lo enviaron a Salamanca, España. Ahora también disfruta del agua y el sol del Caribe.
Brendan Hurley, de nacionalidad australiana, era el capellán del Instituto Oxford de la ciudad de México. El hombre gustaba de practicar la equitación en el rancho Loma Bonita, adonde llevaba con él a niños pobres para su deleite sexual. Los trabajadores del Centro lo denunciaron y el párroco Fernando Rodríguez (ahora en Playa del Carmen), con un exacerbado espíritu de pandilla regañó a los denunciantes “por hablar mal de los sacerdotes”.
En Cancún, el sacerdote canadiense Raúl Leblanc, capellán de Mano Amiga en la Ciudad de la Alegría (alegría de los pederastas, por supuesto), abusó sexualmente de una alumna y fue retirado de la vida eclesiástica, pero vive protegido en su país.
En pocas palabras, continúa la fiesta y los niños y jóvenes confiados a los legionarios que siguen piadosamente los pasos del siniestro Marcial Maciel, protegido de Juan Pablo II, el pontífice encubridor de pederastas que pronto será elevado a los altares. Dirán que eso es cosa de Dios, pero, ¿y las autoridades mexicanas, por qué no proceden? ¿Qué las obliga a mantener esa inaceptable y sucia complicidad?