Jaime Septién
(Primera de dos partes)
El nuevo referente de la filosofía europea, el coreano Byung-Chul Han ha escrito un libro esencial sobre el tema que domina el discurso público en todos lados: el tema de la transparencia.
El texto, pequeño y denso, “La sociedad de la transparencia”, fue editado por Herder en 2013, tras la publicación previa de “La sociedad del cansancio”. Han se ha comprometido a ir revisando, punto por punto, las causas que suscitan el pasmo actual. Sin moralismos, siguiendo a Baudrillard, entre otros, este coreano que escribe en alemán y que se recibió en Friburgo con una tesis sobre Heidegger es, quizás, el filósofo más serio de la actualidad europea.
Denso. No existe una frase suelta. Con estilo de telégrafo, Han apuesta a la compresión narrativa para significar la ausencia de narratividad en la sociedad transparente. Una sociedad en la que todo es positivo, es decir, todo se ve sin necesidad de que la mirada sea devuelta. Dividida en nueve pequeños capítulos, la obra de Han estudia la sociedad positiva, la de la exposición, la de la evidencia; la sociedad porno, la de la aceleración, la íntima, la de la información, la de la revelación y, finalmente, la del control.
La tesis de la que parte no es sencilla —sobre todo porque nosotros tenemos a la transparencia como uno de los logros más grandes de la democracia— puesto que implica pensar a fondo lo que estamos haciendo: nos estamos desnudando por completo ante un poder que no tiene rostro, pero que navega en la sociedad digital: nos estamos desnudando ante nosotros mismos.
El narcisismo y el control van de la mano de la transparencia. También la ausencia de rituales de paso, de narraciones, de conceptos. El exceso informativo solamente habla de eso: de una gordura opulenta que es pura grasa. Puro lenguaje desnudo. “La desnudez de la palabra, dice Han, le quita todo encanto; la allana”. La sociedad transparente vive desnuda de palabras, o, más bien, de palabras desnudas, sin significado ni valor.
La profundidad es la profundidad de la apariencia: Sin máscaras, el espíritu profundo se anega. La sociedad pornográfico-capitalista lo expresa todo “como mercancía y lo entrega a la hipervisibilidad”. Obviamente, Han llega a la conclusión de que esta sociedad, la sociedad porno, es una sociedad “del espectáculo” en la que la comunicación no comunica: es mercancía que se vende y se compra. Mercancía visible, transparente, sin adiposidades: como el cuerpo porno.


