Rafael G. Vargas Pasaye

Su nombre es garantía en el mundo de las letras, Enrique Serna (Ciudad de México, 1959) es de esos autores de los que siempre se está al pendiente de sus entregas. Narrador nato apenas en el 2010 presentó La sangre erguida, una novela que llamó la atención por su fuerza descriptiva y de personajes, una trama que tenía como hilo conductor las pasiones y relaciones del hombre con el sexo.
Ahora con La ternura caníbal (Páginas de espuma, México) le da continuidad a ese tópico, si bien en este libro son cuentos los que atrapan al lector, el conjunto trae consigo los elementos de identificación que más afectan en las relaciones humanas, más allá del amor o el odio, el instinto de sobrevivencia, el ego, la vanidad, el ánimo de trascender, valores que la modernidad ha colocado a la par de la frustración para que sean pocos los caminos que se puedan elegir.
Abre el volumen “Entierro maya”, un retrato de los últimos días de un viejo político que se sabe sin poder fuera de la casa, esa casona que construyó con el dinero que tomó en los diferentes cargos donde estuvo, con cierta clase, un gusto por los caballos y un amor por la belleza de su mujer. Sin embargo la edad ya le dificultaba ciertos placeres, el médico sintetizó la receta si quería seguir viviendo. Pero obedecer órdenes no era su fuerte.
El primer aviso no fue tomado del todo en serio, y en esos días halló asilo entre sus libros sobre la cultura maya y las drogas, y fue precisamente en una de esas efusiones provocada por el polvo que decidió hacer lo que tanto tiempo lo mantuvo en unión con su mujer, sin saber que lo llevaría a la muerte. La mujer ahora sabiéndose poderosa, heredera de las cuentas bancarias estaba soñando con su futuro inmediato sin contar con que su marido antes de proclamarse difunto había dejado órdenes expresas para hacerse cargo de ella siguiendo la tradición maya.
“Soledad coronada” es una interesante trama que nos lleva a conocer a un profesor mexicano en universidad extranjera, investigando en el silencio y el aislamiento total, apenas si su contacto con el mundo era su esposa y su jefa, quien lo despreciaba, y de pocos sino es que contados colegas como Jean Alcorta quien de manera sorpresiva lo invitó a tomar unos tragos un día cualquiera. Sin embargo esos contactos con la vida real le recordaban que “De la compasión nace el desprecio y el desprecio es la antesala del abandono”.
En un ejercicio de soledad trémula el personaje comenzó al mejor estilo de Kafka a ensimismarse, a volverse insignificante para su mundo, a combatir quizás una enfermedad que lo hacía mirar el horizonte de forma confusa, y es que en su momento de lucidez siempre supo que “De la soledad extrema puede brotar una bulimia del alma, una depuración contemplativa del intelecto que tal vez atrofie la afectividad, como se atrofia la circulación sanguínea en una vena con trombosis múltiple, pero ennoblece a cualquiera que haya dominado sus ansias de compañía”.
El tercer cuento se titula “Drama de honor”, ubicado en un poblado del norte de México conocemos a Ramiro un doctor exitoso quien inventó un aditamento para esos periodos de recuperación que lo había hecho un hombre de dinero, si no millonario al menos sin problemas económicos. Su esposa era Tania, sabedora de las infidelidades de su marido, consciente de que las grandes decisiones requieren llamados de atención severos.
A partir de varias amenazas de parte de Tania, Ramiro intuyó que una nueva propuesta en su vida sexual podría además de mantener la flama del matrimonio encendida, proseguir con su vida de amante sin contemplaciones ni barreras. Las reglas eran claras, compartir con otro matrimonio la infidelidad sin reproches. El camino no fue dificultoso, la expectativa de parte de él era muy alta, mientras que de parte de Tania era más impulsada por el miedo a perder al marido si no le seguía la corriente. El desenlace es sorpresivo, de la mejor hechura que nos recuerda que el que se ríe se aguanta.
La siguiente pieza se llama “La vanagloria”, sin la carga sexual de otros, este cuento es un recuerdo de lo fugaz que es la fama, de la necesidad del reconocimiento inmediato y posterior, de esa precaria hambre que sienten algunos integrantes del mundo de la literatura que pulen sus oídos en espera de halagos pero con lo que chocan es con una realidad aplastante. Así vemos como a Juan Pablo, un escritor de provincia, casado con Toña y padre de una pequeña, un día recibe una carta del mismo Octavio Paz, una misiva que era respuesta con comentarios sobre su inédito poemario.
La carta ahora contaba con atributos de título nobiliario para el escribano, quien fue de inmediato al café Leg-Mu a encontrarse con sus amigos y contarles la buena nueva, de pronto se generó una necesidad de celebración, por eso la convocatoria para que en su casa hiciera la presentación oficial del documento, así como el bautizo entre bebidas alcohólicas. Pero antes de que llegaran los invitados en la fecha indicada la carta fue mancillada por rayones y tachones de su pequeña hija, naciendo así la leyenda de que el documento escrito y firmado por Octavio Paz era falso, desatando una serie de odios y amores propios, buscando “otra” recomendación, pues la esperanza de la presunción entró en conflicto con la discreción de la efectividad.
En “Material de lectura” vemos a Nicolás y a su esposa Mireya, él un viejo político que llegó a ocupar grandes cargos, guarda por ende relación con el cuento inaugural de la obra “Entierro maya”, pero aquí un viaje a Brasil es el pretexto para que la relación de pareja explote, se digan sus cosas de frente, sobre todo en él, quien vio la política de una forma digamos clásica, baste por ejemplo su descripción de un personaje de su alcurnia: “Un líder natural como Lucio vale más que mil tecnócratas graduados en Harvard. Ya quisieran esos juniors pendejos tener el colmillo de un dirigente riata y entrón que se ha forjado desde las bases. Pinches niños fifi: nunca han visto un pobre, ni siquiera ir a sus colonias, no vayan a mancharse los zapatos de lodo. Por eso cuando llegan al poder cualquier problemita les estalla en las manos”.
El final del marido es el comienzo de la libertad de ella, como reza un viejo adagio, pasaron a mejor vida los dos. Para eso sirven los viajes, ilustran, y más cuando lo que se mira de frente es la muerte, y la aventura, o el paso a una vida diferente.
El cuento “Cine cosmos” es el único de un amor homosexual, de ese amor clandestino y circunstancial, donde hombre de edad decaído por sus muchas razones, ahora sólo asiste al cine para ver de lejos a los jóvenes tener la más cachonda de las aventuras, y en una de esas se percata en su papel de cancerbero que su favorito a quien apoda “Kid Azteca” es sacado a empujones por supuestos policías judiciales. Ya afuera del cine se da la otra parte de la trama, la de la complicidad, la de ver la muerte de cerca, la de pagar, o al menos intentar, por su libertad, a final de cuentas de eso se tratan también las relaciones, de instintos de sobrevivencia.
“El manco Rodríguez” es una pieza interesante que de nueva cuenta toma a la política pero ahora desde otra perspectiva, la del integrante (hasta su expulsión) del partido comunista, con esa rara mezcla del que nunca alcanzó el brillo que deseó, y que sus sueños se vieron siempre frustrados por razones diversas, entre otras su supuesta traición. Un guiño especial son las porras al equipo de futbol Atlante, nada gratuita su aparición, pues es parte del perfil del protagonista.
Claude y Nadine son los personajes de “Los reyes desnudos”. Él, un músico que atrapa los sonidos de la vida cotidiana, ella una artista de expresiones modernas que no a todos convencía de lo que supuestamente llamaba arte. Pero como suele ocurrir el diablo se escondía en los pequeños detalles, en aquellos que no se dicen abiertamente, sino en los que se cuchichean, se dicen a discreción, en el secreto.
Como parte de su trabajo, Claude dejó una grabadora en la cocina de su casa para capturar los sonidos de una mañana normal en una cocina cualquiera, pero cuando escuchó lo allí captado, su sorpresa fue mayor. La verdadera opinión de su esposa sobre su profesión le dejó en claro el engaño y le dictó la venganza.
Luego llega “El converso”, que nos hace recordar a Anacleto Morones de Juan Rulfo, sólo que aquí el personaje se llama Genaro, un sacerdote de algún poblado de Michoacán quien tiene en la señora Leonor Acevedo a su amante, de hecho por culpa de una de esas tardes de pasión, no tuvo tiempo de darle la última confesión a Hilaria Martínez, afamada y querida por la comunidad, quien había soportado la desgracia de presenciar cómo su padre había asesinado a su madre siendo ella niña.
La trama juega con la imaginación de Genaro, pues los sonidos de un lloriqueo infantil lo distraen, éstos son provocados por el fantasma de Hilaria, quien en un momento de la narración confiesa sus pasiones por Melquiades (cuando era niña), hombre con quien su difunta madre se entregaba a escondidas, así como por él mismo, por un Genaro que supo en carne propia que “Las delicias de la carne crean una vana ilusión de inmortalidad, pero todo himeneo es en realidad la obertura de un réquiem”.
Cierra “La incondicional”, un breve monólogo en primera persona de parte de Evelia quien le narra a su moribundo esposo Saúl todo lo que le soportó a lo largo de su vida matrimonial, le dice, por ejemplo: “Reconoce que sin mí tu vida hubiera sido una eterna lucha contra el desamor”. Le echa en cara todo lo que pudo ser pero ella no se lo permitió, pues si hubiera sido así, otras mujeres lo hubieran atraído, y ella se hubiera quedado sin su hombre, sin a quien decirle mentiras para alimentar el ego. Con un ritmo impactante y un final que no decepciona, es un perfecto broche de oro para este volumen.
“La ternura caníbal” coloca en el lugar de los grandes narradores a Enrique Serna, con lenguaje sensual que inyecta de pasión no sólo la trama sino el ritmo de lectura. Que transmite, logra una comunicación especial con el lector, con personajes bien labrados. Con una interesante fijación por la década de los ochenta, la del desánimo nacional, con diálogos sinceros, reales, con los elementos pues para una literatura de calidad.