Rafael G. Vargas Pasaye

Creo que la trama no es lo mejor de este libro, sino el ritmo y los personajes. Sin embargo creo que la trama se vuelve interesante y sólida a partir de la forma narrativa. Y también creo que la forma de narrarlo es la adecuada para los personajes y el ritmo de la trama. Entonces, es un libro redondo, envolvente, atractivo capítulo a capítulo.
Aparecido en las mesas de novedades desde hace meses, La verdad sobre el caso Harry Quebert es una de esas obras que se mantuvo al pasar las semanas como un extraño partícipe en el convite literario, empezó a hablarse de él de a poco, pero sólidamente. Alrededor del autor se dijeron algunas cosas, que su juventud, que su nacionalidad sueca, que su familia en Estados Unidos. Sobre el libro mismo se empezó a escribir una historia paralela, sobresaliendo el hecho de que primero se tradujo a más de treinta idiomas, antes que al inglés, el original fue escrito en francés.
Todo un caso pues, pero hasta que se lee se entiende el por qué. Y es que el libro nos lleva a conocer la historia de Marcus Goldman, un joven exitoso escritor que de pronto se ve en los cuernos de la luna por la publicación de un best seller que le asegura su lugar (aunque sea momentáneo) en el parnaso del mundo de las letras. De pronto es una estrella, pero igual de pronto no sabe qué hacer, máxime porque los tiempos modernos exigen que la siguiente entrega tenga plazos definidos.
Para intentar encontrar un poco de inspiración se traslada a Aurora, en New Hampshire, donde radica su mentor, quien lo enseñara a escribir: su maestro y amigo Harry Quebert. Un hombre que había alcanzado la fama en el gremio intelectual gracias a la publicación de Los orígenes del mal, novela que en 1975 fue todo un éxito.
De hecho la novela de Joël Dicker (1985) hace una triangulación exacta entre ese tiempo que Quebert escribió su gran obra, 1998 (año y medio después de que Marcus Goldman alcanzara la luz más alta del reflector literario), y 2008, cuando se conoce el desenlace de toda la trama. Los tres tiempos se complementan a la perfección, ese juego de flashback que no en todos resulta afortunado en este caso se muestra de forma natural, lógica y hasta cierto punto benéfica.
A ello hay que sumar que la capitulación de la obra es un interesante ejercicio donde además de contarnos la novela perse, Dicker nos comparte un encuentro íntimo entre Goldman y Quebert, uno que conlleva el símil de la actividad de escribir con el box que Harry le inculcó a su discípulo. Allí nos hallamos pequeñas perlas que vale la pena su subrayado, dice Harry: “Nadie sabe que es escritor. Son los demás los que se lo dicen”, o esta otra: “Escribir un libro es como amar a alguien: puede ser muy doloroso”. Una más: “Ese es precisamente su trabajo como escritor. Escribir significa que es usted capaz de sentir mejor que los demás y transmitirlo después. Escribir es permitir a sus lectores ver lo que a veces no pueden ver”.
La historia por su parte no tiene desperdicio, es una lectura ágil aunque por momento apabullan sus 660 páginas, pero la trama, el ritmo, la construcción de personajes le hacen al lector el encuentro entrañable. La historia comienza, o debió comenzar, el 30 de agosto de 1975 cuando desapareció Nola Kellergan una bella joven de apenas quince años, desatando los demonios y los hilos que de forma intensa nos va dejando desmadejar Dicker. Otra de las riquezas del libro, que cada sección, capítulo, apartado, conlleva suspenso, como una serie de televisión que deja entrever lo que seguirá en la siguiente entrega.
Marcus Goldman, el exitoso escritor, en ese viaje para visitar a su amigo y mentor, empieza a encontrar las piezas para armar el rompecabezas que significó la desaparición de Nola. Como cuando hallaron el cuerpo de la joven en la casa de Quebert (con el manuscrito original de Los orígenes del mal entre sus brazos), y de allí el vaivén de emociones que incluyen un periodo de prisión para el mismo Harry Quebert.
De hecho, el impulso por lavar el nombre de su amigo hace que Goldman se vista de detective y comience una búsqueda que ya había empezado años atrás, pero que ahora tendría un final diferente, pues en aquél entonces no se había encontrado el cuerpo de Nola, y no se había llevado a nadie a la prisión.
Aquí vale la pena hacer un necesario paréntesis para conocer a algunos de los personajes de esta novela, pues en cada uno hay un eslabón necesario en la trama, ninguno sale sobrando: Elijah Stern, dueño de casa que rentaba y luego vendió a Harry Quebert y quien tuvo un amorío con Nola, David y Louisa Kellergan, papás de Nola, Tamara Quinn, dueña del local donde se supone Harry escribió Los orígenes del mal, su hija Jenny Quinn, eterna enamorada de Quebert, Luther Caleb, chofer de Stern y pieza clave de toda la historia, entre otros.
Al intentar escribir su nueva novela, lo que hace Goldman es desvelar los secretos del caso Harry Quebert y por eso se ve en la necesidad de seguir indagando, para descubrir la otra verdad, su verdad, la que le exige publicar su editor Roy Barnaski, un personaje como pocos, interesado siempre en el escándalo y en las ventas por millones, sabedor de que tiene una perla y antes de venderla la pule para sacarle el mayor brillo y el mejor precio. Tal vez dándole la razón a Quebert quien piensa que “Los libros se han convertido en un producto intercambiable: la gente quiere un libro que les guste, les relaje, les divierta. Y si no se lo das tú, se lo dará el vecino, y tú acabarás en la basura”.
De hecho el mismo Roy Barnaski le hizo a Marcus Goldman, de manera muy directa, una descripción de lo que era: “Usted es esclavo de su carrera, de sus ideas, de su éxito. Usted es esclavo de su condición. Escribir es ser dependiente. De los que leen o de los que no leen. ¡Eso de la libertad no son más que gilipolleces! Nadie es libre. Una parte de su libertad me pertenece, al igual que una parte de la mía pertenece a los accionistas de la compañía. Así es la vida Goldman. Nadie es libre. Si la gente fuese libre, sería feliz”.
El editor estaba consciente del poder de un escritor, ahora es Harry Quebert quien le argumenta a Goldman los porqués: “El paraíso de los escritores es el lugar donde se decide reescribir la vida como uno hubiese querido vivirla. Porque el poder de los escritores, Marcus, es que deciden el final del libro. Tienen el poder de hacer vivir o de hacer morir, tienen el poder de cambiarlo todo. Los escritores tienen en sus dedos una fuerza que, a menudo, ni siquiera sospechan. Les basta cerrar los ojos para cambiar radicalmente el curso de una vida”.
La trama sobre la muerte de Nola el lector debe buscarla directamente en las páginas del libro de Joël Dicker, una novela que atrapa, que entretiene y que se vuelve cómplice por la cercanía que provoca saberse parte de la misma, ya creador o personaje, ya admirador o admirado, ya amante o amado, porque también (y muy buena parte) este libro nos habla del amor.
Se lo dejó muy claro Quebert a Marcus Goldman en uno de sus encuentros: “Anhele el amor Marcus. Haga de él su más hermosa conquista, su única ambición. Después de los hombres, habrá otros hombres. Después de los libros, hay otros libros. Después de la gloria, hay otras glorias. Después del dinero, hay más dinero. Pero después del amor, Marcus, después del amor, no queda más que la sal de las lágrimas”.
La verdad sobre el caso Harry Quebert, de Joël Dicker, es un libro que llega por sorpresa (recomendado, regalado o por otra vía) y se vuelve de forma natural en uno de los consentidos. De esos, como señala el mismo Quebert, deja una sonrisa al cerrar la última página y mirar la portada, satisfechos de habernos conocido, invadido por un fuerte sentimiento, y con la seguridad de que para eso también sirve la literatura.

Joël Dicker, La verdad sobre el caso Harry Quebert.
Alfaguara, México, 2013; 657 pp.