DE MI CUADERNO

Galería de personajes entrañables

María Eugenia Merino

Faulkner no es —admitámoslo— un autor fácil y sencillito de leer; es, sí, deslumbrante por su lenguaje, fascinante por sus historias, conmovedor por sus personajes… y terriblemente complejo en sus estructuras narrativas pero, quizá por eso mismo, un reto al que hay que enfrentarse, como mal dice un dicho, flojitos y cooperando para disfrutar a este autor ganador de un Nobel de Literatura (1950) por sus extraordinarias dotes de narrador, y también —agregaría yo—, retratista de un sur devastado y devastador, creador de Yoknapatawpha, esa región mítica que se parece tanto, tanto al verdadero Mississippi que lo vio nacer y que él amó y sufrió y conoció tan bien.

El sonido y la furia, para muchos su obra más compleja —aunque yo titubearía entre ésa y Absalom, Absalom—, abre con un epígrafe nunca tan bien escogido para una novela: Out, Out, brief candle! / Life’s but a walking shadow, a poor player / That struts and frets his hour upon the stage / And then is heard no more: it is a tale / Told by an idiot, full and sound and fury / Signifying nothing. [Shakespeare, Macbeth, Act V, Scene 5]

Y qué otra cosa son la primera y segunda secciones de El sonido y la furia que una historia contada, respectivamente, por un idiota, llena de sonido y furia, y una sombra pasajera que tras de pavonearse de pronto no se escucha más.

Pero, ¡oh!, primera de muchas dificultades: la sección inicial corresponde al 7 de abril de 1928 y está narrada por Benjy. Pero va y viene presentándonos sucesos ocurridos, sin ningún orden cronológico, entre 1898, 1900, 1902, 1905, 1910 y 1928. Otra más, no hay ningún registro, en toda la novela, que nos indique que Benjy puede hablar. Y otra: tenemos que buscar pistas para saber si lo contado le está sucediendo al Benjy de tres años, al de 18, al de 15 o al de los 33 que tiene en el presente de la novela; y no lo podemos saber porque, al no hablar, tenemos que guiarnos sólo por sus pensamientos, asociaciones y sensaciones, que siempre son los de un niño pequeño…, porque Benjy tiene un profundo retraso mental.

 

Quién es Benjy

En primer lugar, Benjy no se llamaba Benjy.

Al nacer fue bautizado como Maury en honor de su tío Maury, hermano de su neurótica e hipocondriaca madre, que era un pillo redomado; cuando advierten la condición mental del pequeño, avergonzados y más preocupados por el qué dirán que por su bienestar, así como para lavar la ofensa al tío deciden cambiarle el nombre y llamarlo Benjamin, el más pequeño de la familia, que, al fin y al cabo, “es un nombre bíblico”.

De enorme complexión, y ojos azules muy claros, Benjy recibe de sus padres sólo negligencias y regaños. Es su hermana Caddy quien se hace cargo de él, actuando como una madre sustituta que lo provee del amor que la verdadera, egoísta y fría, y el borrachín de su padre no le dan. Los hijos y sobrinos de Dilsey, el ama de llaves y cocinera, son quienes se encargan de cuidarlo.

Por tanto, Benjy adora a Caddy, y espera todos los días su regreso de la escuela, junto a la reja. Es curioso que él sea capaz de darse cuenta de la promiscuidad de su hermanita adolescente porque ya “no huele como los árboles”, ahora usa perfume para agradar a los muchachos, pero para no contrariarlo corre a lavarse la cara y la boca cuando un chico la besa.

En cambio, Jason, el hermano mayor, es cruel y perverso con él, y con todos los demás, vale decir, sean o no sus parientes. En la fecha en que empieza la narración (el presente), es Semana Santa, y en el pueblo se presentará un espectáculo; Jason tiene dos boletos, pero decide quemarlos en lugar de dárselos a su hermanito y a Luster para que puedan asistir.

Una de las escenas más logradas de la novela es aquélla donde Benjy —durante la boda de Caddy— confunde la champaña con la bebida de sarsaparilla, por su color ambarino, y Faulkner ejerce toda su maestría para narrar a través de los ojos borrachos de Benjy una serie de imágenes “bizarras y distorsionadas” [ed. Gary Carey].

Cuando Caddy, ya casada, se va de la casa, Benjy espera inútilmente junto a la reja su regreso, y cuando ve acercarse a otras jóvenes intenta acercarse a ellas. Las chicas se asustan con ese enorme muchachote de quince años que balbucea y berrea por la hermanita a la que ya nunca verá. El padre de una de las niñas, creyendo que iba a atacarlas, lo golpea en la cabeza con un palo.

Mr. Compson, instigado por su hijo Jason, quien lo convence de que Benjy está ya en una edad en la que pudiera tener “urgencias sexuales”, decide castrarlo.

La escena inicial de la novela —que nos puede parecer demasiado confusa e ilógica pero que luego iremos adivinando— se desarrolla en un campo de golf frente a la casa de los Compson, en unos terrenos que la familia vendió para costear los estudios de Quentin en Harvard. Benjy —que en este momento tiene 33 años— y Luster buscan monedas perdidas para poder asistir al espectáculo; escuchan los gritos de  los golfistas llamando ¡caddie, caddie! al chico que los ayuda a recoger las pelotas de golf que pierden. No es difícil adivinar a lo largo de la narración que Benjy asocia la pérdida de las pelotas con su propia castración, y los gritos de los golfistas con la ausencia de su adorada Caddy.

Jason es quien, por supuesto, al final de la novela, muertos sus padres y su hermano Quentin, que se suicidó, y desaparecidas su hermana Caddy y su sobrina Quentin —sí, ambos, hermano y sobrina tienen el mismo nombre—, vende la propiedad que durante años perteneció a los Compson e interna a Benjy en un manicomio estatal.

¿Podemos encontrar otro personaje más dañado y entrañable que Benjy?, ¿más digno de compasión y afecto?

El sonido y la furia, clásica historia y clásico final de William Faulkner, quien nunca hizo concesiones con su literatura. Para quien se atreva.

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