Es altamente rentable para políticos que no lo han leído

Humberto Musacchio

El Nocturno de San Ildefonso debería ser lectura obligatoria para todos los estudiantes de bachillerato, para todos los jóvenes que sueñan con cambiar el mundo. Quien desee conocer al Octavio Paz de izquierda, que indague en sus vibrantes poemas de la Guerra Civil Española. El que desee escuchar la música de las palabras que lea en voz alta Piedra de sol, formidable himno al amor y a la vida. Los que pretendan ahorrarse el psicoanálisis que se metan en Pasado en claro, el doloroso ajuste de cuentas del poeta con su familia y con su pasado.

Octavio Paz era un ensayista de polendas. Tenía ideas propias, pero no dudaba en tomar las de otros si servían a sus fines. Alguna vez, para justificar esa práctica, dijo que “el lobo se alimenta de corderos”. En el caso de El laberinto de la soledad, tal vez su obra más celebrada, la carne de oveja la ofrendaron los autores de “la filosofía del mexicano”.

Pese a su fuerte carga especulativa, o quizá por eso mismo, no hay mejor acercamiento a Sor Juana que Las trampas de la fe, libro explicablemente impugnado por algunos intelectuales católicos a los que Paz, siempre dispuesto a la reyerta, respondió en forma puntual, contundente e innecesariamente soez. Pero el ánimo belicoso estaba en su naturaleza y afloraba a la menor provocación, como aquella vez —en los años setenta— en que respondió a los jóvenes que lo criticaban desde el suplemento de Siempre! y los comparó con perritos que se arriman a orinar el pedestal de las estatuas.

Alguna vez dijo Octavio Paz que sus lectores más atentos estaban en la izquierda. Tenía razón. En ellos suscitó la duda y promovió la búsqueda de argumentos; de ellos recibió la lectura crítica que merece todo gran escritor; con ellos se vio obligado a aguzar sus dichos y a refinar su pensamiento. Con su muy cultivada tendencia al ninguneo, muchas veces no respondía a los argumentos de quien le hablaba desde la casa de enfrente, pero en esos casos se valía de amanuenses dispuestos a combatir toda herejía, los mismos que hoy descansan en Paz. Pese a él y pese a ellos, Paz, de manera intencional o sin quererlo, fue promotor de los más apasionados debates intelectuales del último tercio del siglo XX.

Más de una vez se equivocó en forma rotunda, por ejemplo, cuando acusó a Elías Trabulse de plagiar a Octavio Paz —¿a quién más?—. En esa ocasión recibió puntual respuesta del aludido, así como de Jorge Alberto Manrique y Edmundo O’Gorman, quienes dieron fe de la honestidad  intelectual de nuestro gran historiador de la ciencia, honestidad por lo demás bien conocida. Las respuestas se publicaron en la revista Vuelta, que dirigía el propio Paz, pero ni por eso retiró de sus Obras completas el injusto ataque lanzado contra Trabulse.

Cuando se presentó en México una exposición de Frida Kahlo y Tina Modotti, muestra que había recorrido con inmenso éxito varias capitales europeas, Paz lanzó contra las dos creadoras un ataque que mostraba a las claras su poco aprecio intelectual por el género femenino, pues ambas mujeres aparecían como meros apéndices de sus parejas: de Diego Rivera una y de Edward Weston o Vittorio Vidali la otra. Aquel texto escurría el anticomunismo de que Paz hizo gala buena parte de su vida y estaba lejos de ajustarse a la verdad. Pero también lo dejó en sus Obras.

En esta hora tan nublada por la abundancia de incienso, cuando el Paz muerto es altamente rentable para políticos que evidentemente no lo han leído, cabe recomendar un permanente retorno a su obra, fuente de innumerables sugerencias intelectuales, correa de transmisión de un talento incomparable por único entre otros muchos talentos que también merecen nuestro homenaje. Y si algo hiciera falta, bastaría con recordar la valentía, el altísimo ejemplo de dignidad que desplegó Paz en una hora aciaga para México: su renuncia a la embajada de la India después de la matanza de Tlatelolco. Quedémonos con ese inmenso ciudadano, confrontémonos con sus ideas, disfrutemos de su poesía. Ése ha de ser el mejor homenaje a su memoria.