La democracia no es una panacea

 

 

La democracia necesita una virtud: la confianza.

Sin su construcción, no puede haber una auténtica democracia.

Victoria Camps

 

 

José Fonseca

Decía hace unos días don José Woldenberg que el aparente desencanto con la transición democrática podría tener su origen en que los sucesivos gobiernos no han logrado reducir los índices de pobreza y desigualdad, que el desempleo parece ser crónico y, sobre todo, no hemos recuperado la capacidad de ser una sociedad de oportunidades.

Quizá tenga razón, porque desde hace 20 años las elites política y académica nos presentaron la democracia como una panacea, el remedio para todos los males de México y de los mexicanos.

Pero también puede ser que el desencanto con la transición democrática sea responsabilidad de los actores políticos que, desde los partidos, no han sido capaces de promover el arraigo de una cultura democrática. Por el contrario, arrastrados por sus ambiciones, a veces obsesivas, se han ocupado de sabotearla.

Creo que fue George Bernard Shaw quien dijo que para que un pueblo pueda vivir la plenitud de una democracia, primero tiene que aprender a perder. Eso es lo que no han aprendido la mayoría de los actores políticos.

Así, el desencanto con la transición democrática bien puede deberse también a que la gran mayoría de los políticos, de todos los partidos, son malos perdedores, han sido incapaces de absorber el shock que representa que una mayoría, por pequeña que sea, los rechace.

Son los mismos que nos repiten el discurso de la necesidad de avanzar en la transición. Malos perdedores, como son, no quieren aceptar que la transición democrática ya ocurrió.

 

Les pasó lo que a los vendedores de carros usados que inventan mil pretextos para explicar porqué el carro que nos vendieron tiene fallas.

Los actores de las elites políticas y académicas, no pocos insertados en los medios de comunicación, no quieren reconocer que la democracia que nos vendieron nunca ha existido, que la democracia no es un sistema económico que resuelve los problemas de la desigualdad y la pobreza, que la democracia es un sistema que, de manera civilizada, ordenada y pacífica permite a los ciudadanos de la república elegir a quienes nos van  gobernar. Nada más, pero nada menos.

Las élites políticas y académicas no reconocen que nos mintieron. No aceptan que la democracia no cumple caprichos ni endereza jorobados.

 

                                                             jfonseca@cafepolitico.com