75 aniversario de su arribo

Mireille Roccatti

Este año conmemoramos el 75 aniversario del exilio español, si bien comenzó desde 1936 y se prolongó hasta la posguerra. En nuestro caso, además de exiliados individuales, recibimos colectivamente en 1937 a los denominados “niños de Morelia”, que eran algunos niños huérfanos de la guerra civil o hijos de algunos combatientes republicanos que se ponían a salvo de las vicisitudes del conflicto bélico.

La suerte de la segunda República Española, que terminó trágicamente el proceso democratizador de España, obligó a los perdedores de la contienda y a los simpatizantes republicanos a abandonar su tierra natal, ante la inminencia de perder la vida ante el ciego furor revanchista de los militares franquistas, que vencieron en la guerra civil con el apoyo logístico, militar y político del fascismo y el nacionalsocialismo, y la sordera y ceguera de las democracias occidentales: estadounidense, inglesa y francesa, principalmente.

Entre todos los países del orbe, México se destacó por su solidaria actitud de apoyo a la República Española frente a los militares golpistas, a la cual auxilió con armas y no impidió el traslado de simpatizantes que se integraron a las brigadas internacionalistas, entre quienes destacó el pintor David Alfaro Siqueiros, El Coronelazo. Además de ser México de los pocos países de la Sociedad de las Naciones que condenaron la grosera intervención militar del nazifascismo en el conflicto español.

Esta desafortunada circunstancia, esta tragedia, terminó por convertirse para nuestro país en un hecho afortunado, de los cerca de 400 mil exiliados, llegaron a nuestro territorio cerca de treinta mil, de los cuales un 25% eran destacados intelectuales, que enriquecieron la cultura y la docencia. El resto, en su mayoría hombres de bien y de trabajo, pronto destacaron en la industria y el comercio. Inyectaron a nuestra sociedad sangre nueva, valores y pronto se volvieron mexicanísimos.

El exilio español fue durísimo, a la tragedia misma de abandonar la patria donde se ha nacido, derrotados y con la pérdida en muchos casos de familiares cercanos, se enfrentaron a la indiferencia, o a la abierta hostilidad y persecución, como sucedió con quienes esperanzados con huir a la cercana Francia —cuna de las libertades— terminaron encerrados en campos de concentración o casi esclavizados en pelotones de trabajo en los caminos franceses. México acudió en su ayuda y hombres como Gilberto Bosques, Daniel Cosío Villegas, diplomáticos nuestros, pudieron salvar la vida de centenas o miles de españoles. Citarlos aquí es un homenaje mínimo a su grandeza y calidad humana.

El destino de la diáspora, además de México: Francia, Argentina, URSS, Chile, Cuba, Dominicana, Venezuela, Estados Unidos e Inglaterra. Todos estos países ganaron; España se desangró de talento y nobleza. En nuestro caso, a excepción de algunas irracionales muestras de xenofobia, la gran mayoría de la sociedad acogió y apoyó a los exiliados, que arribaron a nuestras costas a bordo de los buques Sinaia, Ipanema y Mexique; y quienes, en voz del gran filósofo José Gaos, se convirtieron en trasterrados, en oposición al concepto de desterrados. Unas de las instituciones culturales que debemos al exilio español son la Casa de España, hoy El Colegio de México y el Fondo de Cultura Económica.

Entre la pléyade de españoles que tuvimos la fortuna de recibir, destacan: José Gaos, Max Aub, Tomás Segovia, León Felipe, Luis Cernuda; Juan Rejano, Niceto Alcalá Zamora, expresidente de la república; Luis Recasen Siches, Joaquín Rodríguez y Rodríguez, Constancio Bernaldo de Quiroz, Mariano Jiménez Huerta, Mariano Ruiz Funes, Manuel Pedroso, Demófilo de Buen, Rafael de Pina, José Miranda, Wenceslao Roces, Adolfo Sánchez Vázquez, Luis Jiménez de Asúa, Carlos Boch García, Odón de Buen, y decenas o centenas más a quienes por razón de espacio nos resulta imposible citar.

El México de hoy sería distinto sin el aporte luminoso de los trasterrados españoles.