Desmantelar el crimen en Michoacán

 

La misma esperanza deja de ser felicidad

cuando va acompañada de la impaciencia.

John Ruskin

 

José Fonseca

En Michoacán tuvo que intervenir el gobierno federal para que el resto de la república empezara a darse cuenta de cómo las bandas criminales, como las células cancerosas, pueden contagiar el tejido social, hasta que se nos dificulta distinguirlas de las células sanas.

No es novedad el cultivo de drogas en territorio michoacano; pero siempre estuvo focalizado en ciertas zonas y de alguna manera era una actividad ilegal más, que no afectaba a la sociedad.

Lo que fue novedad fue cómo las bandas criminales dedicadas a esa actividad empezaron a diversificarse, a actuar con violencia contra los ciudadanos y sus comunidades.

Quizás el catalizador de la situación michoacana fue la irrupción de las bandas criminales de Los Zetas, las cuales además de buscar el control de la entidad como ruta para el trasiego de cocaína y sitio para la fabricación de metanfetaminas —la droga de moda en Estados Unidos— llevaron el cobro de piso, la extorsión a los sectores productivos, hasta el límite de la tolerancia de los michoacanos.

El surgimiento de La Familia fue, originalmente, para combatir a Los Zetas. Lo lograron, pero luego se transformaron en Los Templarios y replicaron sin el menor escrúpulo las prácticas de extorsión y cobro de derechos de aquéllos a quienes combatieron.

La ventaja para Los Templarios fue su conocimiento de la sociedad michoacana, supieron cómo y a quiénes presionar. Igual a políticos que a empresarios y agricultores.

Así, las bandas criminales se mimetizaron en la sociedad michoacana. Tanto, que aunque el gobierno del expresidente Felipe Calderón intuía lo que ocurría, nunca, a pesar de las ofensivas de todo un sexenio, pudieron erradicarlas. De otra manera, no se hubiera dejado el control del estratégico puerto de Lázaro Cárdenas a Los Templarios.

Desmantelar las estructuras criminales en Michoacán, exigirá de la misma paciencia del médico que aplica un tratamiento contra un tumor canceroso. Primero lo aísla, luego empieza a destruir las células cancerosas, procurando no dañar las células sanas.

Es una tarea que exige paciencia. Restablecer el orden y la tranquilidad en Michoacán requerirá de igual paciencia. Si quiere tener éxito el gobierno de la república, no puede dejarse impresionar por la impaciencia en muchos sectores de la opinión, sobre todo en la ciudad de México.

No es una carrera. Es una jornada de largo aliento. Habrá tropiezos, pero no puede interrumpirse. Curioso, para esta tarea parece más adecuado aquel consejo de Kalimán: serenidad y paciencia.

 

                                                     jfonseca@cafepolitico.com