“Ponerse las pilas” a la voz de ya
Raúl Jiménez Vázquez
Las reformas estructurales impulsadas por el Ejecutivo, apuntaladas por la abrupta eliminación del área estratégica de los hidrocarburos y la electricidad, estuvieron antecedidas por una campaña mediática cuyo propósito medular fue hacer manifiesta la intención gubernamental de “mover a México” y convertirlo en un caso de éxito a nivel internacional.
Tal afán responde a la idea de que el movimiento es per se símbolo de cambio y modernidad; empero, este concepto es debatible pues más que despliegues hiper-quinéticos, acrobacias y alardes de fuerza bruta, lo que se requiere a veces es hacer una pausa, serenar la mente, mirar las cosas con objetividad, aplicar enfoques sistémicos y técnicas del pensamiento complejo, tomar conciencia de la condición falible y mortal del ser humano, y desistir de sueños guajiros y delirios de grandeza.
La creencia de que el movimiento es el preludio del éxito proviene de la utopía del progreso emergida del siglo de las luces y cristalizada con la revolución industrial, misma que fue estrepitosamente derrotada cuando miembros de una sociedad avanzada, como la alemana, se abocaron al exterminio cruel de más de 10 millones de personas mientras escuchaban a Bach, se conmovían con poemas de Rilke y cultivaban amorosamente los jardines floridos sembrados dentro de los campos de concentración. Esta es la razón por la que teóricos de la talla de Zygmunt Bauman, Jurgen Habermas, Jacques Derrida y Gilles Lipovestky cuestionan severamente dicha modernidad.
La fijación por el progreso que tiene el equipo gobernante está focalizada en el sector económico, sin embargo, en otros ámbitos impera un ambiente de total retroceso el cual transmite la imagen de un país anclado en el primitivismo y poco propicio para las inversiones. Tal es la percepción que se desprende del informe sobre la visita a México realizada el año pasado por el Relator de la ONU sobre Ejecuciones Extrajudiciales, donde se destaca que los atentados contra el derecho humano a la vida se encuentran en un nivel intolerable y que esta gravísima patología básicamente se debe al hecho de que a las Fuerzas Armadas les han sido asignadas tareas concernientes a la seguridad pública.
A lo anterior se suman los hallazgos del Relator de la ONU sobre la Tortura, derivados de la investigación in situ practicada hace unas semanas, de los que se concluye categóricamente que la tortura es una práctica generalizada y que la infinita mayoría de los responsables de esta grave afrenta a la dignidad humana gozan de protección e impunidad, incluidos militares.
La persistencia de las torturas y ejecuciones sumarias es una vergüenza nacional. Las autoridades deben “ponerse las pilas” a la voz de ya; para ello tienen que hacer a un lado la ceguera de taller y entender que la preservación de los derechos humanos es la primera y más genuina muestra de la modernidad democrática.
