Tras 20 años
Teodoro Barajas Rodríguez
Aquella madrugada del primero de enero de 1994, México se cimbraba ante el levantamiento insurgente del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, de manera paralela iniciaba su operación el Tratado de Libre Comercio, los antagonismos al extremo, la épica comenzaba.
México es un país de símbolos, tradiciones, una sorda lucha inagotable entre pasado y presente que aún no alcanza a trazar el plano del futuro. El subcomandante insurgente Marcos ha dejado de existir para dar vida al subcomandante insurgente Galeano en homenaje al profesor zapatista José Luis Solís, quien fue acribillado el pasado 2 de mayo, el icónico personaje de pasamontañas, pipa y cananas decidió cerrar un capítulo para abrir uno nuevo, diferente.xw
Al margen de la ingeniosa narrativa de Marcos, vale vigorizar la memoria para regresar por el sendero marcado por el EZLN, la exposición de motivos de los indígenas insurgentes en 1994 resultaba inapelable porque la marginación, abandono, pobreza, entre otros flagelos fue una suerte de caldo de cultivo para diseñar estallidos sociales.
Las ventajas de la globalización operaron como las tácticas exitosas, el mundo conoció las heridas del México profundo aún frescas, alejadas del oropel color simulación del régimen salinista que cerró su ejercicio entre sangre e incertidumbre.
Marcos fue el estratega mediático esperado por el movimiento insurgente, en la arena de la opinión pública ganó el lance para que los ojos de la comunidad internacional viraran a su favor, aunque al final los indígenas mexicanos continúan entre pobreza y marginación.
Transcurrieron 20 años desde la irrupción del EZLN en el sureste mexicano, se aplicaron esquemas de organización social con el sello de la democracia participativa en diversos municipios de Chiapas, se recorrió el país en aquella marcha con el color de la tierra, se desgranaron los símbolos de resistencia en un mundo infectado de neoliberalismo.
El EZLN ocupó un sitial para elevar la voz, señaló la pobreza, el olvido, la discriminación y una larga lista de males, ha sido un reducto de una izquierda distinta pero real, más allá de sus simpatizantes o malquerientes que suelen polemizar o polarizar en un país habituado a ello.
Marcos se despide entre el simbolismo tras 20 años del movimiento, en que decidió ocupar un vacío en la opinión pública, los acuerdos de San Andrés fueron ignorados por la clase política tradicional, la teología de la liberación tuvo su influencia entre el discurso y la praxis, queda el testimonio del tatic, el fallecido obispo don Samuel Ruiz y los catequistas de San Cristóbal de las Casas, siempre minusvaluados por la alta jerarquía eclesiástica durante el pontificado de Juan Pablo II.
Marcos exaltó la multiculturalidad, pero los afanes del neozapatismo no alcanzaron para derrocar un sistema en el que la discriminación y el repudio a lo diferente es una práctica común, las utopías delineadas desde las montañas y selvas del sureste no se convirtieron en realidades.
