Gonzalo Valdés Medellín
La recepción del Premio Cervantes de Literatura 2013 por la escritora mexicana Elena Poniatowska el pasado 23 de abril, vino a dar un golpe de luz a tanta oscuridad que sigue embargando a nuestro país. Premio merecidísimo, que reconoce la labor de más de 50 años de trayectoria como escritora y periodista de Elena Poniatowska, éste es también el primer premio concedido a una mujer mexicana, antecedida por muchos de los más importantes exponentes de las letras mexicanas del siglo XX, empezando por Octavio Paz, siguiendo con Carlos Fuentes, Sergio Pitol y José Emilio Pacheco, todos, con una obra sólida, vasta, controversial y que ya es patrimonio de la historia literaria de México e Iberoamérica. Y no hay quinto malo, diría la voz popular, porque la obra de Elena Poniatowska no sólo es diversa, rica, propositiva, discernidora de su tiempo y su momento histórico, sino clave en las tendencias literarias de la segunda mitad del siglo pasado. Por esto mismo, la obra de Elena Poniatowska es importante, y por lo mismo, se constituye como una obra que merecía un reconocimiento con un premio como el Cervantes, que ha sido parangonado, no sin sustento, con el mismo Premio Nobel de Literatura.
La periodista dio paso a la narradora, la narradora descubrió en sí misma a la biógrafa y a la historiadora, y la obra de Elena Poniatowska nos ofrece un mural de odisea de los momentos más culminantes de la historia de México desde el 68, pasando por las contiendas ferrocarrileras; las voces del terremoto de 1985, las voces mismas de los protagonistas literarios que ejercieron ruptura y revolución a nuestras letras (Fuentes, Rulfo, Rosario Castellanos, José Agustín, Parménides García Saldaña… los conjuntados en la literatura de la Onda, y en ese libro de magistral penetración ensayística-biográfica-humana que es ¡Ay, vida no me mereces!). Pero la mujer Elena se revertió en su creación a través de la mujer en general y muchas mujeres, famosas y/o anónimas han aparecido en sus escritos, narraciones, reportajes, cuentos, novelas… Desde la ya legendaria Jesusa Palancares de la novela Hasta no verte, Jesús mío, relato aún vigente y sobrecogedor de la vida dura, la que se vive en el trabajo y por el trabajo, en una soldadesca femenina que da eco a los ríos de sangre de la Revolución Mexicana de 1910 y que nos restituye vibrante el color local, el costumbrismo de un México que ya no existe, a través de esas manos de mujer trabajadora, de mujer del pueblo que sabe gritar, mentar madres, amar, rogarle a Dios y dar con el mazo al destino que en algún momento se convertirá en muerte y en promesa de reencarnación, cuando el espíritu del Hermanito Luz de Oriente, conduzca a Jesusa a su nueva vida en otra vida, en otra época, en otro tránsito, porque Jesusa como buena “cuerpo de mediumnidad”, siempre sabe, al referirnos su vida y sus dolores en la pluma ávida e incansable de Elena Poniatowska, sabe pues Jesusa, que hay otra vida y siempre mejor que ésta, porque “ésta está de la patada”, porque finalmente la reencarnación no es comprobable, lo es el hambre, el trabajo cansado, los pésimos sueldos, la pobreza, la marginación, lo demás es metafísica y fe. Es evidente que con Hasta no verte, Jesús mío, concluye realmente la llamada Novela de la Revolución. Otras mujeres no anónimas, que fueron centro de nuestra vida cultural, ejerciendo su derecho a crear, a vivir de sus creaciones, a conducirse con pasión ante el mundo que se les revelaba, también aparecen en la historia literaria de Elena Poniatowska Amor: Tina Modotti, la fotógrafa revolucionaria (en Tinísima); Angelina Belloff, atribulada por el abandono de un Diego Rivera indolente ante el amor-pasión (Querido Diego, te abraza Quiela); Leonora Carrington, la surrealista, la pintora, la cuentista, la intelectual, protegida por Renato Leduc en México y enamorada locamente de Max Ernst y de México país que le descubre la verdadera luz del significado estético y espiritual de la palabra surrealismo (en Leonora). Todas, novelas excelentes, de gran aliento formal, de enorme bagaje cultural, de extraordinaria belleza interior que, a través de la vida, y del recuento de las vidas de estas mujeres (si no grandes en su peso histórico —salvo quizás el caso de Carrington— sí grandiosas en su humanismo y su búsqueda de la verdad y del amor), descubren a un México dotado de grandeza, de historia, de luchas, de dolores, de sinsabores, de heridas que tardan o tardarán en sanar aún durante mucho tiempo, como la matanza de Tlatelolco que dio pie a la escritora, a la periodista, para conjuntar las voces, los testimonios, las denuncias, las rabias, las impotencias de las víctimas sobrevivientes, de los testigos de cargo de una represión gubernamental brutal, vergonzosa, inconcebible… La noche de Tlatelolco es un libro emblemático de la libertad de expresión, del anhelo democrático, de la valentía del periodista en una época como en la que se escribió, donde el periodista se jugaba la vida cada vez que escribía de los crímenes del gobierno. Elena Poniatowska no tuvo miedo, subvirtió el orden al uso y externó con este libro un gajo de la epopeya fracturada del Movimiento Estudiantil de 1968, un gajo que se convertiría a lo largo de las siguientes décadas en fruta jugosa, en ejemplo para las jóvenes generaciones de periodistas y escritores, de lectores, que aprendieron que la literatura también era un arma de concientización, sin dogmas, sin panfletos, sin pantomimas, sólo así, exponiendo la realidad como una cámara que recoge imágenes elocuentes, dolorosas, a través de la obra de Elena Poniatowska impresa en los periódicos, en los suplementos culturales, en los libros publicados por era, como La noche de Tlatelolco, libro que al ser editado por primera vez tuvo ingreso inmediato e imperecedero en el subconsciente colectivo mexicano, porque 2 de octubre no se olvida, ni se olvidará.
A la trascendencia de La noche de Tlatelolco, o la depuración estilística de Leonora… habría que sumar tantísimos libros escritos por Elena Poniatowska que sería imposible comentar en este espacio, pero cómo olvidar esos cuentos de magnetismo filosofal como los acuñados en Lilus Kikus, o la incisiva recreación del alma femenina —anhelo de tantos y tantas escritoras de todos los tiempos, pero que en mucho nos recuerda Elena a la gran Virginia Woolf— en De noche vienes… O la voz de los desamparados, de esa madre a la búsqueda de su hijo que será ejemplo —otra más— para las Madres de la Plaza de Mayo: Rosario Ibarra de Piedra, de quien Elena Poniatowska nos debe aún la gran novela que empezó a trazar allá por los años ochenta… O esas voces atravesadas en el zócalo del tiempo gritando “chichicuilotitos tiernoooosss…”, o las enternecedoras páginas de El último guajolote. Elena ha publicado otras grandes novelas como La “Flor de Lys”, La piel del cielo, Paseo de la Reforma que abarcan una parte de sus libros de memoria personal unida a sus libros periodísticos, sus crónicas, sus entrevistas, porque es cierto que ella es una escritora que hizo del periodismo un género literario y de la literatura un género periodístico. Porque es necesario recordar que antes de Elena Poniatowska, la literatura era muy otra, como el periodismo, y Elena nos enseñó a ver la literatura con otros ojos y a enfocar el periodismo con otras lentes. Revolucionó el sentir, el ánimo literario de la segunda mitad del siglo XX insuflando a la literatura las novedades y el rigor del ejercicio periodístico, del nuevo periodismo mexicano. Por todo esto, y más, el Premio Cervantes 2013 resulta muy merecido para una mujer como Elena Poniatowska que ha sabido, además de ser una gran hija, madre, hermana, esposa y abuela, ser una escritora de tiempo completo, sin dejar de lado su vocación por la escritura. Fue muy emotivo su discurso en España, verla orgullosa en su vena mexicanista, latinoamericanista, combativa, “rebelde”, sin inclinarse ni ante príncipes ni poderosos, sino todo lo contrario. Elena Poniatowska dignificó a México con sus realidades cruentas, con sus pasiones encontradas y encendidas, y lo hizo con grandeza. Loable fue que Televisa transmitiera en vivo, íntegramente, la recepción del Premio y el discurso de la escritora y coronara una vida dedicada a las letras, al reportaje, a la vida misma, siempre siendo fiel a espejo diario, congruente.
A sus 82 años Elena Poniatowska sigue siendo la misma joven autora que entrevistaba celebridades, la misma mujer madura que enfrentó la historia inmediata de su pueblo a través de sus crónicas y reportajes, y la misma mujer entregada a la pasión por vivir que es escribir. Quizás Elena Poniatowska alguna vez haya leído lo dicho por Ernest Hemmingway: “A mí el ser reportero me ayudó a entender qué es la escritura; entrevistar a la gente te ayuda a aprender a oír y aprender a oír es el secreto de ser escritor”. Elena Poniatowska no sólo aprendió a oír con fines literarios, aprendió a gritar en sus escritos, y nos hizo entender que la literatura no es sino reflejo de ese espíritu de grito que todo ser humano lleva dentro de sí y que es la libertad.
¡Enhorabuena, Elena Poniatowska, Premio Cervantes 2013! Tu reconocimiento enaltece a nuestro México y te designa como lo que ya todos sabíamos que eres: una mexicana universal.