Carlos Olivares Baró
Se desarrolla en los años noventa, y tiene como escenario la Ciudad de México; se trata de la obra que obtuvo el 2º Premio de Novela Latinoamericana, La vida es de mentira (Ediciones B, 2014), de Raúl Ortega Alfonso (La Habana, 1960). Una comitiva de criaturas desamparadas desfila por los pliegos de una historia en la que un humor teñido de poesía devela los trances de una aventura solazada y triste a la vez: un túnel de compasivas mentiras, testimonio de una época en que la emigración cubana protagonizó muchos arrojes en un cruce de cultura determinante en los perfiles del fenómeno cubamex.
La vida es un prodigioso convite de ilusiones: arrobamientos de disimulos piadosos que el autor de Fuácata pone a disposición de los lectores. Gozosa lectura que pone al descubierto el mundo soterrado del exilio reciente de muchos cubanos en México. Personajes de carne y hueso que convencen por sus rasgos tragicómicos no exento de orfandad, tristeza y soledades. Humor y erotismo que rozan lo rufianesco.
El Asaltado, personaje heredero de la mejor tradición de la picaresca española, relata sus aventuras entre conquistas eróticas, traiciones, plagios y quimeras. Ejercicio de cabalidad narrativa con eficaz enunciación discursiva. Fusión de improntas y “gestos cubanos” con caprichos y denuedos mexicanos. Relator que conoce muy bien al país azteca y, hasta cierto punto, le rinde homenaje.
El bar Mama Rumba, actuante de fuerza medular en la trama. Desfile de personajes inolvidables. Novela cubana-mexicana que no cae en esquemas ni modelos estereotipados. Visos poéticos de un prosista que sabe erigir voces y escenarios veraces con vigoroso oficio.
Narrada en primera persona por El Asaltado, la Hija, el Violinista: relator que logra mudas temporales-espaciales de gran eficacia retórica. Soliloquios dilucidados por El Asaltado de gran fuerza lírica: reflexiones sobre la poesía, el erotismo, la muerte, el exilio, la música, la esperanza y el dolor.
Polifonía enmarcada en el desenfado, pero también en esas galerías donde el arrobo del abatimiento suscribe la vida. Retrato veraz del odio en la configuración dramática madre-hija; testimonio de la probidad y el decoro todavía posibles en los seres humanos (Violinista); y la cabalgata de un tramposo (Asaltado) que, a veces, produce repugnancia, y, en la mayoría de sus procaces gestos, conmiseración. Indiscutible muestra de la pujanza de la narrativa cubana del exilio.
La Cultura en México, de Siempre!, conversó con el poeta y narrador cubano-mexicano, Raúl Ortega Alfonso.
—¿Qué es, a fin de cuentas, esta novela premiada?
—Raúl Ortega Alfonso: La vida es de mentira es la tercera novela de una trilogía que se titula Los herederos de la caída, la cual se desarrolla en los primeros años de la década del noventa en Cuba y concluye en México a finales de la misma. La primera, Fuácata, se publicó en 2012 por la editorial mexicana Terracota; la segunda (inédita) se llama Salón para menstruar en paz.
—Cuéntanos un poco sobre los trasiegos de esta novela.
—Este texto que ha sido premiado lo quiero mucho porque me ha acompañado en mis años de escritor inédito —ineditud se me antoja llamarle— durante mis casi veinte inviernos de emigración; antes con el título El túnel de la mentira, estuvo entre las cuatro finalistas del premio Herralde de novela en 1998, cuando el chileno Roberto Bolaño obtuvo el galardón con Los detectives salvajes, pero no fue publicada por Anagrama. Después fue rechazada por varias editoriales; finalista del premio Joaquín Mortiz de México, tampoco editada por el Grupo Planeta.
—¿Quién es El Asaltado?: personaje que produce reacciones encontradas en los lectores.
—El personaje principal de la novela (alrededor del cual los demás personajes van tejiendo sus historias), antihéroe que echa mano de la impostura para lograr sus objetivos. Estafador, mentiroso, traicionero, libidinoso, y sobre todo obsesionado por las mujeres, El Asaltado nos cuenta sus aventuras desde que se casa con una mexicana en la Isla para tratar de escapar, hasta que llega al aeropuerto del Distrito Federal acompañado por ella y se le esconde en el baño de mujeres de la terminal para empezar su odisea henrymilleriana.
—¿El Violinista es, hasta cierto punto, un antagonista dramático de El Asaltado? ¿Qué quisiste representar con esa discordante dicotomía semántica en los gestos de estos protagonistas?
—Otros de los personajes, El Violinista, quien también va contando su historia en primera persona. Esta contraposición con El Asaltado, me permite añadir un poco de “esperanza” en mi fabulación: aún pueden existir personas “honestas, bondadosas, sinceras”, aunque en el plano personal no lo crea: es una tesis del narrador (el narrador no es el autor). También se escribe para imaginar que el hombre no es sólo el depredador que conocemos. La literatura es como un biombo que separa al hombre de su próximo asesinato. Nos salva. Nos entrega el tanque de oxígeno debajo de la cloaca. Aunque sea por un segundo, nos recuerda que sí existe alguna diferencia entre nosotros y el zarpazo de la dentellada. Ese instante que nos regala la ficción nos basta para alejarnos del suicidio o el crimen.
—Novela polifónica, coral. Observo lo mismo en Fuácata, Robinhood.com y Tu desnudez en el aliento. ¿Por qué?
—Creo que sin yo proponérmelo, este coro de voces narrativas en mi literatura siempre me ha conducido a la alternancia para arribar en realidad al puerto al que he querido siempre llegar: mis personajes femeninos en primera persona. Si existiera algún valor en mi obra dentro del corpus de la literatura cubana tendría que ver con el travestismo de mis narradores, con operaciones incluidas para convertiros en narradoras.
—¿Sustitución, metamorfosis, embozo?
—No trato de sustituir nada: habla mi otra mitad, la madre que me habita, la hermana que me arrenda, la novia, la amante, la esposa que me ocupan, y que gracias a ese Dios, en quien no creo, son más fuertes que mi “demostrable virilidad”. Puedo asegurar que la mujer es la parte visible de mi mundo. En La vida es de mentira está el macho desplegando sus artilugios, tendiendo sus trampas para atrapar el vuelo, pero creo que, incluso, desde este personaje tan despreciable, aún se alza el homenaje a la mujer aunque sea en esta forma de obsesión, de coprofagia…
—Pero tu Asaltado es un insolente, se burla de la mexicana de forma, a veces, ofensiva y dolorosa…
—“El arte es ofrenda o vanidad”: Rafael Cadenas; en mi caso, es el eterno homenaje a la mujer. Pero, a la par de El Asaltado, habla, odia, vitupera, grita desde las entrañas de esta mujer que el protagonista ha engañado en La Habana. “Hay que mentir a diario para seguir viviendo”, se justifica él, pero nada justifica que nos hayamos casi acostumbrados a jugar con los sentimientos de nadie para alcanzar aunque sea la ansiada “libertad”.
—¿Experiencia personal? ¿El Asaltado es un alter ego?
—Yo vivo, después escribo. Mis criaturas están vivas porque yo ya viví. Si el narrador afirma que la menstruación de las mexicanas sabe a huitlacoche es porque el autor ya tuvo ese coágulo en la boca. Lo sabe y lo trasmite. El lector agradece la franqueza aunque le estén hablando de los langostinos que viven en la luna.
—Has publicado, en menos de tres años, cuatro novelas: ¿cómo lograste esas “victorias editoriales” después de tantos años de ser un narrador inédito? En la poesía te fue mejor con varios poemarios en Cuba, México y Miami.
—Mientras iba publicando mi poesía —un libro en Cuba; tres poemarios en México; y dos en Miami, seguí escribiendo narrativa, a pesar del rechazo de editoriales de España y México.
—¿La perseverancia a costa de todo?
—Creo que hay que insistir, no dejarse vencer, escribir si es que de verdad fue este el fatal oficio que escogiste; pienso que es la única manera de lograr algo. A mí me hubiese gustado ser el dueño de una tienda de zapatos para mujeres y, además, ser el único empleado. Pero no pudo ser posible. No creo en los avatares del destino, pero el escritor no tiene otro si lo es de veras.


