DE MI CUADERNO
Emmanuel Carballo (1929-2014)
Para un maestro
de maestros,
en su día.
María Eugenia Merino
Estoy segura de que cuando te vean llegar al Coloquio de las Letras en las Alturas, que se está organizando allá arriba desde ya hace algunos meses, no faltará quien entone aquello de “fina estampa, caballero; caballero de fina estampa…”, porque así eres tú, todo un caballero, de ésos que lo son tanto que hasta se dice que son “toda una dama”, y parece que puedo verte llegar a dar clase los jueves a la Escuela de escritores, de Sogem, o a las comidas del Día del Maestro: alto, garboso, vestido impecablemente de color beige —no sé porqué te recuerdo siempre con ese color—, con una sonrisa sempiterna…
Dicen algunos que a pesar de esa fachada suave podías ser implacable, y que a muchos ofendieron tus críticas, pero cuántos no nos acercamos a algún escritor o a alguna obra después de haber leído un comentario tuyo, o pasamos por alto la compra de algún libro de “autores para secretarias que mascan chicle”.
Te llamaron “francotirador de las letras mexicanas” y dicen que así perdiste más de un amigo. Quizá, pero a mí me tocó ver siempre tu lado amable, generoso, incluso cuando tuviste razón para enfadarte.
Porque cierto es que a veces hubo muchachitos rebeldes e irrespetuosos, pero te sorprenderías de ver cómo se expresan de ti quienes alguna vez fueron tus alumnos; en este día del maestro me hago eco de lo que dejaste en gran parte de ellos.
Ahora que lo que está de moda son las redes sociales, se publicaron muchos mensajes lamentando tu partida.
Elías Marín Govea escribió: “Emmanuel Carballo no murió en el olvido. Quedan sus publicaciones, sus consejos, sus palabras de aliento o desaprobación y hasta sus mentadas de madre cuando corregía, cuando comentaba nuestros choros en clase. Queda su Escuela… Emmanuel tal vez no fue carismático ni tan famoso como Gabo. No hubo miles de rosas amarillas en su funeral, pero en su honor, seguramente muchos de sus alumnos seguiremos en la pelea por crearlas, como Paracelso, en nuestros textos. Descansaen paz, Maestro”. Así, con mayúscula.
Gaby Valenzuela: “Con todo respeto, su muerte deja en mi corazón un hueco más grande que Gabriel García Márquez”. Ésa no te la sabías, ¿verdad? “Era polémico y podía ser hiriente hasta los huesos”.
Flor Cecilia Reyes, un simple: “Emmanuel, mi querido Emmanuel”. Nada más para que veas el cariño.
A Cyntia le dijiste que escribía como Corín Tellado, pero creo que ya te perdonó.
En la terrible lucha de egos en la escuela, los muchachos te respetaban, pero también te tenían miedo; cuando leían sus trabajos y luego tú los criticabas, se iban haciendo chiquitos chiquitos en sus butacas —¿recuerdas las butacas de cine de barrio del salón de IV semestre?—, les destrozabas el ego con tus palabras, que siempre fueron justas; hirientes, sí, pero justas, honestas, sin importarte si lastimabas sensibilidades. Y cuando contabas un chiste, nunca supe si algunos no entendían y se reían discretamente por compromiso o porque hasta eso les daba miedo.
Y sí, el ogro, el crítico feroz también tuvo elogios para el trabajo de Vanessa, quien te guarda un cariño especial. Deberías de haberla visto temblar cuando le hiciste el honor de pedirle leer un texto tuyo en la presentación de uno de tus libros. Esas cosas no se olvidan, Emmanuel, y sólo hablan de tu generosidad.
Cuando decidiste retirarte de la Escuela, el salón de IV semestre perdió un poco de luz, de la luz del conocimiento que semana a semana compartías por el mero gusto de hacerlo, por purititito amor al arte y la literatura, porque los sobres quincenales que recibíamos eran apenas simbólicos.
Cómo me duele que los amigos se vayan, que quienes admiras —los creadores, los productivos, los notables, los que de veras valen la pena— se te adelanten en el camino y, en cambio, se queden muchos que nomás ocupan un espacio y respiran el aire que tanto nos falta, aire de saber, de inteligencia, de bonhomía, por eso siempre recordaré la generosidad de tus palabras.
Me enteré de tu partida porque René Avilés Fabila nos avisó por Facebook como a las ocho de la noche de ese domingo. Y dolió.
Todos tus amigos, exalumnos, colegas, hubiéramos querido acompañarte, consolar a Beatriz y a tus hijos, condolernos con ellos… Vivimos en una ciudad ingrata —somos ingratos—, de largas distancias, horarios de oficina implacables… No es una excusa, es un reproche que me hago, como no me perdono no haberlos llamado por Navidad, como otros años, para dejarles una felicitación.
Tendrás siempre nuestro recuerdo, Emmanuel, y Beatriz nuestro abrazo sentido y solidario que logre protegerla un poco del dolor y confortarla en estos terribles momentos.
Decían que eras difícil, intransigente, como un demonio según algunos, pero yo te conocí gentil, amable, y con esa imagen me quedo.
Descansa en paz.
demicuaderno@gmail.com