Emmanuel Carballo (1929-2014)
Carmen Galindo
El otro día, en plática telefónica con Claudio R. Delgado, me decía que los tres grandes críticos del siglo XX eran José Luis Martínez, Emmanuel Carballo y Miguel Capistrán, este último por su rescate de la obra de los Contemporáneos. Obviamente a Claudio se le barrió el nombre de Alfonso Reyes, pero es evidente que mucha gente estaría de acuerdo.
El crítico literario es, por lo general, una persona molesta y más que eso dependiente, y me temo que francamente menor, apenas una sombra de la obra de arte que valora. Hay una especie de jerarquía de los géneros literarios, en primer lugar, la poesía, apenas un paso atrás, avalada por sus muchos lectores, la novela; abajito, el cuento. Menos apreciado es el dramaturgo porque, aunque adquiere mayor fama, se le mezcla con la farándula. A la crónica, a pesar de sus muchas obras de arte mayor, se le niega el estatus de arte, porque linda con la realidad y el periodismo. Ni qué decir que la crítica ocupa el último escalón, por más que, como insinúa Wilde, mientras el narrador se enfrenta o tiene como matera prima la vida, el crítico, más refinado, trata con el arte y de ahí para arriba. En este sentido, Carballo, como crítico, como historiador de la literatura y del periodismo, siempre se vio opacado por sus compañeros de generación que dedicaron su talento al cultivo de los géneros mayores.
Sus entrevistas, las mejores
Las entrevistas de Emmanuel Carballo, recopiladas en dos libros, uno titulado Protagonistas de la literatura mexicana y otro, gemelo, Protagonistas de la literatura hispanoamericana, son absolutamente imprescindibles. ¿Cuáles son sus méritos? Vaya usted sumándolos. El primero, que no es menor, es conocer cada obra hasta abarcar la totalidad de los escritores entrevistados. La selección, creo, es de lo que se enorgullecía Carballo. La lista de uno y otro libro muestra que al menos la mayoría son los fundamentales. No puedo enlistar a todos, pero están los del Ateneo, los colonialistas, los Contemporáneos, los de la Revolución Mexicana y entre los que llama los nuevos maestros: Rulfo, Arreola, Elena Garro, Rosario Castellanos y Carlos Fuentes (por su ausencia brilla José Revueltas, pero como dicen, nadie es perfecto). En la nómina de sus entrevistados en América Latina baste mencionar que están, entre otros, Alejo Carpentier y Pablo Neruda.
El tercer mérito de sus entrevistas, que es la agudeza de la preguntas, tal vez, requiera de un sólo ejemplo. Martín Luis Guzmán revela los nombres reales (Álvaro Obregón, Plutarco Elías Calles y Francisco Serrano) que se ocultan en su ficción La sombra del Caudillo bajo los respectivos nombres del Caudillo, Hilario Jiménez e Ignacio Aguirre. De ahí que ningún investigador pueda prescindir de estas entrevistas que, con frecuencia, tienen revelaciones que no aparecen en otros textos.
(Elena Poniatowska es otra historia, sus entrevistas valen por el texto mismo, su descripción de José Revueltas a quien supone vive ante el pelotón de fusilamiento o la Capilla alfonsina equiparada con un palomar son otro cantar, el de la metáfora, el de la literatura.)
Iconoclasta editor de las autobiografías precoces
Como es sabido, el ojiazul poeta ruso Evtushenko publicó, en editorial ERA, sus tempranas memorias y creó un subgénero que es la de su título la Autobiografía precoz. Como editor, Carballo fue el promotor de las autobiografías precoces mexicanas que permitieron que contaran sus vidas en ciernes, Carlos Monsiváis, Salvador Elizondo o Juan Vicente Melo e incluso escritores no sólo más jóvenes, sino que estaban fuera de los reconocidos por los cercanos a Difusión Cultural de García Terrés o el suplemento de Benitez, como Gustavo Sáinz o José Agustín. Fue, en Carballo, por decir lo menos, un gesto de independencia y hasta iconoclasta.
Menos escandalosa, pero igualmente importante fue su promoción de biografías de escritores de mayor edad, como la de Salvador Novo que escribió Magaña Esquivel. Recuerdo que él se reservó la biografía de Jaime Torres Bodet.
En su marginal editorial Diógenes publicó Calibán, de Roberto Fernández Retamar, donde el poeta cubano y más tarde (a la muerte de Haydée Santamaría) director de Casa de las Américas se lanza contra Carlos Fuentes e incluso Borges, y propone algunas de las ideas más interesantes para el estudio de la literatura de América Latina. (Hoy, completado el ciclo, se puede leer Todo Calibán.)
Era francamente difícil
No era de trato fácil. Pensaba que todo el mundo juzgaba pésima la literatura de los otros, lo cual no era necesariamente cierto. Afirmaba que de viva voz había escuchado justas valoraciones sobre la literatura mexicana, pero por escrito todo era una sociedad de elogios mutuos (lo que en parte era muy cierto). Aseguraba que él era el único que escribía la verdad. Era, como se dice de algunas personas, muy claridoso.
Modesto no era. En una ocasión, cuando la revista Siempre! tenía un espacio radiofónico, lo entrevisté sobre Arreola y dije algo así como: se dice que tú descubriste a Arreola. No —me contestó—, no se dice, yo lo descubrí. (Antonio Alatorre o Efrén Hernández también se consideran los primeros en detectar el talento de Arreola y el de Rulfo.) En, creo que su Diario público mostraba las que aseguraba eran las notas que escribió cuando leyó por primera vez a cada gloria de las letras nacionales y resultaba que en todas descubría el brillante futuro. Aclaro, no dudo de que sus notas son auténticas, lo que sucede es que uno no puede aducir que fueron escritas con agudeza de bolita mágica si es el único testigo.
Cuando lo conocí, en su casa por el rumbo de Copilco, cuando era pareja de Neus Espresate, lo odié, sorpréndase usted, no por lo que dijo mal de mí (tal vez porque no me identifiqué en absoluto) sino de Carlos Monsiváis. Me reconcilié con él, muchos años después, luego de que coincidimos en una conferencia, me felicitó por mi texto al asegurar que estaba muy bien escrito y al yo agradecer con un rutinario eres muy amable, lo reiteró como para que me lo tomara en serio. Pero, aunque nadie lo sepa, simpatizo con él por su historia de amor con Beatriz Espejo. Lo cuento tal como lo sintetiza el recuerdo.
Su historia de amor
Beatriz es una decena de años más joven que Emmanuel. Cuando se conocieron en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, se enamoraron de inmediato. Pero la doctora María del Carmen Millán, con la mejor intención, le preguntó a Beatriz si sabía que él era casado (a estas alturas ya no sé si ese matrimonio era el primero, el de Guadalajara, o el de Neus). De inmediato, Beatriz cortó con Carballo y un tiempo después conoció a alguien más y se casó. Un día, años más tarde, iba Beatriz por Reforma y, en un alto, del coche de junto surge la voz de Emmanuel que pregunta “¿qué haces?” A lo que responden uno y otro algo así como “me estoy divorciando” y “yo también”. “¿Vamos a tomarnos un café?” No se separaron nunca más y como en los cuentos de hadas fueron felices para siempre. Él, como se dice, sentó cabeza y Emmanuel (quién lo creyera) resultó un hombre hogareño, y Beatriz, su fiel compañera. Iban seguido a su casa de Valle de Bravo y cuando regresaban de allá ocurrió lo inevitable, el infarto de él hace unos días, el 20 de abril, cuando tenía 84 años (había nacido el 2 de julio de 1929).
Algunas de sus obras
Cuando Fernando Benítez se sintió fatigado de dirigir La Cultura en México, el suplemento de la revista Siempre!, se le ocurrió ceder los bártulos a algunos de sus colaboradores y eligió a Carlos Fuentes, Emmanuel Carballo, Carlos Monsiváis y José Emilio Pacheco para que cada uno una semana se ocupara de la dirección del suplemento. El resultado no fue el deseado. Los sucesivos directores no se coordinaban y cada uno dirigía su número sin continuidad con los otros y, no pocas veces, en contra de los otros, hasta que finalmente Fernando optó por nombrar director a Monsiváis, pero de este modo Carballo fue uno de los directores de este legendario suplemento.
Muchos años antes, si no me equivoco por los años cincuenta, Fuentes y Carballo fueron los directores, al alimón, de la Revista Mexicana de Literatura en su época más brillante. No se menciona en ningún lado, pero recuerdo que dirigió un rato El Gallo Ilustrado, suplemento del periódico El Día. En la biblioteca del ISSSTE se le publicó un libro de ensayos sobre literatura mexicana del siglo XIX, tema que mereció otros volúmenes.
Recuerdo en particular su magnífica antología del cuento mexicano del siglo XX, porque, además de elegir, con excelente tino los mejores cuentos de principios del siglo XX, tiene una cronología excepcional que va pasando revista a los acontecimientos históricos, pero también culturales, por lo cual, se convirtió para mí, como para muchos otros, en un texto de consulta indispensable.
Escribió sobre el periodismo en la época de la Independencia e incluso investigó textos sobre los gritos de Independencia y los reunió en otro volumen. Imposible seguir; Carballo escribió —según se publicó ahora— unos 147 libros.
Encontré hace unos años un texto suyo que me hizo reflexionar, aseguró que ya no leía la literatura de ahora y que sólo comentaría la de otros tiempos, lo cual no impidió que asegurara que Laura Esquivel y Xavier Velasco son escritores de cuarta y en tono medio clasista añadió “para secretarias masca-chicles”. Como sucede muy seguido con él, no le falta razón. Se consideraba a sí mismo, “molesto, pero necesario”.