Jaime Luis Albores Téllez

Libro señero para todos los que desean escribir cuento, el de Mónica Lavín, Cuento sobre cuento. Simplemente porque habla de algunas características generales de este género y bien dice Mónica Lavín que no se puede reducir el arte del cuento a un recetario, pero también nos dice que hay que tomar en cuenta que un buen cuento, una buena historia, nada debe sobrar, nada debe faltar y sin embargo debe demostrar una prosa tersa y fluida. Además da a entender que el cuento tiene mucho que ver con el azar —quiero entender que surge sin reflexionar previamente— y la espontaneidad nace, como dice Mónica Lavín: “en un verso de un poema, en la mirada del hombre del auto contiguo, en la manera que un adolescente elige un perfume o una mujer se prueba un sombrero”. Y cuando ya escribió un cuento de un tirón, lo repasa y lo guarda. Espera que le guste más al llevar a cabo su relectura, que llegue el momento que se desconozca como la autora de la historia, que quede sorprendida al igual que le sucede con otros escritores. Y en otra parte del libro: “Más allá de las reglas del juego”, nos dice que “el escritor de cuento no se libra de la epifanía joyciana. Eso que contamos donde esencialmente algo le pasa a alguien (no importa cuán trivial, drástico o sutil sea) está diciendo algo más que la anécdota. Está revelando una verdad”. Y con estas palabras de Lavín podemos decir que un buen cuento revela o da a conocer algo que se desconocía o que nos descubre lo más oculto de nuestro ser. Y es así como llegamos a una de las partes más interesantes del libro: “La escritura y el deseo”, que se subdivide en “Escribir con el cuerpo”, “Prohibido desear”, “Los deseantes” y “El corazón de la piel”. Donde se compara a la escritura con el éxtasis de la procreación, al igual que se engendra o se reproduce una especie, en este caso literaria, el cuento.
En “Escribir con el cuerpo”, Lavín nos cuenta que Cortázar decía que cuando se termina de escribir un cuento se siente igual que al finalizar un encuentro amoroso, fatigado, lacio. Y ella se pregunta: ¿Será porque la escritura pide entrega y a la vez abandono de uno mismo, ponerse al servicio de la historia, olvidarse del yo y fundirse con lo que está sucediendo en la página? A mi parecer —el que escribe este artículo— la escritura es semejante al placer que da la sensualidad, esa tendencia placentera de todos nuestros sentidos, donde la mirada se posa con deseo en el cuerpo desnudo de la amada, donde una palabra escuchada como un susurro te lleva a juntar los labios y los cuerpos en un instante que es progresivo hasta unir dos espacios de tiempo en uno solo, el éxtasis, un pequeño tiempo intenso donde se puede ser insensible al transcurrir de la vida. En fin. Mónica Lavín encuentra analogías de la escritura con el placer sexual de los escritores y se pregunta: ¿Habrá acaso algo del poder que implica la eyaculación más ajustado al acto de acometer una página, de mancillarla, de ultrajar su blanca impostura: de preñarla, después de todo? ¿De hacerle una historia? La hoja al fin y a cabo es femenina en nuestro idioma.
En “Prohibido desear”: la autora nos habla de la intimidad sexual que surge en algunas historias y que muchas veces han sido censuradas olvidándose por completo que toda relación sexual es lo mismo que estar hablando de amor, como un sentimiento entre dos personas que se muestran afecto a través de caricias que llevan a la unión ineludible de los cuerpos.
En “Los deseantes”: Lavín nos muestra la otra cara de la intimidad sexual que no tiene nada que ver con el placer del deseo sensual amoroso. Y nos pone de ejemplo a las “mujeres desarrapadas y enloquecidas de Belem que son víctimas del abuso de cuidadores y religiosos en una suerte de delirio físico”.
Y en “El corazón de la piel”, nos deja claro que la sensualidad, esa explosión de sensaciones siempre estará inmersa en la literatura, y Mónica Lavín, escribe: “Las formas de la piel están hechas para mirarse y para olerse, para inventarles usos ajenos e inscribirles un mundo de rituales cómplices, la piel de la mujer renueva su castidad en cada roce”. Y “La piel es nueva y siempre sedienta, por eso hay pies que lloran, como decía Rilke al contemplar las esculturas de Rodin, hay torsos que gimen, escotes que naufragan, muslos que rabian su abandono. Hay la piel que reclama otra piel para saberse infinita”.
Cuento sobre cuento es un libro que compara el dichoso éxtasis de crear una obra breve como el cuento con esa tendencia hacia el placer en cada ser humano cuando involucra sus sentidos hacia lo erótico, cuando ama la piel y el alma de otro ser. También es un libro que gira en torno a la creación del cuento como género literario.

Mónica Lavín, Cuento sobre cuento. Lectorum, México, 2014; 144pp.