RETRATO HABLADO
“La realidad son los muertos que salen”, dijo García Márquez
Roberto García Bonilla
La hojarasca se consideró la novela colombiana más importante después de La vorágine (1924) de José Eustasio Rivera; es la primera novela de Gabriel García Márquez (1927-2014) y transcurre en un tiempo presente de media hora y es la recuperación de la memoria que se prolonga por un cuarto de siglo entre la turbulencia y el silencio. Una soledad incompartible de los personajes marcados por la zozobra interrogante de la madre, la decrepitud que acecha al abuelo (el coronel) y las reflexiones del niño que entra en la edad de la razón en medio de un funeral. Los monólogos interiores recrudecen la tensión del ambiente. Las tres voces, en conjunto, crean la imagen del médico que oscila entre el autoritarismo y un paternalismo que no le pertenece, ni siquiera ante la extravagancia onírica de Meme.
En esta novela nace la mítica localidad de Macondo —trasunto de Aracataca, tierra natal del Premio Nobel colombiano—. En uno de los monólogos, Isabel, la madre, evoca: “Macondo fue para mis padres la tierra prometida”. Macondo se inmortaliza en Cien años de soledad.
La escritura de La hojarasca es el anuncio de una literatura en la que convive el realismo, sobrecargada de las contradicciones personales y sociales con una naturaleza impetuosa. Los recuerdos caen con lentitud agobiante.
Poderío expresivo
Estamos ante una saga familiar y escritural cuyos nombres y espacios se gestaron en la imaginación y la perseverancia del escritor a quien distingue un estilo de sustantivaciones rotundas, con sonoridad y poderío expresivo. Un ejemplo manifiesto de la impronta de esa familia está en el nombre mismo del “Monólogo de Isabel viendo llover en Macondo” (incluido en la Antología del cuento hispanoamericano, 1910-1956, de Ricardo Latchman —Zig-Zag, 1958—); ahí la naturaleza es indómita y sus efectos se tornan sobrenaturales gracias a un estilo que apela a la mezcla y flujo de los sentidos perceptuales que proyecta la narración y que las traslaciones de sentido pueden provocar el estremecimiento del lector:
…cuando desperté sobresaltada por un olor agrio y penetrante como el de los cuerpos en descomposición. Sacudía con fuerza a Martín, que roncaba a mi lado. “¿No lo sientes?”, le dije. Y él dijo “¿Qué?” Y yo dije: “El olor. Deben ser los muertos que están flotando por las calles […] Martín […] se volteó contra la pared y dijo con la voz ronca y dormida: “Son cosas tuyas. Las mujeres embarazadas siempre están con imaginaciones”.
El “Monólogo…” está fechado en 1955, el mismo año en que apareció La hojarasca; puede inferirse que las primeras versiones datan de años atrás, cuando el escritor colombiano ya tenía en mente Cien años de soledad, cuya primera semilla aparece a mediados de la década de los cuarenta; entonces el escritor no alcanzaba todavía la mayoría de edad. García Márquez recordó muchos años después de la escritura de la novela que escribió sin cesar durante dieciocho meses: “me di cuenta que mi problema más importante era destruir la línea de demarcación que separa lo que parece real de lo que parece fantástico, porque en el mundo que trataba de evocar esa barrera no existía”. Un desafío más fue el lenguaje porque “la verdad no parece verdad simplemente porque lo sea, sino por la forma en que se diga”. No olvidaría las enseñanzas de su maestro Hemingway, quien llegó a comentar: “intentaba aprender a escribir, empezando por las cosas más simples”.
García Márquez llegó a recordar que Crónica de una muerte anunciada (1981) surgió de un episodio que ocurrió en 1950, muy cerca de donde vivía su familia. En ese tiempo él ejercía el periodismo; empezó a escribir sobre el crimen pero su madre le rogó que no siguiera mientras viviera la madre de Santiago Nasar, asesinado para limpiar el honor mancillado de Ángela Vicario —a su vez— rechazada por su esposo, Bayardo San Román, después de haber llegado sin virginidad al matrimonio. Treinta años después murió la señora Naser, entonces se publicó la novela. La realidad se palpa en la ficción, naturalmente con trasuntos, invención y variaciones sobre el amor, la vida y la muerte.
No hay frontera con la realidad
Pero, ¿qué hemos de entender por realidad en La hojarasca y las sucesivas novelas de García Márquez? Él mismo responde que, para su familia, “la realidad no es la realidad concreta, escolástica, de que si usted se golpea aquí, se rompe la cabeza. Ésa es la realidad, pero también es la realidad los muertos que salen, los desaparecidos, las magias, Dios, los milagros, todo, ¡todo! No hay una frontera. Se pasa de una cosa a otra… Y mi madre vivió siempre, más que nadie, en eso”.
Historia, ficción; memoria y escritura se alimentan y nutren el mito. La conjunción de estos elementos conforma el ponderado realismo mágico, acuñado en 1925 por el crítico de arte Franz Roh; más tarde se utilizó de manera extensiva en la novela.
La hojarasca es una novela precursora cuya apego al realismo no deja de ser significativo; aún no hay un giro hacia lo real maravilloso (que, a decir de Carpentier, aparece “cuando surge de una inesperada alteración de la realidad —el milagro—, de una revelación privilegiada de la realidad, de una iluminación inhabitual”) pero el realismo ya se dispara de lo asible; alcanza el imaginario de tradiciones y rituales sincréticos.
La exuberante naturaleza se eclipsa en monólogos emparentados con la soledad y en la sombra del postrer instante que se densifica en la misma proporción que el horizonte cronológico se estrecha. Es sintomático que sea el niño quien describa el cuerpo tumefacto y los ojos bien abiertos del muerto. En silencio se dice a sí mismo: “Creí que un muerto parecía una persona quieta y dormida y ahora veo que es todo lo contrario. Veo que parece una persona despierta y rabiosa después de una pelea”. La descripción en su literalidad semeja un cuadro hiperrealista; sugiere también la transfiguración entre vivos y muertos.
En julio de 1961, recién llegado a México, el autor de La mala hora le pidió a Álvaro Mutis que le recomendara lecturas; su amigo le entregó la novela de Rulfo mientras exclamaba “…para que aprenda cómo se escribe”. No es fortuito que La hojarasca y Pedro Páramo se hayan publicado el mismo año. “Luvina” anunció Pedro Páramo del mismo modo que con La hojarasca se había comenzando la gestación de Cien años de soledad.

