Entrevista a Aída Silva Hernández/Candidata a doctora en Ciencias Sociales del Colegio de la Frontera Norte
Moisés Castillo
Los ojos de Daniel se cerraron como ataúdes. No escogió estar solo con sus hermanos menores, pero estaba ahí cuidándolos tras la muerte de sus padres. ¿Qué podía hacer un chico de 12 años en medio de la nada? Dicen que el mundo es un conjunto de posibilidades casi infinitas y que hay que decidirse por una. Pasaron dos años para que Daniel decidiera huir de la muerte: la temible Mara Salvatrucha quería su cabeza. Sus padres se dedicaban al narcotráfico en ciudad de Guatemala, una de las 10 ciudades más violentas del mundo. Su madre vendía drogas y le enseñó todo el negocio. Lo que sabía era oro puro para los pandilleros. Daniel no tuvo otra opción que mirar hacia el norte.
El camino duró tres años, tiempo infame y de malos tratos. En su primer viaje llegó a la caótica ciudad de México donde estuvo cinco meses detenido en un centro migratorio mientras se le tramitaba su condición de refugiado. Luego fue trasladado a un albergue de niños de la calle, se sentía como un animal enjaulado. Sólo estuvo un día en ese lugar gris y en su ruta se enteró que Tijuana era una frontera más segura que las del noreste del país. Llegó a casa YMCA, albergue especializado en menores y adolescentes migrantes, y recibió el apoyo necesario para no sentirse ausente. El objetivo era claro: cruzar la frontera.
Gracias a su personalidad fuerte, casi invulnerable, pudo sobreponerse a todas las adversidades. El sueño americano estaba tan cerca y tan lejos. Permaneció en casa YMCA varios meses, logró obtener una fuente de ingresos, juntó dinero y regresó al sur por sus hermanos. Su única compañía era una mochila negra con el logotipo del Comunicaciones, el equipo de sus amores. Ya con Irma y David saltaron la frontera sin ningún tipo de conocimiento de la seguridad estadounidense tan sofisticada a base de radares, censores y otros artefactos.
Daniel fue capturado y recluido en una cárcel de la Oficina de Inmigración y Aduanas (ICE, por sus siglas en inglés) en California. No le quedó otra salida que solicitar el asilo para quedarse en Estados Unidos. El juicio duró 10 meses y, en todo ese tiempo, lo medicaron como a casi todos los presos. Las dosis diarias de antidepresivos provocaron que su rostro se tornara dormido. Era un zombi, no podía pensar ni concentrarse. Finalmente no le otorgaron el asilo porque ya contaba con refugio en México y lo deportaron a Guatemala. Sin darse cuenta, Tijuana se convirtió en segundo hogar y no se cansó de volver.
Daniel ya es mayor de edad y tiene un estatus migratorio de residente permanente en México con derecho a trabajar. Lleva un año en Tijuana y es ayudante de cocinero en un famoso restaurante de la ciudad más occidental de América Latina. Para Daniel es muy difícil integrarse a la sociedad, una sociedad ajena, porque siempre se movió en la clandestinidad, en las calles donde las balas mandan.
Sus hermanos no tuvieron mucha suerte: Irma vive como indocumentada en Estados Unidos tras mantener una relación amorosa con un hombre. Tiene una niña de seis meses. David, el menor de todos, se encuentra en Moreno Valley, California. Se beneficia con un programa que atiende a menores de edad hasta que cumplen 18 años. Estudia y vive en una casa normal con una familia guatemalteca. Sin embargo, por sus problemas de conducta y de adicción es muy probable que sea deportado a Guatemala.
Datos del gobierno estadounidense indican que tres de cada cuatro menores de edad que cruzan ilegalmente la frontera de Estados Unidos provienen de El Salvador, Honduras y Guatemala.
La difusión de fotografías que muestran a niños migrantes hacinados en centros temporales de refugio, así como reportajes sobre graves abusos que han sufrido varios menores en centros fronterizos de detención, han puesto el tema en el debate público, tanto en México como en Estados Unidos y Centroamérica. Esto provocó que el pasado 1 de junio, el presidente estadounidense Barack Obama declarara que este problema constituye una “situación humanitaria urgente” y ordenó a diversas agencias gubernamentales una mejor coordinación para ofrecer alojamiento y servicios a los menores en situación migratoria irregular.
El fenómeno de los niños no acompañados es alarmante. Según la Agencia de Aduanas y Protección Fronteriza (CBP, por sus siglas en inglés) hasta mayo de este año detuvieron a 47 mil 017 menores, lo que ya supera el monto total de detenciones hechas en todos los sectores de la frontera durante el año pasado, que fue de 38 mil 833.
El padre Alejandro Solalinde, fundador del Albergue, reprochó que los gobiernos de Centro y Sudamérica, así como el de México han desatendido las agresiones que sufren los indocumentados.
“Tenemos un problema serio, se incrementó la migración de niños y mujeres. Esto va a seguir pasando. ¿Qué va a hacer México? ¿Contenerlos, regresarlos a lo mismo para que los expongan, los maten, qué va a hacer? Tiene que sentarse con los gobiernos de origen, que no les dé miedo, que no les impongan políticas públicas de silencio, que hablen, que puedan defender a sus connacionales y que entre todos podamos construir una protección humana para nuestra migración, para todas las personas que vienen del sur pidiendo trabajo.”
Asimismo, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos consideró “imperativo” que el Estado mexicano implemente todas las medidas que sean necesarias para asegurar el respeto y garantía de sus derechos humanos.
“El Estado debe garantizar que no se vulnere el derecho a la libertad personal de estos niños, niñas y adolescentes en razón de su situación migratoria; se respeten y garanticen sus derechos, como la salud y la educación; su derecho a solicitar y recibir asilo, así como la protección del principio de no devolución en los casos que resulte aplicable.”
Por su parte, Cecilia Muñoz, directora de política nacional de Obama, dijo que la cantidad de menores que viajan solos ha aumentado desde 2009, pero que este año el alza ha sido mayor que la de 2013. Entre los migrantes hay más niñas y varones menores de 13 años.
“Todo esto ha contribuido a crear una situación de urgencia. Estos niños han tenido experiencias horribles viajando solos y les proporcionamos la atención debida.”
A su vez, Bernt Aasen, director regional de esa agencia de la ONU para América Latina y el Caribe, llamó a los gobiernos involucrados a actuar a favor de los menores que son expulsados por la violencia.
“UNICEF hace un llamamiento a los gobiernos de los países de donde huyen estos niños —México, El Salvador, Guatemala y Honduras, todos ellos signatarios de la Convención sobre los Derechos del Niño—, para que hagan todo lo que esté a su alcance para proporcionar a los niños en sus propios países el apoyo, la atención, la protección, la educación y las oportunidades de preparación para la vida activa que necesitan con tanta urgencia.”
La historia de Daniel y sus hermanos es tan sólo una fotografía de los niños y adolescentes migrantes centroamericanos de su paso infernal por México. Aída Silva Hernández, candidata a Doctora en Ciencias Sociales del Colegio de la Frontera Norte y especialista en adolescentes migrantes no acompañados, explica en entrevista para Siempre! que esta población juvenil cruza la frontera sin tener ningún tipo de redes, “a ver qué pasa”. Quieren ganar seguridad personal, no quieren morir.
¿Cuáles son las causas del crecimiento acelerado de menores y adolescentes migrantes no acompañados?
El flujo migratorio siempre ha estado ahí. Ha llamado la atención de los medios por las grandes dimensiones. Ya estaba establecida la migración sobre todo de centroamericanos hacia Estados Unidos. También surgió un problema que potencializó la crisis humanitaria: fueron tantos los centroamericanos detenidos al cruzar la frontera que Texas envió a cientos de menores a Arizona, se concentraron demasiados y por eso apareció la crisis humanitaria. Las causas de la migración de niños y adolescentes son, sobre todo, la terrible violencia que hay en sus países y la pobreza. Además de una vinculación trasnacional que hace ver a Estados Unidos como un destino posible para mejorar su situación social. Por otra parte, se han recrudecido las situaciones de violencia, sobre todo porque la pobreza no precisamente los hace escapar pero la violencia, sí. Existen condiciones precarias en el tránsito y cruce de la frontera norte.
Legisladores republicanos culpan a Obama de este fenómeno migratorio por la medida de “acción diferida” que adoptó su gobierno en 2012 para reducir las deportaciones de migrantes menores de edad, ¿Cuál es tú opinión?
Lo que pasa es que son dos cosas distintas, son públicos distintos para esas políticas. Primero estamos hablando de menores de edad centroamericanos, en el segundo son menores de edad que ya residen en Estados Unidos. La interpretación de la oposición estadounidense es que con esa especie de “amnistía” se está promoviendo que los adolescentes y niños migrantes mexicanos y centroamericanos crucen la frontera, lo cual no creo. Son más fuertes los factores que empujan hacia fuera a los centroamericanos que los que fomenta Estados Unidos. Los centroamericanos se van a ir a Estados Unidos independientemente de las condiciones que haya para ellos en ese país.
¿Cuál ha sido tu experiencia con este tipo de población joven? ¿Qué piensan? ¿Cuáles son sus expectativas de vida con miras a cruzar la frontera?
Ellos la están cruzando. Eso es algo importante de resaltar, porque los centroamericanos aun con todas su carencias de redes sociales y económicas están logrando cruzar la frontera. La gran mayoría son detenidos, porque ellos carecen de recursos para no ser capturados en suelo norteamericano, no tienen para pagar coyotes, no tienen redes que les puedan solventar algunos costos. Prácticamente su primer objetivo es cruzar y el hecho que los detengan es para ellos otra oportunidad. Lo visualizan como una forma de beneficiarse de las posibles medidas de migración para menores de edad, que es el asilo. Es una estrategia el hecho de cruzar, y si no los detienen ya están adentro, pero sí cuentan con pocas redes débiles, por lo que es muy difícil insertarse en nichos de trabajo, que es lo que pretenden. Por eso la otra opción es la institucional y agarrarse de las políticas de Estados Unidos para menores que de ninguna manera les resolverá la vida, porque de acuerdo con la legislación establecida ellos estarán cierto tiempo y los deportarán nuevamente a sus países de origen. En cuanto a los casos de adolescentes centroamericanos la experiencia es: no hay nada que perder, la vida les cabe en su mochila.
¿Existen políticas públicas en México para resolver esta tragedia humana?
Hay una política pública de atención, pero me parece que es deficiente. En el sentido de que no distingue las particularidades, sobre todo de los adolescentes. La ley de migración siempre se refiere a niños y adolescentes, es la misma normatividad. Sabemos que son problemáticas muy distintas el hecho de que un niño de 12 años se desplace a que un adolescente lo haga. Ahí debe de haber una distinción. Lo que sucede en México es que se homogeniza la atención, está estandarizada. En ese sentido será muy difícil responder a las necesidades particulares de los adolescentes.
¿Qué es lo que se debe legislar?
Lo primero que se debe crear es una política pública que se ajuste a los programas que se deriven de ella, que se tengan espacios para el reconocimiento de las diferencias que existen en el flujo de menores de edad. Ya no hay que verlos como si vinieran en un mismo paquete, porque están sucediendo este tipo de deficiencias. El muchacho guatemalteco tuvo respuesta favorable de las instituciones porque éstas fueron capaces de responder a las necesidades del joven, fueron lo suficientemente flexibles para ajustar su propia normatividad: ellos mismos alteraron sus reglas. En principio no está contemplado ese tipo de espacios. La ley menciona el interés superior del niño y no existe la forma en que se haga realidad esa garantía.