Gonzalo Valdés Medellín

En 1984 la poesía de Efraín Huerta me traía de un ala. Había leído casi todos sus libros, aprendiéndome de memoria muchísimos de sus poemas, así que me propuse hacer un espectáculo englobando varios de esos poemas representativos del Gran Cocodrilo: sobre todo de los contenidos en el libro Transa Poética, publicado por Era y los deliciosos y poco delicados “Poemínimos”. Me puse a hacer un libreto que aún conservo, e invité a un grupo de jóvenes estudiantes de la licenciatura en Literatura Dramática y Teatro de la UNAM a llevarlo a escena en el Museo Universitario del Chopo, donde acaso había yo descubierto la poesía de Huerta en los talleres impartidos por Ángeles Mastretta y José María y Rafael Pérez Gay y Sergio González Rodríguez que, si algo me regalaron en la vida, fue su amor por la poesía mexicana y la literatura de altos vuelos.
Ahí en el Foro El Dinosaurio del Museo del Chopo, dirigido en ese entonces por el artista plástico Arnold Belkin (que en paz descanse) ensayamos y montamos “Transa Poética: In memoriam Efraín Huerta”, contando con las actuaciones de Leticia Garza Joa, Claudio Reyes Rubio (hijo de la actriz María Rubio, que al poco tiempo se haría mundialmente famosa interpretando a la tuerta villana Catalina Creel) y quien esto redacta, ¡sí, señores: actuando yo, como alter ego comediográfico del Cocodrilo! Luis Lamadrid, amigo de José Antonio Alcaraz, fue mi asistente de dirección, ya que al haber yo concebido, creado el libreto, además de actuar y dirigir, necesitaba a alguien con experiencia teatral que desde afuera del montaje opinara y propusiera, y ese era Lamadrid (hoy ya fallecido).
Recuerdo que “Transa poética: In memoriam Efraín Huerta”, era un divertimento a lo más jocoso y gozoso, que nos permitía explorar el danzón (bailábamos “Nereidas” de Pérez Prado), así como el bolero. En algún lugar, una entrevista, quizás uno de sus artículos, no recuerdo ya, se asentaba (quizá lo hacía el propio Cocodrilo) que uno de sus boleros favoritos era “Total”, que había de inmortalizar el gran Celio González y que en esos años (¡oh, ironía!) había vuelto a poner en el hit parade nada menos que Vicky Carr. Incluir “Total” en el espectáculo …In memoriam Efraín Huerta se imponía y lo impuse así, cantándolo yo mismo a capella y con mucho humor en los coros que los compañeros actores me hacían, combinando el poema del “Juárez-Loreto” con aquella letra: “Pensar, que llegar a quererte, es creer que la muerte, se pudiera evitar…”. Ah, porque en esos años mozos (contaba 21 apenas), yo no dejaba oportunidad de sacar a retozar el gato de mi talento como cantante; “¡que oído musical tienes, qué bárbaro, debiste haberte dedicado a la ópera!”, me decía el maestro Alcaraz a quien le pedí nos apoyara y nos afinara lo más que se pudiera en el numerito a capella de “Total” donde echaba mi vozarrón a todo lo que daba: “Viví sin conocerte… puedo vivir, sin tiiiiiii….”. ¡Ayyy….!
“Transa poética…” me dejó en calzones, literalmente, pues en alguna escena, “Sandra, Sandra, Sandra habla en línea generales….”, yo me bajaba los pantalones y quedaba en bóxers (qué buena pierna tiene usted, me dijo un amigo poeta y yo me sonrojé). Pero luego el calor me sofocó cuando se oía en el estruendo poético: “Soy la mujer más buena de mi vida” y Lilia Prado encarnaba en una muy sensual Leticia Garza Joa mientras yo, la voz de Huerta, lloraba: “Fuera del DF, todo es Cuautitlán”, para incentivar los “¡Clímax lúbricos para pobres de espíritu!”… Era un espectáculo de orgasmo tras orgasmo, y como se imponía: iconoclasta, sexoso, amoral, concientizado hacia la izquierda ideologizada, enamorado de Huerta y su poesía.
Recuerdo en la primera grada del Chopo (no había butacas, sólo unas incomodísimas gradas de madera) sentadas, sonrientes y muy halagadas de oír a Efraín en el empeñoso desenfado de un grupo de jovencísimos teatristas universitarios, a Raquel Huerta y a Thelma Nava, hija y viuda de Huerta respectivamente, a quienes dedicamos aquella función y quienes estaban muy conmovidas, tanto como nosotros. También estaba aplaude y aplaude, mi ya desde entonces gran amigo, Dionicio Morales, enorme, enorme poeta también.
Dimos muy pocas funciones. Creo que tres, porque como era un espectáculo independiente, sin recursos de producción y que no había sido avalado por la presencia de Luis de Tavira (ya desde entonces, qué cosas, el maestro Tavira aprobaba o no los espectáculos de la UNAM). Belkin ya no nos dio permiso de seguir. “No vino mi amigo Tavira —me dijo—, yo no puedo apoyarlos más”. Y “Transa poética: In memoriam Efraín Huerta, un espectáculo de Gonzalo Valdés Medellín”, quedó así en un experimento amatorio por uno de los poetas más extraordinarios del México del Siglo XX y que hoy al celebrar su Centenario Cocodrilesco ha sido recordado por las instituciones dedicadas al recuerdo de lo mejor de nuestra cultura, como la Secre­taría de Cultura del DF que por iniciativa del poeta Eduardo Vázquez, titular de la dependencia, hizo muy bello ho­menaje a Efraín Huerta en las calles del Cen­tro Histórico. Pero yo me abrazo y felicito a mí mismo por haberlo celebrado ¡hace treinta años!, poquito después de su muerte, cuando a muchos les parecía una locura llevar al teatro la poesía de Huerta. Y yo me aventé: ¿Qué Transa… mi Cocodrilo… le entras a la poética del teatro? ¡Pus le entramos! Y nos aventamos. Y fue algo maravilloso, visto ahora en retrospectiva, hecho a base de pura poesía y mucho, pero mucho empuje… teatral, de ese que sólo se tiene a los veinte años, edad en que se agarra la poesía como a la primer mujer amada, para siempre, por siempre y forever… porque esa es, así es, la Transa Poética…