DE MI CUADERNO

Los premios de los amigos

María Eugenia Merino

Hay premios ajenos que dan coraje, algunos dan envidia —de la buena y de la mala—; y también hay de premios a premios, por ejemplo, no es lo mismo el Nobel o el Príncipe de Asturias, que una mención honorífica en los juegos florales del barrio, sin ánimo de menospreciar.

Hay premios ajenos que a uno lo llenan de admiración y de orgullo y el Pulitzer, en cualquiera de sus categorías, tiene un enorme prestigio, sin lugar a dudas.

Todo esto viene a cuento porque el pasado 12 de junio el Writers Room, de Nueva York, ofreció una plática-convivio-lectura en homenaje de tres escritores, miembros destacados del WR, con una obra relevante.

Shery Fink fue una de ellos.

La trayectoria de Shery Fink ha sido, si no vertiginosa, sí a pasos agigantados, y en menos de una década logró llegar muy lejos. Talentosa, con una capacidad de trabajo y una tenacidad envidiables; médico, con una especialidad en psicología y en neurociencia, su carrera se vio de pronto —gracias a una beca— orientada al periodismo científico, que la llevó a Bosnia, a un hospital de guerra, y desde entonces está dedicada a la enseñanza y a la ayuda humanitaria en situaciones de conflicto o desastre, durante emergencias tanto locales, en Estados Unidos, como internacionales, y ha estado presente en Kosovo, Irak, Haití, Macedonia y Mozambique.

Parece mentira que una chica en apariencia frágil —siempre admiré su delgadez— pueda albergar la fuerza física necesaria para ese tipo de labores, así como la fuerza espiritual para enfrentarse a la desgracia humana.

A Shery Fink la conocimos en 2002, cuando fuimos, con un año de diferencia, participantes del programa de intercambio de residencias para escritores (WR, Sogem, Conaculta). Sabía lo agradecida que uno puede estar de encontrar quien te ayude a manejarte en una gran ciudad desconocida, así es que Vanessa y yo nos ofrecimos de cicerones durante su estancia en la ciudad de México.

Nathaniel Eaton, otro escritor norteamericano, aceptaba siempre encantado y salíamos a recorrer museos y las calles del Centro Histórico, explorando los rincones menos transitados por los turistas. Shery se quedaba casi siempre en la Casa del Escritor para continuar su trabajo, que un año después fue publicado con el nombre de War Hospital: A True Story of Surgery and Survival (Public Affairs, 2003) y que fue premiado por el American Medical Writer’s Association.

Casi al final de su estancia aquí, aceptó ir a Cuernavaca. Un viaje por demás delicioso aderezado con las locuras de Nathaniel y las anécdotas de Shery. Visitamos Tepoztlán y subieron —todos, menos yo— al Tepozteco.

Me pregunto si a Shery todavía le gustarán los churros rellenos de chocolate que compró en la plaza de Cuernavaca, donde, durante un show callejero, sirvió de patiño al payaso. Y luego, en el restorán, animada por la música de un grupo veracruzano, con toda formalidad me pidió permiso para bailar con mi marido.

Es difícil conjugar la imagen siempre tranquila de Shery, con esa otra Shery que sacaba chispas en el piso del local.

Al año siguiente nos vimos en Nueva York; nos invitó a conocer su departamento. Nathaniel tenía unas entradas para el espectáculo de De la Guarda y lo acompañamos. Con el ánimo de agasajarnos, insistieron en invitarnos a cenar, fuimos al Village. En Nueva York, hasta el lugar con menos pretensiones no resulta barato, y de ninguna manera permitieron que pagáramos o compartiéramos la cuenta, pero literalmente escarbaron en sus monederos para completar con dimes y pennies. Pusieron cara de alivio cuando Vannesa y yo, a nuestra vez, insistimos en dejar la propina.

Los años siguientes, la carrera de Shery Fink despegó y se consolidó. Su reportaje Deadly Choices at Memorial, para The New York Times, le valió, en 2010, el premio Pulitzer por periodismo de investigación; recibió también el National Magazine Award —algo así como el Oscar editorial— y The Daily Beast la nombró una de las 20 personas más inteligentes de ese año.

El reportaje Deadly Choices at Memorial se convirtió después en Five Days at Memorial (con este libro ganó el National Book Critics Circle Award for nonfiction, en 2013, Los Angeles Times Book Prize y el Ridenhour Book Prize) donde cuenta la controvertida historia de lo que sucedió en el Memorial Medical Center de Nueva Orleans, durante la tragedia ocasionada por el huracán Katrina. Cientos de entrevistas con doctores, enfermeras, trabajadores, pacientes y sus familiares que ofrecieron su testimonio sobre la acusación que el personal médico enfrentó por la decisión no sólo de dejar morir, sino de acelerar la muerte de aquellos enfermos con menores posibilidades de sobrevivir hasta que llegara el rescate. Historias y casos estremecedores que la pluma ágil y ya experimentada de Shery Fink nos muestra sin falsos dramatismos, pero en toda su crudeza, en un intento por descubrir y entender la verdad de lo que sucedió en el Memorial.

Desde entonces, Shery se ha convertido, también, en asesora en temas de salud pública y de lo que en inglés llaman preparedness, es decir, en el estar preparados para actuar con rapidez, efectividad y creatividad en situaciones de desastre, sean éstas terremotos, inundaciones u otras.

Todos estos logros de Shery, tan merecidísimos, me llenan de orgullo y me hacen sentir feliz.

Lamenté mucho no poder acompañarla el jueves pasado en el Writers Room y darle un fuerte abrazo, pero muchas millas nos separaban; sin embargo, los sentimientos no saben de distancias, y estoy segura de que esa noche, al final de su lectura y antes de brindar con un martini, pudimos abrazarnos.

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