Gonzalo Valdés Medellín
Este 2014 William Shakespeare (1564-1616) ha cumplido 450 años de haber nacido y ser inmortal dentro de las letras y el teatro universales. Su vida sigue revelándose más que atractiva, sugestiva y vital; el suyo, fue un tiempo vivido por un genio y, sus vicisitudes humanas, políticas, sociales y morales fueron marcados enigmas en relación a su talento literario y escénico, convirtiéndolo en el genio del Avon, que planteó la condición humana de manera apasionada, en su andar histórico, en obras inmortales como Romeo y Julieta, La tempestad, Las alegres comadres de Windsor, Julio César, Sueño de una noche de verano, Macbeth, Otelo, La fierecilla domada, El mercader de Venecia, Ricardo III, El rey Lear… Y de Shakespeare, en apariencia, creemos que está dicho todo; y tal vez se haya dicho todo. Sin embargo, la opción de proponer nuevas visiones existe también para los escritores, investigadores y creadores escénicos del siglo XXI. Tal vez todo se ha dicho sobre Shakespeare, pero sin duda, no todos lo saben y hay que recordarlo de manera perseverante a las nuevas generaciones, sobre todo cuando se confirma constantemente que el conocimiento de las vidas ejemplares es un vacío cognoscitivo en las juventudes de hoy. Por ejemplo, siempre debemos recordar la íntima relación de Shakespeare con otros personajes de la época isabelina como los notables dramaturgos Ben Jonson y Christopher Marlowe quienes aportaron al teatro de lengua inglesa tanta importancia y belleza como el mismo Shakespeare. Y amén del dramaturgo, no debemos olvidar al Shakespeare poeta, por ejemplo, con su gran poema “Venus y Adonis”, dedicado a su benefactor y mecenas William Herbert, quien deslumbra siglos más tarde al mismo Oscar Wilde que termina dedicándole uno de sus más enigmáticos relatos: El retrato de Mr. W. H. Imposible sustraerse entonces al tema tabú de la homosexualidad de Shakespeare (bisexualidad por conveniencia y convencionalismo social, que aún le toca arrastrar y padecer a Wilde) cercada por el puritanismo y la hipocresía, fue otra de las realidades más que inquietantes de la existencia de Shakespeare, succionada por lo que era el Teatro Isabelino, por las reglas a las que el creador debía someterse ante el público y frente al gobierno, dividido en élites poderosas y capas sociales que rayaban la miseria; así como los protocolos travestistas que obligaban a los varones adolescentes a interpretar los personajes femeninos jóvenes, pues la moral imperante prohibía a las mujeres acercarse al teatro como actrices. No podemos olvidar el enfrentamiento de Shakespeare a los tejemanejes de la piratería de que eran víctimas con frecuencia los dramaturgos, siendo pasto constante del plagio, como lo eran del puritanismo y la censura. Todos estos son elementos que convierten a Shakespeare en un personaje inagotable, vivo, contundente en la historia, el tiempo y el arte. Shakespeare no ha muerto.


