Ahora que se cumplieron cuatro años, el 19 de junio, de que nos despedimos de Carlos Monsiváis, Elena Poniatowska lo recordó con un texto que terminaba con esta frase: “ y al rato él nos velará como una concesión inesperada, porque nunca de los nuncas se rebajó a asistir a un funeral”. Betty, la prima de Carlos, también ya lo dijo alguna vez. La verdad es que de los muchos recuerdos que tengo del cronista dos que tres son precisamente en un velorio.
Una vez fuimos por él a su casa y en vez de dirigir a mi hermana, con precisas instrucciones de tránsito, al café de su preferencia por esos días, acabamos en un velorio que resultó el de Ruth Rivera. Mi hermana y yo nos mirábamos asombradas, por esas fechas sólo habíamos asistido al de los más cercanos familiares. Nos sentíamos como intrusas, nunca habíamos visto a Ruth Rivera, ni a Rafael Coronel. Alguien comentó que había muerto de cáncer, porque no se atendió a tiempo por asistir a un congreso. No sé si es cierto, eso dijo alguien ahí a media voz. Apenas llegamos, Carlos nos dejó en compañía de Doña Mariana Frenk que estaba con alguien más en medio de una confidencia en torno de un marido que engañaba a su esposa, a lo que Mariana contestó con esta frase inolvidable: “pobre hombre, que poca imaginación para no poder ver en una a todas las mujeres”. Al rato, después del pésame de rigor, Carlos regresó por nosotras y nos fuimos de ahí.
Otra vez murió el padre de Carlos Fuentes y nos llevó Monsiváis a la Gayosso de Sullivan. Enseguida que Fuentes vio a Monsiváis dijo que fuéramos a tomar un café enfrente. Mi hermana Magdalena y yo apenas abrimos la boca y Fuentes se puso a hablar ¡de algún libro reciente¡ creo que Ultimo sol, de Manuel Echeverría, pero no estoy segura.
Pero tal vez, el velorio más sorprendente fue el de Jaime Sabines. Habíamos quedado de desayunar con Monsiváis y cuando le hablamos para decirle que nos habíamos dormido, dijo no importa, nos vemos en Gayosso porque murió Jaime Sabines. Llegamos a Gayosso antes que Carlos y me encontré a unos muchachos de algún periódico que me habían entrevistado el día anterior. Enseguida, la chica se acercó y me dijo: maestra, no sé a quien entrevistar. Me asomé y para mi sorpresa, porque estaban peleados con Sabines y entre ellos, estaban por ahí Juan Bañuelos, creo que Óscar Oliva y Eraclio Zepeda y Elba Macías. Un poco más tarde llegó Carlos y nos quedamos un rato. Finalmente, Carlos dijo con un gesto ya vámonos. Mi hermana y yo nos dirigimos, por supuesto, al estacionamiento y para nuestro asombro Monsiváis dijo: no me puedo ir, vamos a desayunar aquí en la cafetería. Ni mi hermana ni yo habíamos visto jamás a Sabines y fue la primera, y espero que última vez, que alguien nos invita a desayunar ¡en Gayosso¡
Cuando murió Doña Beatriz, la tía de Carlos, fuimos al velorio y nos pusimos a platicar con Doña Esther, su mamá, y fue la única vez que Monsiváis se acercó y nos dijo que habláramos en voz más baja. Luego fuimos al panteón y ahí se cantaron himnos por toda la congregación. Y Carlos, visiblemente emocionado, se refirió al carácter estético de lo que estábamos oyendo y se disculpó por lo inapropiado del comentario en ese momento.
Cuando murió su mamá sólo lo acompañamos Alejandro Brito, mi hermana y yo. Nos llevó a cenar a la Parrilla Suiza y no nos dejó estar en el velorio y al día siguiente, nos pidió a las tres (a mi hermana y a mí se había sumado Elena Poniatowska) que no fuéramos al panteón y así fue.
Como nota curiosa quiero añadir que Monsiváis tiene un libro, que como indica el subtítulo es una crónica de la nota roja, titulado precisamente Los mil y un velorios.
(Carmen Galindo).