Gonzalo Valdés Medellín
El próximo 30 de noviembre, se celebrarán los primeros 160 años del nacimiento de Óscar Wilde (1854-1900). Del autor de El retrato de Dorian Gray su teatro es lo más socorrido hasta la fecha, aun cuando de manera un tanto cuanto limitada, sean sólo unos títulos los que se le difunden: Salomé, Un marido ideal, La importancia de llamarse Ernesto… Pero novelas como …Dorian Gray, El crimen de Lord Arturo Saville o cuentos como “El ruiseñor y la rosa”, “El príncipe feliz” o “El gigante egoísta” continúan y continuarán prefijando lo mejor de la cultura literaria contemporánea.
Por ello mismo, Carlos Monsiváis en alguna de sus disquisiciones, aseveró en relación al también poeta conocido como El hombre del clavel verde: “a los cien años de su muerte, Wilde sigue siendo nuestro contemporáneo. Su tragedia es el gran abono de la tolerancia, y la vigencia de su obra no depende de las circunstancias de su vida, así ya sean vida y obra indesligables”.
Y, en efecto, por ejemplo, en lo que concierne a su teatro, la vigencia wildeana es inquebrantable y suscintamente incisiva. La veta poética de Salomé, su fiereza erótica, mística y metafísica, convierten a dicho poema dramático en la obra más perfecta del autor, así como, en la novela, El retrato de Dorian Gray; o en el ensayo El retrato de Mr. W. H., La decadencia de la mentira y El crítico como artista constituyen modelos nunca superados por la imaginación y la escritura. Su crítica a la hipócrita moral victoriana (que posteriormente se torna en una dolorosa reconvención de la existencia, en su sinfónica Epístola: In cárcere et vínculis: De profundis, según la profusa y sensible traducción de José Emilio Pacheco); señala paradójicamente su feliz anhelo libertario, explícito en sus relatos y poemas infantiles o su iconoclasta sentido de la sátira política y social, con ese humor a todas luces incombatible. Todo ello constituye una suma de caracteres que dan la tónica de por qué, a la fecha, Óscar Wilde es un clásico.
Su martirologio, asumido con enorme y estoica valentía, serviría de base para muchas de las luchas de independencia sexual que se desarrollaron durante el pasado siglo (y de ahí la importancia de emprender relecturas renovadas de libros como El alma del hombre bajo la sombra del socialismo o de la explosiva y lúbrica Tèleny, novela de pornográfico homoerotismo, que se emparienta en forma, fondo y contexto a la no menos convulsiva Las once mil vergas de Guillaume Apollinaire).
Quizá sin el sacrificio de Wilde, escandaloso, por tan injusto e ignominioso, sería difícil hablar de tantos avances que en materia sexual (homoerótica ante todo), estética e ideológica ha ido librando nuestro arte literario. Tal vez, como él bien expuso en …De profundis, el mayor anhelo de todo artista es verse inmolado como Jesucristo en aras de la salvación de los demás. Y desde luego, vista así, su tragedia habrá servido de algo y sirvió, y sirve a los hombres y mujeres de hoy.
Convertido en “Sebastián Melmouth” (en homenaje al escritor irlandés Charles Maturin y a su novela Melmouth, el errabundo), y haber renunciado a su nombre para convertirse sólo en ese pseudónimo, “Sebastián Melmouth”, Wilde acabó sus días, dejando tras de sí su propia identidad. Fue otro. Sus amores y pasiones lo condujeron a perder la vía y encumbrarse en lo errante… Pero ello no fue en vano. Gracias a lo errante material y al vagabundeo espiritual, el escritor halló el camino hacia la inmortalidad, misma que lo convierte hoy, más que nunca, en un subversivo de la contemporaneidad y en un autor tan inagotable, como ejemplar.
Así pues, a 160 años de su nacimiento, la pregunta se impone: ¿Qué pasó con Óscar Wilde? Y una de las muchas respuestas que encontramos, puede servirnos de referencia: Vive. Jamás hemos estado sin Wilde, porque Oscar Wilde se nos entregó desde el primer momento de su confrontación con la Historia y la misma Historia nos lo ha regalado una y otra vez como uno de los ejemplos más lúcidos del humanismo, el arte y la pasión por la vida, esa que Óscar Wilde supo vivir sin tapujos, desde el teatro, desde las letras, emergiendo una y otra vez de la poesía de por vivir, descendiendo la gran escalinata de la inmortalidad para encontrarnos hoy a todos nosotros, amándolo, admirándolo, vislumbrándolo y leyéndolo como siempre: luminoso y aleccionador; genio y revolucionario; esplendor de un drama —bien ha dicho el escritor español Luis Antonio de Villena— esplendor de un drama en donde la mentira es verdad al mismo tiempo. Óscar Wilde nunca estuvo lejos de los habitantes del siglo XX y no lo estará de los del XXI, porque su vigencia es inquebrantable.


