Bernardo González Solano

¿Culpables? Todos. ¿Inocentes? Ninguno. Y la consabida referencia al bíblico Levítico (23:19) y al Corán (17:33). El primero dice: “Si alguien lesiona a su prójimo, lo mismo que él hizo se hará a él…fractura por fractura, ojo por ojo, diente por diente, se le hará lo mismo que él haya causado al otro…El que mata a un animal pagará una indemnización por él, pero el que mata a un hombre, será castigado con la muerte”. En tanto, el segundo ordena: “No matéis a nadie que Dios haya prohibido, sino con justo motivo. Si se mata a alguien sin razón, damos autoridad a su pariente próximo, pero que éste no se exceda en la venganza…” Disposiciones que se remontan al Código de Hamurabi. Ya ha corrido bastante tiempo. Y en pleno siglo XXI millones de seres humanos creen que el mejor camino para resolver las diferencias entre ellos es la aplicación, a rajatabla, de la llevada  y traída Ley del Talión. En conclusión, el conflicto del Oriente Medio (Israel casi contra todos y casi todos en contra de Israel) se vuelve interminable, se antoja el cuento de nunca acabar.

El nuevo capítulo de violencia en la zona comenzó tras al secuestro y asesinato de tres estudiantes israelíes a principios de junio pasado en la Cisjordania ocupada, crimen que se atribuyó a militantes de Hamás; días más tarde tuvo lugar el asesinato de un joven palestino en Jerusalén por israelíes de extrema derecha. Simple Ley del Talión.

Así las cosas, la novísima operación militar israelí «Barrera Protectora», que en menos de seis días tiene un balance de 174 muertos –y lo que se acumule–, entre los palestinos y más de mil heridos, el domingo 13 de julio intensificó los ataques aéreos y realizó una incursión terrestre para atacar instalaciones de lanzamientos de cohetes (de Hamás y otros grupos terroristas) de largo alcance; antes de iniciar la primera incursión terrestre desde que comenzó la operación –lunes 7–, el ejército avisó a la población del norte de la Franja de Gaza para que abandonara sus casas. Acto seguido, los soldados del Comando Naval 13, entraron en la franja bajo el paraguas de helicópteros artillados y de barcos de guerra, y según el parte militar destruyeron las lanzaderas desde las que se disparaban los cohetes en contra de Israel que únicamente sufrió cuatro soldados heridos en la medida hora que duró la operación.

Esta no es la invasión terrestre que Gaza espera de parte de Israel desde hace muchas horas. El primer ministro Benjamín Netanyahu, pese a todas las presiones internas y externas a que ha sido sometido durante los últimos días, no ha dado esa orden aunque dijo que «todas las opciones están sobre la mesa  para lograr el objetivo final que es garantizar la seguridad de nuestros ciudadanos». Los dirigentes del Movimiento de Resistencia Islámica (Hamás)  y de las Brigadas Al Qasam, han lanzado ya más de 800 cohetes contra territorio israelí –y amenazaron con atacar el principal aeropuerto David Ben Gurión y otros–, para el efecto, dijeron, cuentan con cinco cohetes M75. Instan, además, a compañías de aviación internacionales a cancelar vuelos a Israel.

Conforme pasa el tiempo, como en una ladera cada vez más inclinada, Israel y Hamás –en la lista de organizaciones terroristas de Estados Unidos de América y de la Unión Europea–, resbalan hacia una confrontación de grandes dimensiones. Ojalá y no. Aparte de la rápida incursión terrestre israelí, la respuesta de la «Barrera Protectora» a los lanzamientos de cohetes desde Gaza –por el momento quizás el sitio con mayor tensión de la Tierra–, ha sido el bombardeo de más de 1,600 blancos en la franja, causando decenas de muertos y heridos –el sábado 12 de julio se superó la barra simbólica de los 150 muertos del bando palestino–, que incluyen terroristas eliminados en el curso de ataques predeterminados, pero también niños y mujeres. En esta guerra, la lista de «víctimas colaterales» se alarga peligrosamente. A guisa de explicación, Peter Lerner, portavoz del ejército hebreo, asegura que los soldados hacen tiros de advertencia algunos minutos antes de atacar las casas señaladas, «lo que deja tiempo a los ocupantes para evacuarlas». Asimismo, asegura el vocero: «en estas construcciones, algunas piezas sirven de habitación, pero otras son utilizadas como lugares de mando para coordinar el lanzamiento de cohetes…El ejército israelí utiliza sus armas para defender a los civiles, mientras que Hamás se sirve de la población civil palestina para proteger su armamento».

Del bando de los islamistas palestinos, el objetivo es claro. Los centenares de cohetes que estallan en casi todo el territorio israelí apuntan a romper la moral de la población. Hasta el momento, las baterías del Domo de Hierro –el sistema antimisiles israelí que ya ha superado con creces sus pruebas de eficiencia–, ha interceptado en vuelo el 90% de los cohetes dirigidos contra los centros de población judía. Pero el 10% que logra cruzar la defensa de la «cúpula» en cualquier momento puede provocar un drama (o varios) de incalculables dimensiones. Hasta la jornada dominical del día 13 –al redactar este reportaje–, el factor suerte ha evitado una catástrofe como en el puerto de Ashddod, donde cayó un cohete sobre una gasolinería y solo un transeúnte fue herido de gravedad. El lado israelí no ha lamentado ni una muerte, únicamente heridos. Pero la continuación del lanzamiento de cohetes palestinos, sitúa al gobierno de Benjamin Netanyahu bajo tremenda presión, pues la opinión pública y algunos socios de gobierno quieren que que ordene la operación terrestre en Gaza. Más de cuatro millones de israelíes han vuelto a oír las sirenas de alarma y a cobijarse en refugios antiaéreos de proyectiles que ponen al 80%  de la población bajo su alcance.

A su vez, Mahmud Abbas, presidente palestino, exige el fin inmediato de los bombardeos contra Gaza. Acusa a Israel de castigar a la población de la franja y pide la intervención de los organismos internacionales. La posición de este interlocutor, válido en las negociaciones de paz con los israelíes, es muy incómoda, porque no es él quien lanza cohetes a los judíos, sino su «socio», Hamás, en el gobierno palestino, con el que semanas atrás suscribió un acuerdo de reconciliación que le condujo a incorporar a miembros de la propia organización terrorista en el Ejecutivo. La verdad sea dicha, es muy rápido como para hablar de una tercera Intifada (en árabe significa “levantar la cabeza”; es el nombre dado a la revuelta palestina en contra de Israel que estalló a fines de 1978 en Cisjordania y la Franja de Gaza, terminando en 1993; la segunda de 2000 a 2005), pero este es el gran enfrentamiento entre Israel y Hamás desde que en 2007 ésta se hizo del gobierno de Gaza.

Mientras el cielo de Israel y de la Franja se llena de cohetes de ida y vuelta, se demuestra, una vez más, la afonía y la impotencia de la diplomacia internacional frente a la renovada crisis judeo-palestina. Como siempre, la Organización de Naciones Unidas (ONU), fue la primera en “alarmarse”, con su tradicional manera que es solamente el reflejo de la falta de voluntad política de las naciones que la forman.

Si la comunidad internacional siempre ha sido impotente ante las convulsiones del Oriente Medio, esta nueva crisis demuestra, hasta el momento, un vacío diplomático pocas veces alcanzado. Mientras que la escalada crece, entre Israel y Hamás, desesperadamente se busca una mediación. Desde luego que el presidente Barack Obama telefónicamente se comunicó con el primer ministro Benjamin Netanyahu desde el jueves 10 de julio, para proponerle el apoyo estadounidense con vistas a un cese el fuego. También que Egipto  –primer estado árabe en firmar un tratado de paz con Israel, en 1979–, ha hecho medrosas propuestas para detener la violencia en Gaza. Y Alemania y Francia, por medio de sus respectivos jefes de Estado, han reconocido el derecho de Israel a defenderse del lanzamiento de cohetes de Hamás. De los demás miembros del Consejo de Seguridad bien gracias. El primer ministro de Eretz Israel contestó la oferta de la Casa Blanca excluyendo un cese el fuego al tiempo que anunció más ataques contra Hamás. “Ninguna presión internacional nos impedirá actuar con toda nuestra fuerza contra una organización terrorista que clama por destruirnos”, dijo Netanyahu después de hablar con Obama.

Muchos analistas señalan que la posición del mandatario israelí obedece a una pérdida de influencia del Tío Sam en la región, teóricamente, sin embargo, es la única potencia que podría influir en Israel. El fracaso, hace dos meses, de las conversaciones israelí-palestinas en las que John Kerry, el secretario de Estado de EUA, se implicó, debilitó, sin duda, los buenos oficios de Washington. Al grado que la portavoz del Departamento de Estado, Jen Psaki, comentó: “Sin proceso de paz, hay un vacío que puede ser cubierto por la violencia”.

Si la diplomacia se detiene, toda la región arde en llamas. El fuego de la violencia que ha reanudado Israel y Gaza, continúa en Siria y en Irak. Estos focos polarizan la atención y neutralizan las energías. Cuando no se alimenta la atención de las potencias que, por impotencia y a veces por interés, solo permanecen como espectadoras de los crecientes enfrentamientos entre el Estado hebreo y el movimiento islamista palestino. De tal suerte, este prospecto de Intifada puede ser más grave, sólo el tiempo lo dirá. Y los palestinos sufren en forma inenarrable. Diez miel de ellos han buscado refugio en albergues de Naciones Unidas, pues no tienen otro lugar donde refugiarse. VALE.