Los cadáveres, aunque caminen, apestan

 

Humberto Musacchio

Las elecciones en Nayarit y en Coahuila dieron triunfos amplios al PRI, especialmente en la entidad norteña donde se dio el “carro completo”, fenómeno caro al partido tricolor de los viejos tiempos, aquéllos en que todo el aparato oficial era una orquesta que tocaba el mismo son.

El carro completo es una expresión de poderío aplastante, pero de naturaleza excluyente. Quiere hacernos suponer que la voluntad mayoritaria de los mexicanos es que no haya oposición y que todos los ciudadanos están satisfechos y hasta felices con el partido que arrasa en las urnas.

Algunas almas buenas creen que la democracia empieza y termina en los procesos electorales. Dicen que la voluntad que ahí se expresa es la única válida y que el voto inviste de facultades plenas a los ganadores. Lo creen por supuesto los beneficiarios, pues en nombre de la democracia adoptan medidas que contravienen los más elementales principios democráticos y atentan incluso contra la integridad nacional.

Pero el carro completo, lejos de ser una consecuencia del juego democrático, es por donde se le vea una expresión que disfraza e incluso niega la voluntad popular. El carro completo se obtiene mediante el ilegítimo control de los comicios, del nombramiento de funcionarios electorales y de la más evidente violación de las normas, pues se echa mano de un turbio financiamiento para colmar de regalos a los eventuales electorales, de quienes se explota su miseria y se hace objeto de un trato degradante.

Mediante tales recursos, en Nayarit se llegó al extremo de elegir alcalde de San Blas a un delincuente confeso, a un hombre que declaró cínicamente que en un cargo público había robado, “pero nomás un poquito”. Para ser electo, el ladrón regaló aparatos domésticos, fiestas, despensas y objetos diversos. Lo sorprendente no es que haya ganado, que con esos procedimientos hasta un elefante puede salir triunfador. Lo que indigna es que el sistema electoral permita la participación de un raterillo confeso y le permita ganar mediante el dinero.

El PRI ha vuelto y con él los viejos métodos. Su empleo cínico evidencia la convicción de que es posible restaurar el viejo orden priista. Pero poner en juego los recursos de más baja ley e incluso triunfar con ellos no pavimenta el retorno del antiguo sistema político. En todo caso, vuelven la corrupción y la ilegalidad, pero no el viejo orden, que está oleado y santificado. Lo peor para el país es que se acelera la descomposición social y la corrupción en las alturas. El viejo sistema está muerto y los cadáveres, aunque caminen, apestan.