Con la aprobación al vapor de las leyes energética y telecomunicaciones
Humberto Musacchio
La celeridad con que fueron aprobadas las leyes sobre energéticos y telecomunicaciones es la prueba, dice por ahí, de que ha vuelto el presidencialismo absolutista. Arguyen que el PRI ha vuelto a ser la maquinaria imparable de otro tiempo y que los poderes Legislativo y el Judicial se han puesto nuevamente a las órdenes del huésped sexenal de Los Pinos.
Para algunos observadores y para no pocos cuadros políticos —los priistas y algunos de otros partidos— ha comenzado la restauración de lo que se dañó en las últimas décadas, especialmente con la debacle económica de López Portillo, los treinta y tantos años con crecimiento del PNB inferior al de la población, la esperanza y la decepción sucesivas del salinato, la ineptitud de los De la Madrid y los Zedillo para poner el barco a flote y, por si algo hiciera falta, con el auge de la delincuencia que se inició en el siglo pasado y llegó a extremos de locura con Feli-pillo.
El colosal fracaso de dos sexenios panistas le abrió la puerta al regreso del PRI, lo que despliega el espejismo restaurador. Pero es sólo eso, un miraje, una visión optimista de los mangoneadores del poder, que en su afán de cumplimentar a las fuerzas externas se están cerrando la única llave indispensable para gobernar, que es la fiscal, y no sólo por el cúmulo de tarugadas hacendarias de estos dos años, sino porque al privatizar el petróleo y acabar de arruinar a Pemex dejará de fluir a las arcas nacionales lo que ahora representa la tercera parte de la recaudación total. Y sin dinero no baila el perro, diría Renato Leduc.
La aprobación al vapor de reformas constitucionales y leyes que afectan aspectos básicos de la convivencia nacional no es, contra lo que pudiera pensarse, un signo de fortaleza, sino más bien lo contrario, una grosera y muy evidente prueba de la pérdida de rumbo, de la capitulación antes los poderes fácticos y las presiones foráneas, una avanzada descomposición del cadáver de la política, al que sólo hacen caminar con dinero.
Sin ingresos fiscales, sin la posibilidad de crear empleos porque ya no saben cómo, sin el control de masas de otros tiempos, con los antiguos y poderosos sindicatos charros convertidos en meros espectros, con Carlos Slim como enemigo, este gobierno podrá ganar complicidades y votaciones parlamentarias, obtener carros completos y victorias electorales con 120 por ciento de los votos. Pero eso no es restauración, sino una demencial gana de llevar al país a un desastre de enormes dimensiones en el que los abusadores de hoy serán las primeras víctimas. Al tiempo.