Estamos cada quien luchando por algo, siempre buscando,
cada quien a su manera y dentro de sus posibilidades.
Emntrevista a Héctor Cruz García/Portadista del 61 aniversario de Siempre!
Irma Ortiz
Platicar con personajes como el maestro Héctor Cruz García resulta un regocijo; artista recio, entrañable, hombre formado en la disciplina de los grandes artistas como Juan O´Gorman, Federico Cantú, José Chávez Morado y que incluso realizara obras de albañilería para Diego Rivera para “empezar a impregnarse de los perfumes de un taller” o quien fuera el modelo de la obra El Pípila del escultor Francisco Zúñiga.
Inquieto, rodeado de los magueyes representativos de su lugar de origen, Chimalhuacán, en el Estado de México, con 82 años y teniendo a su lado a su esposa Lynda —quien suavemente puntualiza, rememora fechas, archiva los momentos y homenajes al maestro— Cruz García sigue vigente, es creador y presidente del Consejo Mundial de Artistas Plásticos, y a él se debe la creación del Museo Pago en Especie de la Secretaría de Hacienda.
Su pasión: el muralismo, donde sigue presente la lucha por los ideales de la Revolución, por una pintura con contenido social, de protesta contestataria y que, considera, se ha ido acabando por un arte completamente decorativo.
Su obra permanece y también abrasa, incendia los muros de la Suprema Corte de Justicia, con Génesis, el nacimiento de una nación que fuera terminada en el año 2000, y donde la combinación de tonos rojos, ocres, y tierra muestran el origen del Estado mexicano, la lucha de Independencia y sus personajes.
Hoy, Héctor Cruz es el autor de la obra El Quijote, todos los caminos llevan a la paz, cuya portada aparece este domingo en la edición conmemorativa del 61 aniversario de la revista Siempre!
El maestro concedió a este semanario una entrevista que se realizó en su taller ubicado en el sur de la ciudad, acompañado de parte de su obra, de sus recuerdos y donde hace patente su lucha por el reconocimiento a la gran pintura mexicana.
Éramos albañiles haciendo aplanados
Usted tuvo grandes maestros de la pintura, ¿cómo fue esa época?, ¿cómo la vivió?
Haber vivido esas épocas influyeron en mi formación, en mis inquietudes como artista, estar al lado de los grandes maestros. Fue un privilegio estar con Juan O´Gorman, José Chávez Morado, Federico Cantú, el mismo Diego Rivera, con el cual trabajé de albañil cuando era muy chamaco, poniendo aplanados en el Hotel del Prado, en aquel mural de Un día domingo en la Alameda; estuve trabajando con otro artista, Diego Rosales, éramos francamente albañiles haciendo los aplanados para la pintura al fresco, que forman parte de las vivencias maravillosas.
Luego tuvimos el taller Frida Kahlo, con un grupo, los Fridos: Guillermo Monroy, Arturo Estrada y otros compañeros muy inquietos con diferentes posiciones políticas pero todos coincidiendo en los mismos ideales. Fue el taller Frida Kahlo el que cubrió toda una etapa de inquietud artística extraordinaria; recuerdo que nuestra amiga Raquel Tibol nos entrevistó cuando formamos el grupo revolucionario de artistas jóvenes, con esas inquietudes extraordinarias.
Ahí se reunían todos, las gentes de la generación, intelectuales muy importantes, pero también se congregaba la célula del Partido Comunista, yo nunca fui del partido, pero convivía con los grandes maestros: Rivera, David Alfaro Siqueiros, Javier Guerrero, que era de los mandos del partido, Arturo García Bustos, Arnoldo Martínez Verduzco, y verlos o escucharlos era impresionante.
La presencia de Diego era algo maravilloso, de un monstruo, por eso siempre mi gran admiración hacía los grandes maestros, yo apenas tenía unos años de haber salido de La Esmeralda, de haber terminado mis estudios y luego un posgrado que hice en el taller de integración plástica. Por aquellos años —1955— realizamos varios murales que pintamos en la presa Miguel Alemán, en Temazcal, Oaxaca, que por cierto he estado luchando por tantos años para cuidarlos, para rescatarlos porque están destruyéndose.
No hay autoridades, ni gentes de la cultura que se preocupen por ese gran legado, que es extraordinario porque es un mural que se hizo en forma colectiva y participamos algunos de los que entonces éramos jóvenes, egresados del taller de integración, junto al maestro Chávez Morado y que, además de ser una obra con una gran fuerza y producto de una gran investigación de la región, titulado La vida primitiva en la Cuenca del Papaloapan, es un testimonio histórico de toda esta región. Sin embargo, es curioso que a las autoridades y a todo el mundo no le ha interesado conservar ese patrimonio artístico.
Por otro lado, es importante porque ahí se experimentó por primera vez en el mundo con la técnica de la resina sintética acrílica, que ahora es muy común pero que en entonces no se había usado. Ésa fue francamente nuestra aportación, la de Guillermo Monroy, Héctor Ayala, Héctor Martínez, Fermín Rojas y Javier Íñiguez, seis jóvenes que participamos en la ejecución de esos grandes murales sobre la vida moderna y la vida primitiva de la zona del Papaloapan.
Un camino muy accidentado; ¿cuáles eran los sueños de esa época?
Seguir con el espíritu de la pintura mexicana, con esa herencia; estar trabajando muy de cerca y convivir con los grandes maestros, con Diego, con Siqueiros, con Chávez Morado, estar viendo las grandes obras que se hicieron de los murales de Ciudad Universitaria. Haber estado junto a O’Gorman, considero que eso nos llenó de ese espíritu, de seguir con la tradición de la gran pintura mexicana: el muralismo.
Cambio histórico en la pintura mural
Hubiera querido seguir esa práctica en la pintura mural, pero lamentablemente no se dio, cambiaron las situaciones históricas y ya no hubo más experiencias como el caso de la Ciudad Universitaria. Entonces, la pintura mural ya no siguió, hubo un cambio histórico en cuanto a que vinieron las primeras corrientes norteamericanas de la pintura y un cambio hacia otros derroteros artísticos; eso no fue tan fácil, porque hubo encontronazos, muchos enfrentamientos, hubo grandes debates de quienes estábamos en pro de seguir la escuela mexicana, de continuar con la gran pintura mexicana, el gran muralismo, pero también había otros que decían que era ya obsoleto, que había que retomar otro camino.
Vino aquello de la ruptura —generación de artistas plásticos y extranjeros radicados en México que hicieron frente al muralismo, que despojaron la plástica mexicana de elementos nacionalistas y le dieron un aire más cosmopolita; Vicente Rojo, José Luis Cuevas, Roger Von Gunten y Alberto Gironella son algunas de sus cabezas más visibles— y eso tenía implicaciones políticas, lo sabemos, pero seguí siendo fiel a ese espíritu de que la pintura tenía que tener un sentido social, un sentido humanista y el haber estado con esos grandes maestros, me marcó para toda la vida.
Los ideales de la Revolución
Maestro, usted sigue representado a través de su trabajo el muralismo, como es su obra Génesis: el nacimiento de una nación que realizó en la Suprema Corte de Justicia de la Nación, sin embargo, pareciera que se acabaron esas grandes obras, ¿qué ha pasado con el muralismo en México?
No hay mucho interés, pero por el otro lado, en las escuelas ya no se enseña muralismo, eso tiene que ver mucho con la enseñanza artística en las escuelas donde ya no hay la disciplina para enfrentarlo; se hace un muralismo pero ya no con la gran fuerza del gran muralismo mexicano. Aunque también vemos obras que se han hecho, por ejemplo, en Toluca, donde se llenó todo el palacio de gobierno con murales.
¿Cuál es esa fuerza, ese idealismo del muralismo?
Ese espíritu que animó a la escuela mexicana que eran los ideales de la Revolución, los muralistas tenían que estar en lucha permanente también por los ideales de la Revolución; era una pintura con contenido social, de protesta contestataria, y todo eso se fue acabando por un arte completamente decorativo. Eso fue lo que seguramente desconcertó a muchas generaciones, y en las escuelas, evidentemente, hubo cambios de enseñanza, la enseñanza era tendiente hacia una pintura más decorativa, y la parte realista, la parte de la disciplina, se fue perdiendo gradualmente.
Nosotros hicimos un Congreso, en mil novecientos sesenta y tantos, donde cerramos todas las aulas de los talleres de San Carlos e hicimos un debate de nuevas propuestas, de nuevos métodos, de enseñanzas artísticas con ese afán de que había que retomar muchísima de la disciplina y hasta de los ideales de la escuela mexicana, que no se perdiera ese espíritu, ese espíritu humanista sobre todo, pero no se dio.
Era una utopía, porque a final de cuentas vinieron nuevos teóricos del arte moderno y todas aquellas ambiciones, aquellos sueños se perdieron, pero en su momento despertó un debate extraordinario. Así en la escuela ya no se dibujaba a Morelos, decían que para qué dibujar a Morelos, es arcaico, decían que tallar con un cincel era arcaico, y había que traer el rayo láser y esas cosas del arte moderno, ya nada de primitivismos como dibujar a la manera académica o plástica, todo eso se perdió. La disciplina se fue gradualmente perdiendo por el arte conceptual, es decir en donde no había más que una preocupación teórica sobre el arte y no una práctica.
¿Cómo está la pintura en México?
Ahora parece que ya se está retomando de nuevo la disciplina, vemos que ha pasado toda una etapa, esa fase de la ruptura y ahora se vuelve de nuevo a una etapa de disciplina, de una neofiguración realista; hay un cambio, pienso que hay un cambio, sin embargo esto debía venir de las escuelas y las escuelas están bastante mal, porque, repito, toda esa disciplina del dibujo, del oficio, todo eso se ha perdido.
El grafiti, un muralismo extraordinario
Creo que en parte es porque no hay gente a la que le interese el muralismo, salvo estos grupos de los colectivos que hay, que son estas gentes que hacen muralismo en las calles y, además, hacen un muralismo extraordinario, muy vital. Creo que por ahí esta un camino muy importante y hay que abrirles ese espacio a estos jóvenes, porque sí hay una fuerza y una autenticidad en todo este movimiento de los colectivos que pintan en bardas, en los pasos a desnivel, cosas muy interesantes, pero, repito, en las escuelas esta disciplina se ha perdido, estas normas que nosotros teníamos que era una enseñanza a la manera del Renacimiento, donde uno tenía que empezar desde cero, amasando el barro, haciendo mezclas para la pintura mural, preparar telas, colores, toda la química que implica la elaboración de barnices, eso ya no lo saben.
Desde ahí empieza uno a saborear la pintura, desde embarrarse las manos, sentir el olor del aguarrás, los barnices, porque todo eso son como los perfumes del taller, se impregna uno de esos olores, así como se impregna uno del espíritu con la gran pintura mexicana.
Año con año llevo a mis alumnos o compañeros a hacer visitas al Hospicio Cabañas, en Guadalajara, donde uno tendría que entrar de rodillas a ver el hombre de fuego, recorrer el Paraninfo de la Universidad, donde hay que entrar, yo digo, hincándose, es como entrar en el Vaticano a ver los grandes murales de Miguel Ángel, es enseñarles a los alumnos a ver los murales de Diego Rivera en la Secretaría de Educación Pública, en Palacio Nacional.
Cuando me ofrecieron realizar los murales en 1998, el secretario de Educación Pública, Miguel Limón Rojas, me ofreció pintar los murales de la Corte. Fue una gran emoción estar junto a Orozco, a mí me temblaban las piernas de estar ahí, decía ¿por qué yo? Era impresionante estar ahí, y sobre todo la gran responsabilidad —los murales de Génesis, nacimiento de una gran nación, los orígenes de la creación de la Corte—. Fueron inaugurados el 15 de diciembre del año 2000.
Lo mismo me pasó cuando la maestra Beatriz Pagés me pidió pintar el Quijote de la portada de aniversario, pensé ¿por qué yo?, y me temblaban las piernas, sentí la misma sensación de que cuando me ofrecieron pintar los murales en la Corte; primero había hecho los proyectos, estos proyectos para la capilla de Miguel Hidalgo, y no se hicieron por decisiones administrativas del nuevo gobierno, que dijeron no se hace ya ese mural.
Donde prácticamente con sus murales incendió la Corte con Génesis…
Eso pasaba porque era tan gris, los murales son bellísimos, los de Orozco y los del otro amigo, un norteamericano, que pintó el otro extremo de donde yo pinté, que son murales grises, entonces yo decía: tengo que darle calor, tengo que incendiar, ponerle rojos, amarillos, ocres. Así lo hice, incendiar, ese calor, porque el tema lo ameritaba, incendiar este país, incendio este país.
La tierra está ensangrentada
Recuerdo que hay alguien que hace una descripción, de que se asemeja el arranque histórico de los murales a aquel libro El Llano en llamas, de Rulfo, porque hay una parte donde los magueyes son parte importante, hay un campesino muerto junto a un maguey; el maguey es como una explosión, una explosión de donde surge todo el movimiento de Independencia.
Puse todo el terreno rojo porque la tierra está ensangrentada, esta tierra que ha sido la historia de este México. La historia de México se ha hecho con sangre, ésa era la idea de la tierra de El Llano en llamas. Un escritor que admiro mucho, que tuve oportunidad de conocerlo, un gran personaje Rulfo.
Que época. Me gustaría referirme a la petición de nuestra directora Beatriz Pagés para ser portadista de nuestro número de aniversario. ¿Cuál es su visión del Quijote de la Mancha? ¿Qué busca expresar con en esta obra?
Le comentaba a la maestra Pagés, que para mí fue un gran honor viniendo de quien venía el encargo. Para mí es una gente admirable y con toda esa trayectoria de la revista. Hacer una obra para la revista Siempre! es algo que ni soñando, fue algo que me impresionó muchísimo, lo tomé como un gran halago y al mismo tiempo como un gran reto; un gran reto porque el tema del Quijote se ha hecho toda la vida, por miles y miles de artistas mexicanos y artistas extranjeros que lo han pintado muchísimo.
La revista ya tiene en su colección de Quijotes extraordinarios, de maravilla, entonces se me vino a la mente que tantos artistas lo han pintado que me dije, ¡caray! esto va a ser muy difícil y desde ese momento ya no pude dormir, la verdad era tan apasionante este encargo y sobre todo un gran reto.
Mi visión del Quijote, es, bueno, romántico, siempre ha sido para mí un personaje romántico, no tan bélico. En este caso la lanza se transforma en un asta bandera, que lleva esta bandera, con una paloma de la paz, y eso lo hice por este evento que realizaron, un evento bellísimo de caminos sobre los caminos hacia la paz.
La lucha del Quijote
En ese momento en el que había intervenido gente tan brillante, yo había hecho un escrito para presentarlo en esa noche, pero no hubo oportunidad de esa intervención, pero me quedé muy impresionado, estaba metido en ese espíritu, y cuando me lo dice, estaba yo en medio de ese ambiente, de ese espíritu, todavía escuchaba las voces de las intervenciones brillantes de todos los que participaron, era algo fuera de serie, un momento fantástico, yo me preguntaba ¿por qué yo?
Un Quijote muy fuerte, muy cósmico y ahí a un lado la imagen de Sancho y de su asno.
Sí lo hice en un trazo muy espontáneo y no quise dibujar toda la figura completa ni del Sancho ni del burrito, sino dejar lo esencial, que era la expresión de Sancho mirando.
Y está presente esa lucha, envuelto el Quijote en esa turbulencia, en ese movimiento cósmico que es de ahí de donde surge el caballo, surge el Quijote, de ese movimiento cósmico y todo se convierte en un movimiento, una espiral, y ahí surge la bandera.
Es una espiral que le da un movimiento permanente al caballo Rocinante. Estuve hojeando libros y libros, la anatomía, le decía a la maestra Pagés, cuidar la anatomía del caballo, no quiero que me pase lo que a muchos, porque pintar un caballo es muy difícil, para hacer que el caballo brotara del fondo de todo ese movimiento, que surgiera no un caballo plano, sino que brotara de la profundidad, algo fantástico, una figura fantástica.
Lo que no me salía era el dibujo de la palomita, trataba de hacer un trazo más moderno, total, que le pedí a mi hija, que es pintora y escultora y siempre me ha ayudado en mis trabajos de pintura mural, para que me hiciera la paloma, ésa fue su aportación.
Y todos somos quijotes en el camino hacia la paz.
Sí, todos somos quijotes en el camino hacia la paz, quise poner de alguna manera la frase de la maestra en la parte de abajo, porque ése es el sentido, la expresión, quería que tuviera esa expresión don Quijote así, con ese movimiento del pelo, y si yo le hubiera puesto el tradicional casco, esa bacía —recipiente cóncavo— que se usaba en las barberías, no hubiera tenido el movimiento. Quería ponerle el movimiento del pelo y luego una luna, para hacerlo más romántico y las nubes ahí.
Refleja el sentido de un país en la búsqueda por la paz.
Era la intención de ese evento bellísimo que se hizo en el Museo de San Carlos, ese espíritu que ella tiene, porque es el espíritu de ella y ahí estaban muchas gentes. Estamos cada quien luchando por algo, siempre buscando, buscando, cada quien a su manera y dentro de sus posibilidades.