Gonzalo Valdés Medellín
A Marta Aura, con cálida amistad
Poeta, dramaturgo, promotor cultural, actor y director Alejandro Aura, hombre de teatro por los cuatro costados (actor, director, productor, dramaturgo), fue también poeta, narrador, comunicador, funcionario público, impulsor del teatro cabaret en México y, como titular del Instituto Mexicano de Cultura de la Ciudad de México (hoy Secretaría de Cultura), creó junto a los actores Arturo Beristáin y Azucena Rodríguez el Ciclo Teatro en Atril que hizo conquistar a los actores profesionales (muchos de ellos estrellas de televisión y cine) todas las delegaciones de la Ciudad de México a nivel popular y de manera gratuita para el público.
Aura siempre apostó por lo popular. Su obra quizá más reconocida como dramaturgo, director y actor fue Salón Calavera (1982) que marcó un hito —estando aún hoy muy vigente— dentro de la renovación del teatro musical mexicano y que recreaba el sonado caso de un incendio en un cabaret de Avenida Insurgentes.
Como actor, Aura logró innumerables personajes que quedaron recordados como trabajos sólidos y propositivos, dignos de un intérprete a la altura de los mejores de México. Los exaltados de Robert Musil lo revela como el gran actor que arremeterá con Chéjov bajo la dirección de Ludwik Margules (Tío Vania), interpretación que aún sigue siendo evocada por quienes lo vieron, al igual que su creación de la obra de José Sanchís Sinisterra El retablo de Eldorado en 1991, al lado de Ana Ofelia Murguía y Claudio Obregón, donde los tres estaban excelsos.
Las visitas (1979), XE Bubulú (en colaboración con Carmen Boullosa, 1984), Bang (1897), Los TotOles (Premio a la Mejor Dirección de la Unión de Cronistas y Críticos de Teatro, 1985), Margarita, sinfonía tropical (Premio a la mejor producción musical, 1991), La calle de los coloquios (Premio Único del Concurso Nacional de la Juventud, 1969), Los baños de Celeste (Premio Latinoamericano de Cuento, 1972) y Volver a casa (Premio Nacional de Poesía Aguascalientes, 1973), son algunas de sus obras.
Creador incansable, fue un notable promotor de la cultura por televisión, tanto en la televisora estatal Imevisión, como en Canal 22 (tuve el orgullo de haber sido entrevistado por él allá en mis adolescencias, mediados de los ochenta, para su programa Entre amigos donde conversamos largo y tendido sobre crítica de televisión que en ese momento yo ejercía en las páginas de unomásuno), con programas como Un poco más, de Canal Once (conduciendo al lado de Doris), En su tinta (sabrosísimas conversaciones de sobremesa con escritores y artistas) y De ida y vuelta (un poco de bitácora desde España) fueron sus aportaciones a una manera de hacer una televisión cultural lejana al atufamiento y los estereotipos solemnes con que se suele (¿o solía?) hacerse la cultura por televisión.
Alejandro Aura escribió una novela, La patria vieja en 1986, al igual que una notable cantidad de libros de poesía de primer orden. Creó el Teatro Bar como lugar de expresión cultural, alternativa y divertida (El Cuervo y El Hijo del Cuervo en Coyoacán).
Alejandro Aura fue un hijo de la Ciudad de México. No hay mejor definición para este poeta que cantó de manera auténtica y sembró amores y pasiones urbanas teñidas de entusiasmo, ternura, nostalgia y conciencia de sus raigambres. El poeta Eduardo Vázquez Martín, Secretario de Cultura de la Ciudad de México, lo retrata así, en un retrato entrañable: “Alejandro Aura, como muchas personas de vida prolija y sustanciosa, no fue uno sino muchos: un hijo del barrio de Santa María la Ribera que escapó de la rutina de una escuela triste para hacerse hombre y recorrer las calles sin un peso; un joven poeta que asistió a la Casa del Lago para aprender de Juan José Arreola a pasearse por la lengua cada verso; un mexicano curioso al que su primera mujer, la poeta Elsa Cross, invitó a conocer el mundo; un rebelde que en el año de 1968, con la camisa abierta, el pecho al descubierto y ampliada su voz por un megáfono, llamaba a su generación a defender la vida y la alegría del odio de las armas mientras en los muros de algunas fachadas universitarias los estudiantes reproducían sus versos (Arriba, amor,/ irrumpe en la calle/ y haz lo que te toca); un escritor joven que recorría, en esos mismos años, los cafés literarios de la Zona Rosa sin dinero para el capuchino, pero que ganaría el Premio Nacional de Poesía de Aguascalientes, porque se declaraba desde el verso ‘Listo para vivir/ a todo viento,/ libre de la desdicha y de la dicha’, y había confesado que los suyos, los de su generación, los de la plaza del 2 de octubre, los del pelo largo y las canciones de protesta, los del amor libre y las utopías fecundas, eran, decía Aura, ‘libres/ como el zorro;/ aguzados,/ famélicos a veces,/ perdedizos/ y con suaves y ondulantes colas/ para menear el viento’. Aura fue también el actor y dramaturgo del Salón Calavera, maestro de ceremonias en la noche del drama y el deseo, en la fiesta de la vida que bailan rumberas y homicidas, y junto a Enrique Lizalde, Claudio Obregón y otros compañeros se embarcó en la aventura de fundar un sindicato de actores, independiente de las mafias que han asolado ese gremio —como tantos otros en nuestro país…”.
Hombre genuino, eso ni dudarlo, aunque como artista a veces rebosara polémica en sus obras, e intolerancia hacia la crítica, también hay que decirlo, Aura falleció en Madrid, España, el 29 de julio de 2008 y sus restos reposan en México.
Lo importante es señalar que su legado sigue vivo.


