Mucha pose y poco trabajo del ombudsman
Humberto Musacchio
En México, los puestos públicos son muy apetecibles. Un funcionario de medio pelo gana por lo menos lo equivalente a unos treinta o cuarenta salarios mínimos, un diputado entre dietas y otras buscas levanta hasta cien salarios mínimos y los de hasta arriba, pues más arriba.
Entre ésos de hasta arriba se halla el presidente de la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH), Raúl Plascencia Villanueva, un fraude en sí mismo y un auténtico monumento al burocratismo, la ineptitud y la fatuidad. En el país de la injusticia sistemática, el señor Plascencia (Complacencia, le dicen) se dedica a medrar con su inacción y su disimulo ante los gravísimos atentados que en todo el país se cometen a diario contra los derechos humanos.
Las denuncias se amontonan en los escritorios de la CNDH mientras su presidente viaja, se reúne con políticos a los que debería vigilar y se dedica de manera sistemática y puntual a acariciarse el ego, porque no faltan los tontos que le hacen el juego a la campaña de autohomenajes que dirige con la mayor desvergüenza.
La reportera Silvia Garduño (Reforma, 20/VIII/2014) documentó algunos hechos que muestran al personaje como un destacadísimo representante del pobrediablismo, una medianía que necesita del elogio cómplice para respirar, para sonreír, para vivir.
Debe ser un desastre el salón de usos múltiples de la Comisión de Derechos Humanos del Estado de Puebla, pues se le impuso el nombre de Raúl Plascencia Villanueva “en alusión al trabajo desempeñado por el presidente del organismo defensor a nivel nacional”, de acuerdo con lo que recoge —prosa incluida— un comunicado de prensa de los poblanos.
Sin pudor alguno, el Consejo de Directores de la Escuela Libre de Derecho de Puebla le impuso a una cátedra el nombre de Raulito, a quien por no dejar también le concedió el doctorado honoris causa (horroris causa, será). Hasta la Universidad Panamericana, donde hay gente respetable, le impuso el nombre de Raúl Plascencia Villanueva a una cátedra que debe ser de indiferencia ante la violación a los derechos humanos.
En Sonora, para vergüenza de mis paisanos, la Comisión de Derechos Humanos del estado develó un busto del preclaro personaje y hasta le impuso el nombre del ombudsman de sí mismo a su Instituto Superior de Derechos Humanos. Y todos esos homenajes hacen pensar que Plascencia ha hecho escuela y que su abulia ha contagiado a sus colegas, quienes sumisamente le rinden tributo, quizá porque lo consideran el ideal a alcanzar: mucha pose y poco trabajo. Farsantes.