Felipe Vázquez y su Cazadores de invisible
Roberto García Bonilla
La comunicación en todas sus vertientes se transforma con una velocidad inimaginable hace tres décadas. La sofisticación de la tecnología, en particular la Internet, ha provocado la ruptura radical o el desvanecimiento acelerado de muchos de los procesos en diversas disciplinas científicas y humanísticas. Se repite, por ejemplo, que desaparecerá la crítica literaria que da cuenta de obras de ficción, de no ficción o de disciplinas afines, que será arrasada por los intereses pecuniarios de los medios masivos de comunicación. Habrá que añadir la sobreinformación que ahora producen los blogs y las redes sociales; asimismo, ahora se puede publicar con mayor facilidad no sólo en medios digitales, sino por ediciones impresas bajo demanda. Este último hecho permite que de un mes a otro, de un año a otro, casi quien se lo desee puede publicar y, por extensión, convertirse en escritor. Estas aseveraciones son tan relativas que pueden asentarse en el terreno de equívocos cuando no de las falsedades.
Los lectores que hayan optado por las críticas o reseñas anónimas en lugar de la lectura de textos de autor, en realidad, se deduce, siempre leyeron las páginas culturales por entretenimiento. Es cierto, ahora abundan los blogs con sugerencias de lecturas en las que se sitúa en la misma estatura, los best- sellers y los títulos con aspiraciones estéticas, formales, incluso innovadoras, junto a obras consumadas en diversas tradiciones.
Crítico sapiente
Lejos de las modas y de grupos literarios se encuentran las aportaciones del poeta y ensayista Felipe Vázquez (1966), quien recibió el Premio Nacional de Poesía Gilberto Owen (1999) y el Premio Nacional de Ensayo Literario José Revueltas (2002) por Juan José Arreola: la tragedia de lo imposible (Conaculta, Verdehalago, 2003).
Estamos ante un crítico sapiente, cuyas páginas han sido fraguadas en el temple de la minucia, del fervor crítico que alcanza una rara frontalidad en un medio que, con algunas excepciones, es autocomplaciente y falto de suficiencia autocrítica. Esa reciedumbre ya se anunció en Archipiélago de signos (1999), encubierta por una afilada ironía.
En Rulfo y Arreola. Desde los márgenes del texto (2010), encontramos a un ensayista con un estilo incisivo hasta la rudeza, siempre sostenido con argumentaciones textuales filológicas. Reúne dos autores canónicos que históricamente la crítica estableció como parteaguas de nuestras letras. Se estableció entre ellos una pugna personal que se originó en los contrastes de sus respectivos estilos. Muy probablemente el iniciador de esa pugna fue Emmanuel Carballo (1929-2014) en su texto “Rulfo y Arreola” (1954) en el que se lee: “Arreola es la corrección y la fiesta del lenguaje; Rulfo, la muerte y el triunfo del pueblo”. La diferencia de ambos estilos y de personalidades fueron interpretados de manera equívoca.
Felipe Vázquez es el estudioso más perspicaz, intuitivo y expresivo de la obra de Juan José Arreola (1918-2001); se confirma en la selección de textos incluidos en la antología personal Cazadores de invisible. La primera parte contiene el texto de largo aliento de 2003, antes citado, ya sin las fuentes (notas y bibliografía consultada); la lectura fluye aún más como un libérrimo ensayo; mantiene el rigor, ya sin los puntales documentales visibles.
El crítico nos deja una biografía intelectual y anímica de Arreola con un enfático realce en la relación vida-obra; sobre todo por la fusión y ebullición del sino trágico del autor de Gunther Stapenhorst, Varia invención, Confabulario, La feria, Palindroma, Bestiario e Inventario, quien llegó a decir: “Yo soy un autobiógrafo continuo, ¡aunque esté hablando en un momento dado de Babilonia!”.
Vitalidad de nuestra literatura
Felipe Vázquez articula distintos pasajes de la creación, el periplo en vórtice y la sombra de un escritor “imposible” —es decir, irrepetible—, que nos deja ver la lucha del creador en pos de la palabra suprema, inalcanzable; de ahí el drama: la revelación del artista que junto al ímpetu narcisista lleva la sombra de un ángel mancillado, acaso prefigurado —como el mismo Arreola señaló— desde antes del nacimiento.
La perspicacia crítica de Felipe Vázquez se funde con la del ensayista poseedor de la síntesis casi aforística al discernir sobre la (s) necesidad(es) del creador de poemas (“La Ananké del poeta”): es una suerte de Principia poética que todo aspirante y consumador de versos deberá tener presente. Cazadores de invisible también incluye ensayos sobre obras y autores como Salamandra de Octavio Paz; el horizonte crítico y la caída en José Revueltas, así como reflexiones sobre los poetas Eduardo Milán, Fabio Morábito y la poesía visual en México.
En los “Ensayos de ficción”, Felipe Vázquez medita entre la errancia y la iluminación de poeta: su identidad, desde la tribu hasta el ser ontológico; entretejiéndose con los sinsentidos de la escritura poética, desde la afirmación hasta la creación. El crítico-poeta nos deja ver sus motivaciones, desde la pulsión hasta la conformación de un estilo delineado como espigada sucesión de textos monolitos que fueron acuñados con porfiado tesón.
Las “Conjeturas” son ejemplos de una prosa poética, en cuyo ornamento contenido y forma se amalgaman. El ritmo acompasado en sus confines medita, respectivamente, sobre la génesis de la creación y la apocalipsis de los sobrevivientes, safios e iluminados.
Cazadores de invisible es una evidencia de la vitalidad de nuestra literatura; alejada de las tentaciones de la fama pedestre y de las celebridades fatuas que colman los medios de comunicación, ávidos de las galopantes novedades.
@garciabonilla
rgabo@yahoo.com
Felipe Vázquez, Cazadores de invisible. Antología personal, Toluca, Fondo Editorial Estado de México, 2013 (Col. Letras. Summa de días).


