Miguel Ángel Muñoz

El trabajo literario de Luis Zapata (Chilpancingo, Guerrero, 1951) es un recreo para el lector desarrollado con la creatividad y solidez manejada en cada texto. Podría decirse que es un etnógrafo de la vida gay y una especie de cronista de la vida nocturna de un México de sobra real, donde cita, literalmente, a la vida que consigna en su crónica-relato como un tiempo histórico.
Su primer libro, Hasta en las mejores familias, fue finalista del Premio Internacional de Novela México (Novaro, 1975); y en El vampiro de la colonia Roma (Grijalbo, 1979) Zapata se asume como un escritor de lo coloquial. No es, creo, un cronista que registra la vida nocturna en su totalidad, pero sí en una parte; se podría decir que es un contra cronista: la prostitución aparece como la equivalencia del contrabando, esto es, la forma económico social del contrabando alegoriza con un intercambio sexual prostituido. Luis Zapata nos sugiere que la prostitución masculina es la forma económica de la integración social, su patético antihéroe se convierte en una persona social gracias a que se vende. Esta materia prima, se diría, tiene una crudeza satírica pareja a la miseria social y moral que la novela implica.
Todo ello ocurre como un intertexto, nunca como un discurso evidente, ni mucho menos como una crítica social fácil. Al contrario, creo que la trampa de la novela es que se hace leer como si el mundo en que viven los personajes fuera de la forma naturalmente actual.
El humor, el erotismo, la aventura, son la fácil y ligera materia de la narración. Sólo que ante El vampiro de la colonia Roma estamos, claro ante una construcción paradójica: al parecer la sátira funciona, justamente, asumiendo que estamos en el peor de los mundos. En ese sentido su demostración es agudamente crítica y deja al lector “librado a su suerte”. Zapata entrega en su novela una imagen del mercado de y la prostitución masculina. Así, reescribe la historia para mostrarnos una alternativa posible y humorística de su arbitrariedad, termina por ofrecernos un personaje cándido, y un inocente corrompido por la versión dominante del mejor de los mundos. Lo novedoso de la novela es la forma conservada en que se narra, exige una credibilidad fonética que se opone a las convenciones el lenguaje escrito; por ello, los espacios en blanco dentro del texto, sustituyen a la puntuación tradicional y se evitan las mayúsculas. En cambio, se usan otros recursos (comillas, signos de exclamación e interrogación) que en el lenguaje escrito equivalen de algún modo a los tonos de la conversación de la novela.

—Luis, cuando públicas a fines de los setenta el clásico gay El vampiro de la colonia Roma fuiste muy criticado, ¿te dolieron los ataques?
—El libro tuvo muchas reseñas, muchos comentarios en la prensa, tanto favorables como desfavorables; hubo críticas muy buenas; por ejemplo, y cuando se tradujo al inglés hubo comentarios muy serios y muy analíticos. Y sí hubo comentarios negativos, pero lo curioso es que siempre abordaban al texto desde un punto de vista moral, más que como un hecho literario; es decir, a mí me habrían dolido los ataques si hubieran hablado mal de la novela; si hubieran dicho está mal escrita o tiene fallas en su estructura, o, en fin, ese tipo de comentarios más relacionados con el texto. Muchos comentarios fueron de índole moral; decían que el libro debería venderse envuelto en plástico para que no lo hojearan, porque era pornográfico: pero a mí ese tipo de ataques no me dolían; al contrario, me daba gusto, me halagaba, porque era una señal de que el libro movía algo. Hubo incluso quien me dijo que habían quemado ejemplares del libro en una ciudad de provincia: qué honor, ¿no?
—¿Cuál era en esos años tu forma de escribir?
—Siempre me he preocupado por el habla, por lo coloquial, el juego verbal. Siempre siento que he tenido ese interés dentro de mi trabajo, desde incluso antes del Vampiro. Por una parte, pero al mismo tiempo también me interesa trabajar otros estilos, recuperar otras formas de expresión por medio de la parodia, por ejemplo: del cine, de la novela popular, de estilos que podrían ser más acartonados si tú quieres, o más formales o más elaborados; entonces, siempre han estado presentes el interés por lo coloquial, a veces incluso de una manera excesiva, y por otro lado por jugar con una mayor elaboración formal. Y en esa época que me preguntas estaba El vampiro… que era una novela muy coloquial, pero también había otros textos en los que tenía otros intereses formales…
—En 1983 aparece tu libro Melodrama y en 1985 En jirones, ¿crees que el público ya estaba preparado para aceptar ese tipo de temática literaria?
—De alguna manera sí, fíjate, pues cuando salieron las dos novelas ya no hubo una reacción virulenta hacia los textos, sino que la crítica se centró un poco más en cuestiones formales, temáticas incluso; ya no hubo ataques gratuitos, por hablar de personajes homosexuales o narrar un acto sexual entre hombres; quizás en esa época ya estaba un poco más preparado para el público o la crítica, o ambos.
—Para el lector común, la literatura como temática homosexual resulta un poco desalentadora, ¿qué opinas de eso?
—Que es problema de ellos; creo que no es culpa del escritor, sino del lector. Si es que eso sucede, al menos a mí no me ha llegado ese tipo de comentarios, pero si los hay, sería curioso que se preguntaran por qué les resulta desalentadora.
—A principios de los ochenta se inició una briosa corriente literaria con temática homosexual, con escritores como José Joaquín Blanco con Las púberes canéforas, Utopía gay de Rafael Calva y Octavio de Jorge Arturo Ojeda, ¿qué opinas de ese movimiento, crees que hubo una retroalimentación entre todos?
—Lo primero que te diría es que no fue una “briosa corriente”, porque los títulos que me estás dando son tres o cuatro; creo que para que pudiera hablar de una corriente, como muchos se empeñan en decir, y hablar de literatura gay, tenía que haber sido más; cuantitativamente más importante. No creo que haya sido cuantitativamente muy significativo, ni que pueda hablarse de literatura gay; a mí me ha parecido siempre que eso responde a un afán simplificador de los críticos y de la gente que lee; incluso generalmente no tanto se da en los lectores este tipo de comentarios, sino en los críticos. Creo que para poder hablar de una “corriente”, tendría que haber muchas manifestaciones, y por supuesto que siempre hay una retroalimentación entre tú, como escritor, y los demás escritores. Estás en un medio que necesariamente influye en ti; más si son tus amigos; entonces sí influyen en ti, pero no nada más los autores mexicanos. Todos los escritores que lees tienen una influencia en ti, en mayor o menor medida.
—¿Crees que el lenguaje que manejas en tu novela está desapareciendo?
—Creo que en parte ha desaparecido. Los personajes son víctimas de una ideología muy característica de esa época y al mismo tiempo de un lenguaje muy típico de ese momento. Precisamente es una de las constantes de la novela: que los personajes se la pasan diciéndose el uno a la otra “ya nadie habla así, no mames” o “esa palabra ya no se usa” o “esto me sonó muy antiguo”.
—¿Cómo surge el proyecto de tu última novela Los postulados del buen golpista?
—Es una novela que nace después de que escribí El Vampiro de la colonia Roma. Alrededor de 1980 conocí a Billy, el personaje principal, pero no fue sino muchos años después que comienzo nuevamente el proyecto de escribir la novela, al igual que El vampiro… la novela apuesta a dos personajes que, por la manera en que se interrelacionan con la vida y quienes los rodean, recuerdan la máxima de Lazarillo de Tormes: “Me gusta decir lo que siento, la vida picaresca es la vida, que las otras no merecen este nombre… Por ello quise caminar por un camino más libre, menos peligroso y nada triste”.
—¿Hay alguna relación entre ambos libros?
—Cada libro tiene un origen diferente; las dos son novelas escritas a partir de conversaciones. Son picarescos, al margen de la vida económica. En El vampiro… lo que me interesaba era trasladar ciertas claves de la picaresca a este momento; es decir, al momento actual. En Los postulados… fue un poco diferente. Los dos libros tuvieron la necesidad de encontrar el tono en que se expresaría el personaje. Por otro lado, está la necesidad que tengo en cada libro: hallar el lenguaje en que el personaje narrará su vida.

miguelamunozpalos@prodigy.net.mx

Esta entrevista forma parte del libro Crónicas de la memoria
de Miguel Ángel Muñoz, de próxima aparición.