Erick Ampersand

La crítica, en el sentido etimológico del término, es la capacidad para ejercer un juicio ponderado. Sin embargo, este hecho representa tan sólo la culminación de un trayecto más amplio. En él se presuponen, por lo menos, dos actividades esenciales. Por un lado, la de escuchar a las diversas voces, aspirando a establecer un panóptico cultural, una estructura capaz de interpolar espejos conceptuales, esas fuentes semánticas que posibiliten una mejor comprensión. Mientras que, por el otro, se intenta cimentar un mecanismo que las jerarquice, que encuentre ese “aire de familia” en su parentesco, no sólo para hacer su inventario, sino para verificarlas, esto es, para comprobar su existencia, pero también con el objetivo de hallar la veracidad en su contenido.
Espectador, perito y juez. En el ejercicio de la crítica deberían reflejarse todas las facetas del proceso analítico. Se aspira a entregar al lector no la pieza final, sino el camino del descubrimiento y de la resolución. Tal vez por ello estimo tan atinado que un libro de este tema lleve por título, precisamente, Hermenáutica (Casa Editorial Abismos, Estados Unidos, 2014). Viaje y mensaje, en esta obra el escritor y crítico literario, Luis Bugarini (Ciudad de México, 1978) establece una cartografía de las ideas que anidan en distintas obras y libros, su proyecto es una invitación a perseguir el asombro, a releer el presente continuo buscando esa extrañeza perdurable, la esquirla creativa que sobresalga en la era de la repetición.
Surgen los nombres que construyen sus afinidades: George Steiner, Susan Sontag, Jorge Luis Borges, J. G. Ballard, William Gibson, Slawomir Mrozek, Predrag Matvejevíc, Robert Walser, Thomas Bernhard, W. G. Sebald, Stefan Zweig, Primo Levi, Claudio Magris, Roberto Bolaño, Enrique Vila-Matas, Sergio Pitol, Antonio Lobo Antúnez, Gaston Bachelard, Emil Cioran, Yukio Mishima e Ismaíl Kadaré. El autor analiza la crítica en general y a la vertiente literaria muy en particular, observando esas variopintas tradiciones que entre lenguas, tiempos y regiones disímbolas han encontrado una vibración compartida a partir del sentido crítico. La lista no es casual, los periplos de un lector son la arqueología de su escritura.
Puedo decir que concuerdo con la perspectiva francesa de entender al crítico como un agente cultural, pero discrepo de la visión que rechaza hacer dictamen público sobre la tan llamada literatura popular o de mercado: “…el crítico puede llegar a casa a leer literatura de consumo, pero en su valoración pública deberá tener presente un modelo envidiable en términos estéticos”. Sigo con empatía al escritor cuando dice: “El crítico literario está obligado a mantener un estándar alto de calidad”, cosa que me parece imprescindible, razón por la cual me sorprende aún más que inmediatamente después agregue “aunque no crea en él”. Tal vez la ética sea para el crítico lo que el estilo es para el narrador.
Al buscar el valor “verdadero” de las palabras (etimología), como también el de los textos (crítica), uno reconoce que todo resultado siempre será aproximativo, tan sólo un grado más en la escala de la fidelidad infinitesimal. Quizá por ello nosotros no esperamos del crítico la verdad última, sino aquella que demuestre la honestidad indivisible de su juicio. En Hermenáutica veo esa ambición por el rastro, por la inquisición como un ethos, por descubrir las sutilezas que surgen de las continuas relecturas. Bugarini es un lector atento, fijo, constante. Su trabajo ofrece las líneas y claves para un lector similar.

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