45 años de pulso sociocultural

El Metro es la ciudad, y en el Metro

se escenifica el sentido de la ciudad.

Carlos Monsiváis

 

 

 

José Alfonso Suárez del Real y Aguilera

La tarde del 4 de septiembre de hace 45 años (1969), fue testigo de la transformación urbana más relevante del Valle de México. Ese día, en la estación Chapultepec de la línea 1 del Metro, se inauguró oficialmente el servicio de una obra que, durante varios años, convulsionó la vida de quienes vivíamos a la vera de las históricas avenidas elegidas para albergar los túneles por los que comenzó a funcionar la columna vertebral del transporte público de la capital de la república mexicana.

Con un excesivo despliegue de seguridad —equiparable a la impopularidad de la represora clase política que impulsó la construcción de este servicio público— el presidente Gustavo Díaz Ordaz y el regente del Distrito Federal Alfonso Corona del Rosal encabezaron el viaje inaugural que los llevó hasta la terminal Zaragoza, observando a su paso las 15 estaciones adicionales que integraban este primer tramo del sistema que, a partir de ese momento, cambió los hábitos y costumbres de los capitalinos, quienes prontamente lo adoptaron no solamente por su modernidad y rapidez, sino también por la belleza de sus instalaciones.

La proeza ingenieril que representó la obra iniciada en junio de 1967, fue atinadamente culminada con la arquitectura elegida para cada una de sus estaciones, destacando por su belleza la ahora perdida grandiosidad de la estación Insurgentes, en la que el trabajo de cantera rosa que recrea la exuberancia de nuestro barroco, se conjugó sabiamente con el concepto calendárico mesoamericano, gestando así dos circunferencias unidas en el poniente, una —la más pequeña— para la estación, y la otra, circundando una plaza pública rodeada de locales originalmente destinados a las representaciones turísticas de cada estado de la república, propiciando así un lugar de encuentro propio para la zona turística más importante de la capital.

Otra emblemática estación es Candelaria, concebida por el genio del arquitecto Félix Candela quien, para deleite de los usuarios, recreó sus paraboloides hiperbólicosgenerando la peculiar atmósfera que caracteriza a su obra, o la de San Lázaro, la cual se enriqueció con la moderna cúpula por la que accede la línea B.

Quienes vivimos aquel ya lejano tiempo, recordaremos que hasta 1969 —y por razones más bien punitivas— se redujo la mayoría de edad de 21 a 18 años, que los paradigmas constitucionales se centraban en las “garantías individuales y los derechos sociales emanados de la Revolución”, que la mujer había logrado el derecho a votar hacía tan sólo 15 años (1953), y que el Distrito Federal era un mero departamento administrativo y los capitalinos no teníamos derecho a elegir a nuestras autoridades.

Como lo destacó nuestro admirado Carlos Monsiváis, en todos los cambios y transformaciones de nuestra ciudad, el Metro significa la ciudad viva, la ciudad democrática, diversa e incluyente, la ciudad que palpita vehementemente por cada una de sus líneas.