Vergüenza del PRI

Humberto Musacchio

No hay sorpresa en la actitud panista ante la reforma energética. Acción Nacional nació para oponerse a las medidas nacionalistas del sexenio de Lázaro Cárdenas. Los azules están en lo suyo, son consecuentes con su origen y su trayectoria derechista.

Lo que resulta más difícil de asimilar es el viraje ahistórico y antinacional del PRI, la disposición perruna de sus legisladores para votar acatando la voz del amo, tal vez porque puede haber gratificación, mordida o moche de por medio. En cualquier caso, con estipendio o sin él, la indignidad es manifiesta.

Hay una buena dosis de desvergüenza en la mansedumbre con que hoy votan los legisladores contra lo mismo que ayer les llenaba la boca. Esos mismos politicastros eran los que hacían un elogio encendido del nacionalismo, los que decían estar orgullosos de la gesta del 18 de marzo, los que le quemaban incienso a Cárdenas.

Ese nacionalismo de dientes para afuera estuvo presente tres cuartos de siglo, y en ese tiempo hasta las mentiras se pueden convertir en convicciones. A fuerza de repetirse algo, los seres humanos lo convierten en parte de su conciencia y en guía de su actividad. Así ocurrió con la expropiación petrolera.

La generación de políticos en activo, salvo excepción, nació después de 1938. Se educó y creció entre cantos patrióticos y en los ritos republicanos donde el petróleo jugaba un papel primordial, pues había sido palanca principalísima de la industrialización de México, del crecimiento económico y de la movilidad social.

Pero un día muy reciente las viejas convicciones, la experiencia y el conocimiento fueron tirados al cesto de la basura. Hay que entregar el petróleo a las trasnacionales, hay que hacer de Pemex y subsidiarias empresas que compitan con los grandes consorcios que dominan el mercado mundial de los hidrocarburos. De la defensa a ultranza pasamos a la entrega sin principios.

En la campaña electoral de 2012 nadie habló de privatizar el petróleo y favorecer las empresas extranjeras. Por eso, cabe preguntar si esos legisladores que levantaron dócilmente su manita, ésos que vendieron las convicciones de ayer por la imprecisa conveniencia de hoy, pueden dormir tranquilos, si pueden mirar de frente a sus hijos sin avergonzarse, y si es posible que pidan la bendición a su madre, si es que la tienen. Esos legisladores se traicionaron a sí mismos, pero en ese trance traicionaron a México y le dieron la espalda a todo aquello en lo que decían creer. En la historia de México serán malditos por los siglos de los siglos. Amén.