La ciudad costera, donde vive la viuda Renata junto con sus cinco hijos del fallecido candidato a la presidencia por el Partido Socialista Brasileño (PSB), Eduardo Campos, amaneció con un solo tema de interés: el futuro de las elecciones estatales y presidenciales de octubre.

El cuerpo de Campos continúa en el Instituto Médico Legal de São Paulo, a donde fue trasladado luego de que la avioneta en la que viajaba junto a otras seis personas se estrellara el miércoles en Santos; al parecer, no será exhumado hasta el fin de semana.

Mientras los vecinos de Recife esperan para despedirse -del considerado mejor gobernante de Pernambuco después de Miguel Arraes, abuelo de Campos, quien fue tres veces gobernador de ese Estado y Campos- la atención política se centra en Marina Silva, candidata a ser la vicepresidenta del fallecido tras la alianza que formó con el PSB.

Con una clara expresión de tristeza al hablar de la muerte de su compañero de campaña y su incomodidad ante el tema, Silva dijo “Fueron 10 meses de intensa convivencia, comenzamos a hilar juntos la esperanza de un mundo mejor y más justo. Eduardo estuvo empeñado en esas ideas hasta su último segundo de vida”, en un discurso junto al secretario general del PSB, Carlos Siqueira.

Silva perdió a su compañero de candidatura, pero para el PSB la pérdida es incomparable. Eduardo Campos era una voz fresca y la gran esperanza para la proyección nacional de una formación que ha ido ganando en cada elección, más diputados, gobernadores y alcaldes.

El partido tiene 10 días para definir quién será su sustituto, pero hasta ahora sólo hay dos elementos fundamentales para esa decisión: la conmoción por la muerte del socialista y la fuerza política de Silva, considerada la heredera natural del cargo; hay que recordar que con más de 20 millones de votos en 2010 y levantada por una astuta campaña en las redes sociales, obligó a la hoy presidenta Dilma Rousseff a disputar la segunda vuelta.

El abogado Antonio Campos, hermano del candidato fallecido, dijo al diario “O Estado de São Paulo, que la ecologista -fundadora del movimiento Rede Sustentabilidade- debía asumir la candidatura, “si mi hermano llamó a Marina para ser su vicepresidenta, demostró así su voluntad”.

Con una gran personalidad y un enorme peso político, superiores a los del propio Campos, Silva tiene posibilidades de ser la próxima presidenta de Brasil o al menos disputar el cargo. En abril, el instituto Datafolha publicó una encuesta sobre intención de voto con Silva como aspirante a la presidencia, antes de conocerse los candidatos: obtuvo el voto del 27% de los encuestados, frente al 16% de Aécio Neves, del Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB), y sólo por detrás de Dilma Rousseff, con el 39%.

Analfabeta hasta los 16 años, Marina Silva, nació en Breu Velho -en el Estado de Acre, en el norte del país-, superó la pobreza y cursó una carrera política que la llevó a ser la alternativa al bipartidismo del Partido de los Trabajadores (PT) de Roussef y el PSDB.

La posibilidad de que Silva llegue al palacio presidencial de Planalto, inquieta a gran parte de los brasileños. Silva de 56 años, es evangélica, una religión que está creciendo en Brasil, como en otros países, con posiciones muy conservadoras en cuestiones como el matrimonio homosexual o el aborto, aunque, según los expertos, estas características no marcarían su gestión, “Es evangélica, pero no necesariamente una política religiosa”, explica Claudio Couto, de la Fundación Getúlio Vargas.

(Con información de El País)