Miguel Ángel Muñoz
—Cada cambio es una catástrofe y cada catástrofe una resurrección—
Octavio Paz
Desde hace más de quince años he sido testigo de una labor secreta y de cambio constante. Rafael Canogar cree que la creación es una aventura: el primer pincelado, el primer trazo, el primer rompimiento con el pasado. Aunque es consciente que en momentos hay que volver al punto de partida. Atrás y adelante se abren espacios. En su caso: el informalismo, la figuración, la abstracción. Un cambio significativo del arte moderno, que me lleva a pensar en una palabra: metamorfosis. Pero Canogar sabe cuál es su horizonte, crea para poblar un vacío que lo persigue, que lo interroga, para crear siempre una nueva aventura. Juego entre lo desconocido y lo conocido. Tiempo y memoria. A lo largo de más de cincuenta años, Canogar ha comprendido lo que afirmo en algún momento Octavio Paz: “La modernidad no es la novedad y que, para ser realmente moderno, hay que regresar al comienzo del comienzo”.
En cada etapa creativa Rafael Canogar se ha arriesgado a redescubrir su lenguaje pictórico. Y no puede retroceder. Él sabe dónde y cuándo terminará su aventura. Su obra reciente lo sabe. Oscila entre el balbuceo y la iluminación. Es una lucha entre el rigor y la espontaneidad. No es sólo un pintor poeta, es una sensibilidad lúcida, reflexiva. Sus formas, tensas y poéticas, cuyos colores son de un destello salvajemente entusiasta, que instan al recogimiento, al silencio, donde el espectador dialoga directamente con la obra aislada, sola, o en contextos de ritmo cerrado a conciencia.
En lo que podríamos llamar su primera época creativa, Canogar busca en la figuración su lenguaje. Quizás es un periodo más académico del gesto que de alguna manera pretendía determinar la realidad. No en el sentido de “pintar bien”, sino de emprender nuevas y arriesgadas formas plásticas. A partir de 1948 comenzó a encontrar un mundo de formas y valores pictóricos inéditos. La libertad se muestra para él como el comienzo de una conquista. Hay en esta época artística una visión antigua y otra vanguardista. Lo moderno es consecuencia de cambio y desde ahí el artista juzga su trabajo. En diversos momentos Canogar se ha referido a ese proceso creativo como un tránsito contante y palpable. Esta metamorfosis no la podría describir, pero sí sentir. Es en cierta manera una entidad metafísica más que radical. Canogar comienza a conquistar el color y el sentido de la composición.
En 1957 inicia una nueva aventura estética: funda con diversos artistas el grupo El Paso, convirtiéndose en un miembro activo en la organización de exposiciones y de textos que describen la propuesta artística del grupo. Aunque más que un movimiento estético, El Paso fue una búsqueda constante del contacto con la modernidad: el informalismo. Fue el grito de libertad política, ideológica y cultural con que las nuevas generaciones europeas que se conocieron, y reconocieron en él la importancia de señalar y cicatrizar la herida de las dos guerras mundiales, el ocaso de las ideologías, y, en el caso de España el desastre de la guerra civil y los dominios de la dictadura.
Entre 1957 y 1962, Canogar —ya en 1956 había expuesto en París en la Galería Amaud— desarrolla un arte plenamente abstracto-informalista en el que pueden verse composiciones que se caracterizan por la interacción entre el fondo, más o menos homogéneo desde el punto de vista cromático y unas formas, casi siempre planas, de entornos muy nítidos. El negro es para Canogar un color fundamental para crear formas, y que suele contrastar con el del fondo y coadyuva a señalar la existencia de distintos niveles espaciales. “El negro es en nuestra cultura española —dice Canogar— un símbolo de luto y muerte, connotación trascendental de tránsito a otra dimensión, incónita y misterio siempre presente en el horizonte del hombre”. El color se apoya en una estructura y se considera como única función de una totalidad concreta: el cuadro. Su obra pasa de un “experimentalismo empírico a una concepción informalista”, como lo apuntó acertadamente Juan Eduardo Cirlot. Al principio, las formas negras cubren gran parte de la superficie pictórica; en cambio, a mediados de 1960, disminuyen las formas plasmadas en el ámbito pictórico. Utiliza una gama cromática amplia, resaltando los efectos de contraste entre formas de color, que posteriormente se verán con más claridad.
El proceso de madurez que marca un punto importante en su trayectoria se da entre 1963 y 1975; el artista descubre un dominio por la figura humana y por la atmósfera plástica. El cuerpo y las secuelas de la guerra civil española convergen en un mismo camino; su definición es múltiple. Se apropia del lenguaje de masas, de los periódicos, de la publicidad, y toma un camino paralelo al del pop anglosajón para utilizar todos estos elementos contra la represión que sufre la España de esos años. Es heredero directo de Goya y de su grito de denuncia son retórica. Oscila entre la realidad y la imaginación; las pinturas y esculturas de este periodo ponen al descubierto el momento histórico que vivía el artista en ese tiempo; quizá como él mismo dice: “Era el momento de aventurarme a realizar otro tipo de discurso pictórico”. Canogar sabe que España no es sólo un país trágico, sino también un territorio que reclama libertad, en el sentido más estricto de la palabra. Obras como: Composición, 1971; El caído, 1971; El arresto II; El yacente, 1973; Mutilados de guerra, 1974 y Pintura, 1975, son un despliegue en esos “cementerios culturales” que le llevaron a crear un discurso plástico comprometido con su tiempo. No hay en estas piezas un contenido explícitamente político, quizá por ello resulta de un impacto visual mayor para el espectador. Los protagonistas son un grupo de personajes o un individuo en solitario, que tienen como marco referencial lo cotidiano, sin localización precisa. El regreso al negro, el descubrimiento de nuevos materiales como el poliéster y la madera le dan vida a estos personajes anónimos sin rostro en una escena que no tiene referencia en la realidad, pero que impacta de inmediato. Toda esta obra podría ser una vasta metáfora.
La pintura de Rafael Canogar termina por tomar un camino determinante: la abstracción. El espacio va más allá del cuadro. No toma un sistema, es metáfora de alusiones: grito y silencio. La ruptura no implica negación sino un tránsito. Hay en el artista una necesidad de ruptura constante, que es parte integrante de su discurso plástico. A partir de finales de los años setenta se inicia una declinación por eliminar la figura y construir espacios interiores. No resume, vuelve a comenzar. Atrae, provoca, produce fascinación: volúmenes y superficies vacías, geometría y sensación, línea y color. Reducción del gesto pictórico a sus formas esenciales. La abstracción es materia austera: exploración del color, crítica del espacio. Baudelaire pensaba que con el color el pintor tiene una relación antagónica. De este modo, el artista subraya su interés por el espacio. Este interés adquirirá con el paso de los años, ya fuera del informalismo y del realismo crítico, una importancia fundamental que constituirá la parte esencial de este periodo. Canogar extrema la búsqueda: vibración amplia de resonancias. Nuevamente retoma la bidimensionalidad, el redescubrimiento de la materia y la ordenación en formas geométricas y, en ciertos momentos, lucha por romper el formato tradicional. La pintura recobra su importancia. Es un proceso de experimentación, cambio y asimilación. Canogar no conquista sino retoma su lenguaje compositivo. Los límites de la materia se han vuelto rumor y ese rumor es el llamado a lo ilimitado, al oleaje que se opone a la forma.
En los años noventa su trayectoria artística no es sólo reconocida en Hispanoamérica sino en todo el mundo. Canogar pinta todas las variantes de una invención plástica. Inventa y reinventa un lenguaje. Unión y desunión de signos. En estos cuadros de la última década que van del 2000 al 2012, el espacio es un juego compositivo, sí, pero no es una extensión abstracción, sino una vibración poética de la composición. Ese espacio nace de la conjunción entre espacio y vacío. El descubrimiento no es intelectual sino ceremonia mágica. Cada obra es un campo de batalla, una memoria abierta; todo símbolo cambia continuamente; son encarnaciones momentáneas. Dentro de los cuadros de Canogar la posición es cambio de figura y forma. Tiempo después renueva su lenguaje, se inicia un nuevo periodo, la obra gravita. Es decir, enmarca otras cualidades, construye dimensiones más sensibles y, al mismo tiempo, más abstractas. Esto contradice o bien sorprende por la anulación del espacio, que es la anulación de las formas. Me parece que Canogar invierte el tiempo: la materia se vuelve metáfora, música discordante, punto de quiebre entre lo antiguo y lo moderno. Grito de tensión que guarda vestigios anteriores.
El juego estético se mantiene a lo largo de la obra de Canogar. Al igual que en sus etapas anteriores, Canogar se preocupa por expresar a través de la pintura su idea del espacio. Su sintaxis plástica es una lógica poética dual: revelación del sueño. La pintura no es investigación sino develación de la realidad. En estos últimos años, Canogar redescubre el don de la pintura y trata de darle un nuevo sentido. Su quehacer pictórico es un rehacer y hacer lleno de equilibrio, poesía y maestría. El cuadro se vuelve poesía. No como texto visual, como asimilación, cambio y experimentación. Cada cuadro desea extraer de sí mismo su propio significado poético y estético. Un camino difícil, pero que Canogar ha sabido sortear con gran fortuna a lo largo de toda su trayectoria. Canogar no sólo es estímulo, sino un modelo de cómo los recursos en el arte son inmensos.
Texto del libro Canogar.
Una visión retrospectiva, que publicará el IVAM, Centro Julio González, Valencia, España.