Miguel Ángel Muñoz

Ricardo Garibay (Tulancingo, Hidalgo, 1923 – Cuernavaca, Morelos, 1999) fue miembro de una generación en la que estaban Alí Chumacero, Miguel Guardia, Luisa Josefina Hernández, Juan Rulfo. Ricardo Garibay tiene un lugar ganado en la cultura nacional gracias a su tenaz estilo propio y la solidez literaria conseguida en sus seis décadas de escritor.
Trasegado cual vagabundo, sin desdeñar nunca su oficio, no existe posible clasificación: lo mismo trabajó novelas, cuentos, poemas, ensayos, teatro, cine, televisión, guiones, crítica, reportajes. Lenguaje, realidad, en ese orden, al servicio de un género que se invalida al ponerse en práctica para desbordar cualquier límite: tal vez lo importante de Garibay sea el fino oído, casi magnetofónico, el quiebre de la sintaxis para ser fiel a la realidad, la riqueza de objetos que sólo quieren ser cómplices de un contexto dentro del mismo texto, dan la consigna de un texto que admite el placer de la lectura auditiva, visual y argumental. Las anécdotas se manifiestan con apariencia de caos en un lenguaje que lo prende a uno de las partes nobles y lo estruja con libros como Fiera infancia (1982), Cómo se pasa la vida (1975) y Cómo se gana la vida (1992). El juego lo revierte con delicadeza extrema a la coherencia de nuestra otra realidad, la que quiere ser espectador.
Dice Henrique González Casanova: “la prosa de Garibay es clara, hermosa; es uno de los mejores lenguajes literarios que haya producido la narrativa en lengua española”. Su finísima penetración y densa atmósfera, sus diálogos graves, crudos, sarcásticos e irónicos se ven claramente reflejados en Diálogos mexicanos (1975) donde, como dice Carlos Monsiváis, “Garibay tiene la incursión controvertible en el habla y en el pensamiento popular, vía de acceso al mundo a la vez central y marginal de los pobres. Ahí prueba diversos temas narrativos y se decide por la mezcla de una acción incesante con el despliegue de su cultura”.
El Ricardo Garibay de ayer y de hoy, desde sus ensayos hasta sus novelas, sigue asumiendo todas las responsabilidades de su labor de escritor, siguiendo siempre la anarquía, donde ha encontrado la disciplina vaga y rabiosa que lo ha caracterizado.
A quince años de su fallecimiento, publico esta charla que le hice en 1993 a Garibay. La entrevista fue extensa y gran parte de ella apareció en La Jornada (1993), El Búho (1993), Excélsior (1995) y El Nacional (1995).

—¿Cuándo surge Ricardo Garibay en la literatura?
—Con un primer cuento que publiqué en 1941 y desde entonces no lo dejo de hacer siempre, y que me paguen mi trabajo.
—¿Cómo cree que se forma un escritor?
—Un escritor nace del talento y del tiempo, tiempo para observar, estudiar, pensar, por consiguiente, no puede permitirse el lujo de desperdiciar una sola hora de su vida en tonterías, por ejemplo, desde 1940 estoy totalmente dedicado a leer y escribir y me doy el lujo de ganar dinero para cosas que no son esenciales.
—¿Cree usted que es malo ganar dinero como escritor?
—De ninguna manera, al contrario, el escritor es el que más debería ganar dinero. Recuerdo que yo tenía que estar en todos los suplementos culturales del país para poder mantener a mi familia.
—¿Piensa entonces que esté mal pagada la intelectualidad en el país?
—Claro, siempre lo ha estado desde que yo recuerdo, cuando comencé como escritor se nos pagaba muy mal nuestras colaboraciones y hasta hoy sigue ocurriendo y eso que los periódicos ya tienen más dinero para pagar.
—¿Por qué pasa esto?
—Por la falta de interés de los periódicos en difundir la cultura, peor si es literaria. Me parece que es la peor pagada.
—¿Se puede vivir como escritor en México?
—Sí y no. Todo consiste en trabajar mucho, creo que de los libros muy poco se vive, pienso que el único que ha vivido de sus libros es Luis Spota.
—¿Ha dudado usted en ser escritor?
—Nunca, siempre me he dado el tiempo para escribir, pienso que los que tienen más tiempo para hacerlo siempre son los mejores. Hay casos de escritores que durante años han escrito hasta 300 cuartillas diarias y si no hay tiempo hay que dárselo uno mismo. Hay que tener una rutina diaria.
—¿Cuál sería el papel del escritor en este mundo tan cambiante?
—Tiene el poder de abrir nuevos horizontes o cambios a través de la literatura, creando nada más.
—¿Cree usted que con lo que tenemos en materia educativa, podríamos brincar al primer mundo?
—Existe una enorme voluntad de los maestros por trabajar. Sin la participación de ellos será difícil que triunfe cualquier intento de modernización educativa. Mientras sigan actuando las autoridades con acciones burocráticas y autoritarias no se podrá avanzar en los nuevos planes y programas, hoy es el momento que pasemos del discurso al hecho.
—¿A qué cree que se debe la falta de interés por la cultura y la educación?
—A la falta de interés de la sociedad por cultivarse, por leer. Por ejemplo, le haré referencia a algo que sucedió en Guadalajara, hace unos meses. Resulta que los directivos de una universidad tapatía me invitaron a impartir una conferencia y se molestaron mucho porque les cobre diez millones de pesos. Luego me enteré de que el cantante Juan Gabriel les hizo a los directivos universitarios el favor de cobrarles 150 millones en lugar de 300; hasta hubo una comitiva para agradecer el gesto del cantante. También quiero decir que Cuernavaca es una ciudad llena de millonarios, pero nadie da un centavo para la inteligencia. Por eso es que no se avanza en el renglón educativo; además, no es posible que en la actualidad la demagogia siga imperando, en ese aspecto ya lo dije: hay voluntad de los maestros pero mientras la burocracia impere no se podrá salir adelante.
—Usted menciona que los personajes son parte de uno. ¿Cómo los vive dentro de su literatura?
—Hay veces que yo mismo me vuelvo el personaje para poder entender lo que viven, sienten, temen, anhelan, gozan y sufren. Muchas ocasiones es difícil cambiar de visión, para trasladarse a otro tiempo. En ocasiones me tardo mucho para encontrar la página del texto, pasan días, meses, en los cuales, como ya saben, me paso ocho u once horas sentado en el escritorio buscando por dónde.
—¿Cómo surgen los temas de sus novelas?
—Muchas veces hay que tenerle cariño al tema que se trabaja, hay que estar enamorado de lo que se escribe, lo mismo que de una mujer, para dejar que fluya el tema a lo largo de la hoja en blanco. Al estar escribiendo sólo pienso en ello y no dejo el tema hasta no tenerlo terminado; se tiene que meter uno realmente en el asunto de escribir, porque la única realidad que existe es lo que se está escribiendo en ese momento, lo demás hay que dejarlo para otro tiempo, hay que estar conscientes del oficio del escritor y sus aplicaciones.
—¿Cuál es su relación con sus personajes?
—Cuando uno escribe novela o cuento e incluso teatro tiene uno que tener una relación directa con los personajes, hasta el punto de que hablen como seres humanos vivos, pero a la vez como invenciones literarias, pero eso se crea con la destreza del autor. Los personajes que uno crea al irlos trabajando se vuelven poco a poco verdaderos, reales; siempre lo he dicho: hay que hacer la literatura en carne viva. Hay momentos en que uno se enamora de ellos, como fue el caso de Alejandra en mi novela Triste domingo.
—Usted ha sido becario, modelo, inspector, guionista, entre otros oficios, ¿actualmente, a sus 71 años de vida, cómo se gana la vida Ricardo Garibay?
—Uno lee y escribe para vivir de eso. Doy una conferencia por ahí y por allá, escribo artículos en periódicos y revistas, hoy día en este país da para ir pasándola; escribo algún ensayo que me encargan, uno que otro guión cinematográfico con el cual gano un dinero, pero ya en este tiempo lo que me ocupa es mi imaginación para poder seguir escribiendo.
—En muchos de sus libros la vida pasa día a día ¿se puede encontrar material literario todo el año?
—Queremos ver en la vida algo sensacional para poder escribir. Actualmente estoy escribiendo una galería de mujeres. Es un instante en la vida de una mujer: retratar esa imagen es lo difícil. Hay que describir un ademán, un gesto, tratar de hacer una síntesis intensa para mostrar a la mujer entera en un instante de vida. Esto es lo que no podemos conseguir, esta vida diaria contada sin ganas de asombrar a nadie no lo hemos conseguido todavía, somos muy truculentos en nuestras narraciones y tal vez eso las hecha por el caño.
—¿Se puede evitar el ser truculento en la literatura?
—Todo lo que escribimos busca un momento culminante, así sea un cuento breve o una novela. Por ejemplo, en una novela juntamos los momentos culminantes, en el cuento coronamos los incidentes hasta llegar a su culminación. Los autores japoneses cuentan la vida diaria con una escalofriante simpleza. Aparentemente no pasa nada, pero cuando se termina de leer, no ha habido ni un momento culminante y sigue la vida sin parar, con sus culminaciones y derrumbes cotidianos. En muchas ocasiones estoy escribiendo y leo, en ese momento me doy cuenta que se da el momento culminante en mis trabajos, y es cuando vuelvo a caer en la trampa. Entonces, hay que sacar la casta del oficio para no caer en dificultades al momento de narrar.
—En sus 72 años de vida y con 42 libros publicados ¿cuál es el premio más feliz de su vida?
—Soy el ser más feliz escribiendo y leyendo todo el día, sin pensar en preocupaciones y problemas de la vida diaria. Amo mucho el oficio que me tocó, creo que ese es el premio.

miguelamunozpalos@prodigy.net.mx