Ricardo Venegas

Desde sus libros anteriores, Luis Tovar iniciaba una bitácora donde la función lúdica de la variedad y el humor se conjuntan y proponen una forma de merodear las páginas donde el detalle es señor de sí mismo. La ironía del crítico y la del autocrítico, la experiencia del hombre y la del escritor se reúnen para ampliar el sendero de la voz. Si la lengua de todos los días se refleja en Sin rastro de nosotros es por el arte escuchar, macerar antes de digerir. En su escritura los géneros se cruzan cumpliendo su cometido: despertar en el lector la sed de conocerse.
Alguna vez en una charla lejana le pregunté al gran Ricardo Garibay sobre cómo se transforma una realidad en literatura, y me respondió: —“Inteligencia, inteligencia literaria. No hay ninguna explicación. Dos hombres viven un mismo acontecimiento, están juntos. Uno de ellos o los dos lo escriben; en uno de ellos es un mero registro de hechos, muy estúpido, en otro es una obra de arte; ¿en qué consiste?, no sabemos. Uno tiene el talento literario y otro no. En un grueso volumen que tengo de diarios íntimos de escritores famosos, destaca, de una manera inmediata, el diario que, de una revuelta en París, escribe Victor Hugo. Es espléndido. Uno se enamora de lo que va leyendo, uno siente la rebelión en las calles de París, siente la violencia, la sangre, la muerte, la furia. Se trata de un gran escritor que escribe lo que otros muchos han descrito, pero él logra la obra de arte, ¿por qué?, bueno, porque tenía la naturaleza de gran escritor, tenía el talento, el genio para escribir, y para eso no hay explicación; unos lo tienen, otros no. Ni modo”. Algo semejante ocurre con la literatura de Luis Tovar, en la cual, indudablemente, hay vida y camino andado, se trata de inteligencia literaria, sin menoscabar la influencia del cine como recurso que nos proyecta las imágenes nítidas de un cinéfilo que ya ha vivido varias vidas a través de la lectura de su propia tradición y de la escritura gozosa de su obra, en la cual encontré al personaje de Guillaume Apollinaire de Las enseñanzas de un joven don Juan, y en distintos momentos redescubrí al Lobo estepario de Hermann Hesse. La osadía y la introspección juntas nos revelan el lado más humano de un hombre que se mira a sí mismo y nos recuerda las “dualidades funestas de López Velarde”, algo más que los “ojos inusitados de sulfato de cobre”.
Sin rastro de nosotros es una obra que detalla y dibuja las relaciones de pareja, sus conflictos y sus atardeceres, la psicología de sus personajes es definitiva: Seres que buscan la luz que los trajo al mundo, el ágape, la respuesta amorosa a veces negada o escondida en la vivencia; Luis Tovar nos deja entrever un realismo, un cuasi impresionismo fiel en todo momento a la realidad de los amantes, al lenguaje del idilio, en estos términos hablamos de una novela (y no de una trilogía de relatos, como quería el autor) que fragua su propio mundo, el cual se asemeja exageradamente a la realidad. Dice Joaquín Sabina en una canción: “El agua apaga el fuego,/ Y al ardor los años,/ Amor se llama el juego/ En el que un par de ciegos/ Juegan a hacerse daño/ Y cada vez peor/ Y cada vez más rotos/ Y cada vez más tu/ Y cada vez más yo/ Sin rastro de nosotros”.
Quizás algún día despertemos y seamos el que nos mira en el espejo, el explorador, el polígrafo que aborda la narrativa y la poesía y habremos escuchado nuestro nombre en las palabras de un creador que cumple la encomienda de mostrarnos un camino, una literatura vital que nos encuentra.

Luis Tovar, Sin rastro de nosotros. Ediciones Eternos Malabares, INBA/CONACULTA, México, 2013.