Ante el proyecto inmobiliario Ciudad Progresiva

 

 

El progreso es la habilidad del hombre

para complicar lo simple.

Thor Heyerdahl

José Alfonso Suárez del Real y Aguilera

La declaración de nulidad del Manifiesto de Impacto Ambiental, bajo la cual se ampara la edificación de esa nueva “Torre de Babel” publicitada como Torre Mitikah, más que un acto de justicia es prueba del cinismo exhibido en todo el proceso de degradación sistemática del pueblo de Xoco, uno de los enclaves urbanos de indiscutibles reminiscencias históricas del Valle de México, puntualmente acreditado por crónicas, historiadores y vecinos del otrora idílico, toponimia de la cual deriva su nombre.

El memorioso don Bernardo Bátiz, respetado demócrata, jurisconsulto y profundo conocedor de la historia del territorio conformado por la delegación Benito Juárez, desde 2012 compartió sus legítimas inquietudes y sólidos argumentos en contra del proyecto inmobiliario Ciudad Progresiva —cuyo emblema es la referida torre con 60 pisos de altura—, presentado en las postrimerías de la administración de Marcelo Ebrard como el detonador del progreso urbano del sur de la capital, propuesta que, desde su concepción, despreció el patrimonio cultural tangible e intangible que en el corazón de Xoco se acrisola y se defiende en contra de una modernidad malentendida, aquella que depreda y degrada la calidad y calidez de vida del ser humano, ubicándolo como mero espécimen de consumo, ayuno de pasado y de futuro.

La tenacidad y templanza de los habitantes de este minúsculo barrio supo sortear las presiones inmobiliarias de la banca estatizada y privatizada, de la especulación comercial de tiendas departamentales y de las ambiciones culturales del sexenio de la abundancia, hasta topar con la desbocada escalada desarrollista que, gracias al cohecho, hizo de la demarcación —gobernada por Acción Nacional— un nicho de oportunidad inmobiliaria para la administración pro empresarial que imperó durante el pasado sexenio.

La valiente resolución del Tribunal Contencioso frenó la edificación de la Torre Mitikah y ello, en breve, generará presiones procedimentales, políticas y económicas a fin de revertirla, pues pone en riesgo un pingüe negocio que de ninguna forma puede perder el capital especulativo que generó este despropósito inmobiliario, cuyo promotores nunca han ocultado su decisión de “engullirse” el viejo paraje, la vetusta iglesia y hasta el “camposanto”, bastiones de defensa patrimonial que aún resisten al proyecto integral de su Ciudad Progresiva.

Ante la irrefutable incoherencia urbana, intrínseca a la construcción de esas “colmenas progresivas” impuestas por la especulación inmobiliaria a la sociedad líquida, diseccionada por el sociólogo polaco Zygmunt Bauman, es necesario aquilatar la sabiduría del biólogo noruego Thor Heyerdahl, para quien la complicación de lo simple es un dramático retroceso civilizador, tal y como lo acredita este engendro inmobiliario publicitado como “progreso y surgimiento de un mito al sur de la ciudad”.