Potencial del campo

Julio A. Millán B.

Según los informes de la FAO de 2013 sobre la seguridad alimentaria, una de cada 8 personas en el mundo, unos 842 millones, están subalimentadas, es decir, no comen lo suficiente para tener una vida activa. Si bien en los últimos 10 años esta situación ha disminuido 17%, aún se encuentra en un estado alarmante y con marcadas diferencias regionales. Destacan, en este contexto, los países subdesarrollados, con los mayores atrasos.

No se trata de que no se produzcan suficientes alimentos con los nutrientes necesarios. El problema es de desigualdad, de que no se tiene acceso a los alimentos. Y lo paradójico es que sean los propios campesinos los primeros en sufrir los estragos de la pobreza, situación de la cual nuestro país da muestra clara.

En efecto, según los informes de Coneval, el 61.6% de la población rural se encuentra en estado de pobreza y, de este nivel, el 21.5 en pobreza extrema. Esta situación no es de extrañar si consideramos que en el campo la condición de cientos de miles de productores es de subsistencia, derivada de la baja productividad, la deficiente y en muchos casos inexistente tecnificación, la ausencia de mecanismos de financiamiento que resulten apropiados, muchas veces complicada por el propio régimen de tenencia de la tierra y por supuesto el desconocimiento de los programas de fomento que el gobierno ha instrumentado, pero sobre todo la falta de un sistema organizacional que se centre en el bienestar y progreso del campesinado y no en los intereses políticos y de otra índole de los líderes.

Estas condiciones llevan a replantear las acciones que por tradición practican los campesinos, para configurar una nueva estrategia de desarrollo basada en la figura de los agronegocios.

La seguridad alimentaria es un tema de vital importancia, no sólo en el aspecto de disponibilidad que en muchos casos depende de procesos más afectivos de distribución. Los grandes consorcios acaparan y especulan con los precios y buscan satisfacer la demanda de los países de mayor ingreso, dejando insatisfechas las regiones con menores recursos pero con mayores necesidades, lo que rompe con el principio de accesibilidad a los alimentos. Es necesario actuar en este sentido.

Para ello, se debe desarrollar una verdadera política agrícola integral, de sustentabilidad y de largo plazo. Los agronegocios son la llave para democratizar la productividad porque permiten agregar valor a la cadena productiva y comercial, desde la producción primaria, dotando de mayores capacidades a los pequeños productores mediante esquemas asociativos, como los agroclusters, cuya base logística son los agroparques que actualmente desarrolla la Sagarpa.

Se requiere el esfuerzo y compromiso de todos los mexicanos, dejar atrás el paternalismo y mirar el campo como una fuente de riqueza y de prosperidad con un sentido de utilidad social y económica.