Para bien del pueblo

José Elías Romero Apis

En el reciente mensaje de gobierno presidencial pudimos advertir que nuestro gobierno está funcionando bien pero que, además, está funcionando bien la oposición política. Aquel fue un buen promotor de las reformas del cambio y esta ha sido un eficiente coautor sin convertirse en obsecuente ni en subordinado.

Por eso, puede decirse que el gobierno-Peña ha sido un gobierno de política y de acción. Ha trazado el rumbo de su devenir y ha hecho lo necesario para transitarlo. Eso se llama política real, por cierto, la única en la que creo.

En los países-realidad, como el nuestro, lo ideal es tener buen gobierno y buena oposición. El buen gobierno es activo, es promotor, es respetuoso, es comedido y es oportuno. A su vez, la buena oposición es de lo mejor que puede tener un gobierno. Ella lo impulsa ante sus negligencias, lo contiene ante sus excesos y lo guía ante sus extravíos. Es el mejor motor, el mejor freno y la mejor contraloría del gobernante. Le da lo que, muchas veces, no le surten ni los leales ni los serviles. Le informa de lo que él no advierte o de lo que no previene.

Lo catastrófico es que ambos sean pésimos. Lo intermedio es que sólo sirva uno de ellos. Si el gobierno es muy eficiente, no es tan grave la impotencia de la oposición. Pero si el impotente es el gobierno, la única salvación reside en la oposición.

Pero este binomio tiene dos amenazas que lo ponen en riesgo. Una es que el gobierno quiera ser oposición. Que pretenda acuerdos para transformarla en simple colaboradora, privándola de ser opositora. La otra es que la oposición no sea recia o inteligente, bien por dispersión, por desorganización o por distracción. Ese es el peligro es que, al mal gobierno, se sume la mala oposición.

La alarma mexicana de la última década es que estuvimos al borde de un abismo o, por lo menos, de una zanja. El gobierno acusaba fuertes dosis de impotencia pero la oposición revelaba grandes cuotas de ineficiencia.

Las causas generatrices de ello se saben de sobra. El gobierno panista era inexperto e improvisado. No contó con aquellas memorias, buenas o malas, que se llaman experiencia. No tuvo los manuales, de aquellos no escritos, que le dan al gobernante la guía de solución para cada trance. De esa manera cosechó el reproche y la desilusión. A ello contestó con el enojo y la desconfianza.

La oposición, a su vez, también tuvo mucho de inhábil y desmañada. No aprendió a denunciar con acoso y constancia. Le pareció poco elegante el ser insistente. Tampoco formuló la propuesta concisa y atrayente. Todo lo propuso con el diseño de fondo, como si todavía fuera gobierno. Lo sencillo le parecía ligero.

Pero no hay mal que dure cien años ni pueblo que los aguante. Por eso, al frente estaba la alternativa de la lógica. O gobierno y oposición aprendían, aceptaban y asumían su papel o el pueblo los reinstalará en su debido lugar. Bien por el gobierno, bien por la oposición y, sobre todo, bien por el pueblo.

 

 

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