Dra. Indira Sánchez Bernal*
Una de las primeras expresiones de la política exterior mexicana tercermundista, me refiero a aquella política en la cual el Presidente Echeverría abanderó la política del apoyo a los movimientos de liberación nacional, a la cooperación sur-sur, al desarrollo independentista, a la innovación política autónoma de las grandes potencias; en el Medio Oriente, estuvo centrada en el apoyo de dos misiones diplomáticas ad hoc: el de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) y el de la República Árabe Saharaui Democrática, bien conocida como la RASD.
En el caso de la RASD, en 1979 el Embajador Jorge Castañeda, Secretario de Relaciones Exteriores, durante su intervención en la Cumbre de Países No Alineados de la Habana, el 8 de septiembre, anunció que el gobierno mexicano apoyaba como Nuevo Estado de la comunidad internacional a la República Árabe Saharaui Democrática, ubicada dentro de las fronteras del antiguo Sahara Español, y agregaba una felicitación al gobierno de Mauritania por haberla reconocido y por haberse retirado del territorio saharaui. Al mismo tiempo, Castañeda hacía un llamado para que el gobierno marroquí permitiese a los habitantes de ese país ejercer el derecho de la autodeterminación en la parte del territorio que aún estaba ocupado por las fuerzas marroquíes. Desde entonces se planeó el establecimiento de la Misión diplomática saharaui en México, la cual tendría lugar en el año de 1988.
A partir del mencionado año México ha apoyado diplomáticamente a la República Árabe Saharaui Democrática; sin embargo el fin de la política tercermundista y el inicio de la época neoliberal en México, dejaron aquel apoyo sólo en un recuerdo miope y casi borroso. La política exterior mexicana se ha centrado en el furtivo impulso de las relaciones económicas y políticas con los países más desarrollados, pretendiendo dejar de lado los antiguos objetivos Sur-Sur.
El lunes 8 de septiembre de 2014, se celebraron 23 años del establecimiento de la Misión de Naciones Unidas para el Referéndum del Sahara Occidental (MINURSO), y al igual que la política exterior mexicana, la MINURSO no ha podido construir una visión clara respecto al conflicto territorial.
Las contradicciones económicas y políticas acaecidas en el Sistema Internacional contemporáneo nos han hecho olvidar que aún hay resquicios de la herencia colonial europea en África, Asia y América; que la Organización de Naciones Unidas aún sigue teniendo la misma estructura construida después de la Segunda Guerra Mundial y por ende sigue poniendo como prioritarios los intereses de las grandes potencias; dejando de lado, las reivindicaciones emanadas de pueblos que fueron colonizados y que sus voces fueron silenciadas, como es el caso de los saharauis.
Es un buen momento entonces, para reflexionar sobre el futuro del pueblo saharaui, sobre la responsabilidad que pesa en la Comunidad Internacional en cuanto a darle una pronta solución al conflicto, especialmente pensando que en 23 años las recomendaciones de la MINURSO no han llevado a un buen puerto las negociaciones entre Marruecos y la RASD, sobre la actividad política mexicana, de recordar que México se encuentra comprometido también con los intereses de pueblos simétricos, recordando también que nuestra independencia fue ganada no dada.
El pueblo saharaui es un pueblo que ha caminado con la cabeza frente al sol, que ha hecho hacer escuchar su voz desde las dunas de arenas y que día con día nos recuerda que los pueblos cuentan con el derecho a la libre expresión. Las soluciones pueden variar desde la autonomía hasta la independencia, sin embargo lo que la política mexicana y la política internacional pueden defender en estos tiempos en desorden, es el derecho del pueblo saharaui a escoger su propio destino y en eso radica el llamado de las arenas.
*Catedrática del Instituto de Estudios Superiores de Monterrey, campus Santa Fe, especialista en
estudios del Norte de África.