Carmen Galindo

 Cuando se les pregunta a los economistas sobre el papel que juega América Latina en el capitalismo, la respuesta, aunque varía según los matices ideológicos, acaba por ser la misma: proveedora de materias primas. En cambio, cuando acude uno a la literatura, parece que a los escritores, por falta de compromiso político o de agudeza, se les escapó el importante tema. No es así. Los que no quieren mencionarlo son los estudiosos, ya sean los historiadores o los críticos. Jorge Amado se refiere al tema de la exportación del cacao en Gabriela, clavo y canela. En La vorágine, José Eustasio Rivera denuncia paso a paso la explotación de los caucheros y el siniestro papel de los enganchadores. Nada menos que el Nobel Miguel Ángel Asturias trata el tema de la UnitedFruit en su trilogía: Viento fuerte, El Papa Verde y Los ojos de los enterrados. El costarricense Carlos Luis Fallas aborda a la misma trasnacional en la célebre Mamita Yunai.En México, el recurso natural es el petróleo y a ese tema se dedica una extensa literatura, pero igualmente es poco mencionada por los críticos, salvo el estudio de Luis Mario Schneider (que, por desgracia y razones que no vienen al caso, no tengo ahora a mano).

De las novelas del petróleo, la que mejor recuerdo es Brecha en la roca, de Héctor Raúl Almanza, publicada en 1955. Novela construida a semejanza de La madre de Gorki, narra la lucha por el petróleo en el momento de la expropiación y al igual que en el relato de Gorki, una madre, Doña Tere, acaba por sustituir al hijo en la lucha. En la parte final, los personajes escuchan, por los altavoces, el discurso del Presidente Lázaro Cárdenas comunicando al pueblo de México la expropiación del petróleo.Literariamente hablando, es a la vez un recurso nacionalista y moderno, pues se trata de un auténtico collage: un discurso real y ajeno al autor incrustado en la novela. Almanza relata los difíciles, peligrosos, intentos de formar el sindicato petrolero con las temibles compañías extranjeras vigilándolos, expropiando sus tierras y asesinando a los trabajadores oponentes. La novela, excelente, ha sido convenientemente olvidada. El autor explicita en el prólogo que busca: “condensar la epopeya de nuestra lucha por la independencia económica”. (Raquel Tibol en un número de Proceso cuenta, además, que Almanza, sólo por ser de izquierda, se ganó la animadversión de Octavio Paz).

La otra novela del petróleo es muy famosa. Me refiero a La rosa blanca, de Bruno Traven. En la hacienda del título viven unos pacíficos campesinos que son perseguidos y Jacinto Yáñez, el protagonista, asesinado por lacompañía CondorOilque codicia el petróleo que supone está en el subsuelo de la Rosa Blanca. Con la ley energética recién aprobada, la venta es obligatoria bajo la figura, además, de “ocupación temporal”, como si después de la exploración y explotación petrolera las tierras quedaran listas para retornar a su original destino agrícola. Los campesinos de la novela, como los actuales, no es que no comprendan y menos se opongan a la modernidad, sólo defienden su patrimonio. En la novela de Traven, en efecto, la visión de la hacienda es un tanto idílica, pero la persecución de los dueños y sobre todo, los intentos de corromperlos con dinero son completamente reales.

La película fue filmada en el sexenio de Adolfo López Mateos. El equipo no tenía pierde. En 1961, con la novela de Bruno Traven, Macario, el director Roberto Gavaldón, había sido aspirante al premio Óscar como mejor película no hablada en inglés.En La Rosa Blanca, la adaptación fue deGavaldón y Emilio Carballido. El actor Ignacio López Tarso, quien había interpretado a Macario, encarnó ahora a Jacinto Yáñez. El filme pudo ser un éxito, pero la censura enlató la película de 1961, que se filmó, a 1972 que la dejó ver la censura, es decir, once años. Se habló de que el filme se prohibió porque aparecía Christiane Martell en negligée,para ese entonces ya casada con Miguel Alemán Velasco(con su nombre real de Magnani), o que el gobernador de Veracruz, interpretado por Alejandro Cianguerotti, recordaba en algo al ex presidente Miguel Alemán Valdés. Cuando se estrenó finalmente, en el cine Roble, el más importante de la ciudad de México, la gente con airados gritos atacaba a los “gringos” y aplaudía la resistencia de los mexicanos.

Esta novela fue publicada en Alemania en 1929 y en México, en 1940, traducida por el poeta salvadoreño Pedro Geoffroy Rivas y LiaKostakovski, y luego, en 1951, con la traducción de Esperanza López Mateos. Lía Kostakovski fue esposa de Luis Cardoza y Aragón, su hermana, que mexicanizó su nombre, como Olga Costa, fue la esposa de José Chávez Morado. (Quien esto escribe, lo que es un lujo, usa para llevar sus libros a la UNAM, una bolsa que tiene estampado un cuadro, el más famoso, de Olga Costa: Vendedora de frutas).

 

La otra traductora, Esperanza López Mateos merece comentario aparte. Durante una década, ella fue la traductora y agente literaria de Bruno Traven, a tal grado que se llegó a decir que “Esperancita” era el misterioso escritor del que hasta la fecha se desconoce su verdadero nombre, ya que Bruno Traven es un seudónimo. Vida enigmática, Esperanza López Mateos se suicidó en 1951, antes de que su hermano Adolfo fuera Presidente de México de 1958 a 1964. Por alguna extraña razón también se negó ese parentesco y durante años se rumoró que era hija adoptiva de los padres de López Mateos. De lo que no cabe ninguna duda es que fue esposa de Roberto Figueroa Mateos, su primo. Hay que recordar que Gabriel Figueroa Mateos, el famoso fotógrafo, es hermano de Roberto y siempre que había una reunión en su casa, se señalaba de modo discreto y a los amigos cercanos que ahí estaba Bruno Traven con Rosa Elena Luján, su esposa. (Quien esto escribe conoció a su hija, Rosa Elena Montes de Oca, quien es economista, pero nunca “Chelena” mencionó a Bruno Traven, aunque alguna vez que vislumbré a su mamá lo hice con la conciencia de que era la esposa de Traven). En alguna edición de la novela Puente en la selva aparece un dibujo, excelente, de María Antonieta Flores de Figueroa, la hoy viuda de Gabriel, que revela el rostro de Bruno Traven. Así que Traven sí existió.

John Huston, dirigió en 1948, El tesoro de la Sierra Madre, basada en la novela homónima de Traven, con la que ganó el Óscar. Gabriel Figueroa fotografió Macario como La Rosa Blanca, las dos películas basadas en la obra de Traven y con Hustonnada menos que La noche de la iguana que puso en el mapa a Puerto Vallarta.