Pensaba en México y a sus intereses se aplicaba
José Elías Romero Apis
En este mes se cumplen 50 años de la recuperación de El Chamizal. Eso nos hace recordar la política exterior de Adolfo López Mateos, siempre llena de nacionalismo y de dignidad. Dos pasajes reflejan aspectos sustantivos de su carácter.
Se cuenta que, alguna vez, el ilustre presidente instruyó a su canciller Manuel Tello y a su embajador Antonio Carrillo Flores con palabras concretas, precisas y certeras de como quería que fuera la relación de su gobierno con el de Washington. Y lo resumió en “tan cerca como sea indispensable y tan lejos como sea posible”. No era esta, desde luego, una instrucción de alejamiento sino, por el contrario, un factor inmediato de concordia presente y, de ser posible, de amistad futura.
Esto debe ser vigente en un futuro panamericano construido a base de rescatar, con la más amplia decisión, todo lo que nos una y de remitir, con el más profundo desprecio, todo lo que nos separe.
Se cuenta, también, que estando en una ronda de pláticas durante la reunión de estado con el presidente Kennedy éste le preguntó en cuánto estimaba México, pecuniariamente, una solución para El Chamizal. A esto, López Mateos contestó de inmediato: “No lo sé porque no soy corredor de inmuebles”. Hacía la traducción el embajador Justo Sierra quien consultó si lo traducía en ésos términos. “En esos términos, señor embajador, no hay otros”, confirmó el presidente. Ante esto, Kennedy reculó de inmediato al advertir su equívoco.
Pero uno de los momentos más valerosos y más luminosos de su política exterior lo constituyó la digna postura en la que instaló a México durante la crisis cubana. En la ruptura cubano-norteamericana, los Estados Unidos promovieron que los países miembros de la OEA excluyeran a Cuba de la organización panamericana. Todos aceptaron u obedecieron la solicitud estadounidense. Todos, menos México.
He tenido en la mente, durante muchos años, una imagen que observé y que no puedo y no quiero olvidar, por el orgullo que se infunde como mexicano. En el vestíbulo de la residencia de la embajada de México en La Habana, hay una fotografía en tonos sepias, amplificada a dimensiones de mural. La imagen refleja a la Junta de Cancilleres de la OEA, en la histórica noche en que se resolvió la exclusión de Cuba. Todos los cancilleres del continente aparecen con la diestra levantada, votando por la exclusión. Todos, menos uno. Sólo el canciller Manuel Tello permanecía con las manos abajo. Sólo México estaba solo.
Al verla, unos instantes me escapé con mis pensamientos íntimos. Nunca, antes, había visto una fotografía de la dignidad. No suponía, incluso, que la dignidad se podía retratar. Una vez reinstalado en plenitud de conciencia lo primero que pensé fue lo mucho que nos ha costado y nos seguirá costando ese voto. Pero, también, que por muy costoso vale lo que cuesta. Pensé que, quizá por lo sucedido esa noche, ningún mexicano, en los próximos cien o doscientos años, sería Secretario General de la OEA. Que, quizá por lo sucedido esa noche, somos un “patito feo” o un cisne negro de la vida política panamericana.
En un solo acto enfurecimos a los que mandan y avergonzamos a los que obedecen. No sé cuánto tarden unos y otros en olvidar o en comprender.
Esa lección de alteza se debe a Adolfo López Mateos. Nunca fue opositor a ningún país del continente o del mundo. Pensaba en México y a sus intereses se aplicaba.
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