Gonzalo Valdés Medellín
La puesta Tres destinos es un melodrama eficaz; llega a tocar alguna fibra sensible del espectador, pero sin ahondar más allá de lo anecdótico. No obstante, su autor, Omar Quintero, tiene a su favor la sinceridad expresiva que lo animó a concebir una historia “arrancada de la vida real”, bien podría decirse, y cuya fórmula guionística hemos visto reiterada hasta la saciedad en series de la televisión comercial tales como Mujer, casos de la vida real, Lo que callamos las mujeres, A cada quien su santo, Como dice el dicho… etcétera. Lo interesante de Tres destinos es su aspecto didáctico, más que existencial. Lo didáctico aplicado a la prevención de las enfermedades sexualmente transmisibles, debido a una irresponsabilidad inherente al no asumir la propia condición u orientación sexual. Más aún: a asumir la bisexualidad como una “doble vida” escapista y comodina, no como una condición realmente congruente ni con la existencia ni con el ejercicio de la sexualidad libre. Tres destinos, título que alude al célebre cuadro de Remedios Varo, posee entonces una bien intencionada argumentación. Ya entrando el público en la historia estará presenciando los desmanes de un triángulo amoroso conformado por dos hombres (homosexuales) y una mujer heterosexual, casada con uno de ellos y por lo mismo agredida en su orgullo, al grado de externar todo su odio homofóbico en algún momento del melodrama, cosa a entenderse pues ella ha sido víctima de un engaño. Por supuesto la aparición del Sida se hará presente; la irresponsabilidad conlleva por lo general, deplorables efectos. Dirigida con eficiencia por Germán Gastélum la puesta corre sin contratiempos, con buen ritmo y las actuaciones de Diana Pompa, Christian Rodríguez y Jorge Volkova aciertan a dar cuerpo a estos contrariados Tres destinos. El joven dramaturgo Omar Quintero se asume como “empírico”, hay honestidad en ello, pero también es justo decir que se ve talento en su hacer dramatúrgico; le falta crecer, también es cierto, faltan lecturas y otra perspectiva estética del teatro y del arte en general que, lo sabemos, no es la misma que la de la telenovela o el teledrama. Seguramente Quintero crecerá, hay ímpetu y buena voluntad en su texto; es ya un dramaturgo en ciernes que si continúa esforzándose, leyendo, viendo buen cine y escribiendo, llegará a adquirir oficio verdadero. Por lo pronto, Tres destinos es digna de verse y aplaudirse.


